lunes, 7 de agosto de 2017
El Diluvio Huichol
Una vez un huichol quiso roturar un pedazo de tierra para
sembrar en él; pero los árboles que cortaba cada día aparecían crecidos de
nuevo a la mañana siguiente.
Al quinto día quiso descubrir a qué se debía tan extraño
suceso, y después de haber cortado algunos cuantos árboles, esperó. Al poco
rato salió de la tierra una viejecita con un bordón en la mano, que, apuntando
coa su vara a los cuatro puntos cardinales, hizo que nacieran de nuevo todos
los árboles cortados. Era la anciana Nacahue, la diosa de la tierra, que hace
brotar la vegetación. Después se dirigió al huichol y le habló; le dijo que su
trabajo era inútil, pues antes de cinco días tendría lugar un gran diluvio,
cuya aproximación se adivinaría por un viento fuerte que ie haría toser. Le
aconsejó que se fabricase una caja de madera, que guardase en su interior cinco
granos de maíz de cada color; cinco semillas de fríjol, también de distintos
colores; cinco sarmientos de calabaza, para alimentar el fuego, y una perra
prieta, y que se encerrase después en ella con todo. Así lo hizo el indio y la
propia vieja cerró la tapa, sentándose después encima con una guacamaya en el
hombro.
Todo sucedió como Nacahue había anunciado. Durante cinco
años la caja flotó sobre el agua en todas direcciones y al sexto comenzó a
descender, deteniéndose sobre una montaña, cerca de Santa Catalina, donde puede
verse todavía.
Cuando el huichol salió de la caja la tierra seguía cubierta
de agua; pero las guacamayas la separaron con sus picos en cinco mares. El
suelo pudo secarse y de nuevo se cubrió de vegetación.
Nacahue regresó al cielo y el huichol siguió viviendo en la
tierra, acompañado sólo de la perra. Cuando por las noches regresaba de su
trabajo, encontraba siempre preparadas unas tortillas en su gruta. Un día se quedó
acechando, para descubrir el misterio, y pudo ver cómo la perra se quitaba la
piel, se convertía en una mujer y se disponía a hacer la comida. Entonces el
huichol se apoderó de la piel y la arrojó a la lumbre, y sin hacer caso de los
gritos de la mujer, la refrescó con el agua del nixtamal. Desde entonces no
volvió a tomar forma perruna, vivió con él y los numerosos hijos que tuvieron
poblaron la tierra.
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