jueves, 3 de agosto de 2017
La Piedra de Aserrí y la Bruja Zárate
Había una vez una pintoresca ciudad llamada Aserrí ubicada a
11 km al sur de San José y gobernada por un español ilustre y bien parecido, de
quien la Bruja Zárate se enamoró perdidamente. El la despreció y entonces ella
juró vengar aquel desaire que le hizo el español. Días después amanecía la
aldea convertida en una enorme piedra, los habitantes en animales de la montaña
y el orgulloso español Pérez Colma pasaba a la categorfa de pavo real.
La Zárate era una mujer blanca, gorda, pequeña, de ojos
grandes y negros, mirada maliciosa, usaba peinado con dos trenzas, dueña de sí
misma, solía curar a sus enfermos y cuando le consultaban casos tristes, les
obsequiaba frutas que al llegar a sus casas estas se convertían en piedras
preciosas y monedas de oro.
Cierto día, un señor llamado Diógenes Olmedo fue a visitar a
la famosa Zárate, para ver si le daba suerte y fortuna. Después de caminar
cerca de seis horas, llegó al anochecer a la piedra y cansado de dar vueltas
alrededor de ella sin encontrar un medio para poder hablar con la Bruja Zárate,
resolvió recostarse en la piedra y esperar. Esperó tanto que el cansancio lo
dominó y se quedó dormido. Horas después deliraba, mirando a su lado un árbol
en cuyas ramas se posaron unas blancas palomas diciéndole con voz humana: “Si
quieres hablar con la encantadora Zárate, da tres golpes a la piedra y dí las
siguientes palabras: -Busco en vano mi ideal… años caminando y siempre en pie,
linda Zárate escucha y ábreme por el amor al pavo real”. Seguidamente las
palomas retomaron el vuelo dejando caer pétalos blancos.
Diógenes despertó… Ya era medianoche, levantándose dió tres
golpes a la piedra y al mismo tiempo repitió las palabras que le habían dicho
las palomas. En ese instante la piedra se iluminó, apareció la Zárate con un
chal tinto cruzado por los hombros, en sus dedos un cigarrillo encendido y en
la otra sujetaba con una cadena un lindo pavo real. Se dirigió con amabilidad
al pobre hombre que temblaba de pavor diciéndole: ¿Qué de mi, buen hombre. En
que puedo complacerte? Diógenes, tomando valor se acercó, la saludó
inclinándose y luego le contó su doliente historia, su viudez, sus hijos
enfermos y hambrientos. La Bruja Zárate. como si recordara algo y pensativa le
preguntó: ¿Cuánto tiempo hace que murió tu esposa y cómo se llamaba? El pobre
hombre le respondió: -Ella no murió… hace dos años salieron ella y unas amigas
a bañarse a un río en la montaña… nunca más se supo de ella ni de sus amigas,
desaparecieron misteriosamente… su nombre era Lupita Olmedo. La Zárate movió
sus cejas, aspiró el humo de su cigarrillo y con una carcajada estripitosa
enfrió la sangre del pobre hombre y le dijo: “Conmovida por tu amargo sufrir y
porque me has pedido por el amor de mi ave favorita, el pavo real, te voy a dar
lo que necesitas”. Caminaron una hora montaña arriba y por fin llegaron a una
planicie en donde una hermosa laguna rodeada de bambues, toronjas y limones
emergían de ese bello lugar, la bruja tomó varias toronjas y le dijo: Toma,
aquí tienes el alimento de tus hijos”. Diógenes llenó su alforja con los
frutos, en ese instante doce palomas blancas se posaron sobre los bambues y la
bruja Zárate le dijo: “Puedes marcharte ya, esas palomas te serán de guía”.
Regresaba el pobre hombre pensativo y desilusionado,
llevando en los hombros aquel cargamento de toronjas y en el alma la promesa de
una mujer coqueta y repugnante. ¿Para qué tanta fruta y tantas palabras vanas?…
Llegando a la mitad del camino y sintiendo aquella pesada carga decidió
aliviarla, y arrojó seis toronjas por un precipicio hasta llegar a un río y
desaparecer. Más aliviado prosiguió su camino, sus hijos lo divisaron y echaron
a correr hacia el preguntándole que les había mandado la señora Zárate.
Diógenes fingiendo alegría, les contó que ella les mandaba unas hermosas
toronjas y que al día siguiente llegarían doce palomas blancas a darles una
sorpresa. Los niños se durmieron esa noche, esperando el día siguiente para
atrapar las palomitas y divertirse con las toronjas. Al día siguiente las
toronjas amanecieron convertidas en oro puro, y más tarde Diógenes y los niños
percibieron el ladrido de los perros y pisadas de caballos, cuál sería la
sorpresa al ver que regresaban las doce paseantes que una mañana, felices
fueron a la montaña y no regresaron. Lupita Olmedo venía adelante galopando
para estrechar a sus hijos y su inconsolable esposo. Y contaban que la bruja
Zárate, al verlas bañandose en el río tuvo la ocurrencia de convertirlas en
palomas blancas y que formarían así su corte de honor. En cuanto al pavo real,
le prometió que tan pronto consienta en ser su esposo, le devuelve su forma
primitiva, pero el honorable español conservará su abolengo, es preciso
resignarse a ser pavo real prisionero, antes que esposo de la hechicera en
libertad.
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