sábado, 5 de agosto de 2017
La Leyenda De Doña Beatriz
Vivía en la ciudad de Méjico una hermosa joven, Doña
Beatriz, de tan extraordinaria belleza, que era imposible verla sin quedar
rendido a sus encantos.
Se contában entre sus muchos admiradores la mayor parte de
la nobleza mejicana, y los más ricos potentados de Nueva España; pero el
corazón de la bella latía frío e indiferente ante los requerimientos y
asiduidades amorosas de sus tenaces amantes. Y así pasaba el tiempo; pero, como
todo tiene un término en la vida, llegó el momento en que el helado corazón de
Doña Beatriz se incendió en amores.
Ello fue en un fastuoso baile que daba la embajada de
Italia.
Allí conoció Doña Beatriz a un joven italiano, Don Martín
Scípoli, de esclarecida y noble estirpe.
La indiferencia de Doña Beatriz fundióse entonces como la
nieve bajo de la caricia de los rayos solares, y se sintió la hermosa poseída
de un nuevo sentimiento, en tanto que el joven por su parte, se había también
enamorado profundamente.
Poco tiempo después, Don Martín se mostró excesivamente
celoso de todos los demás adoradores de la hermosa Doña Beatriz, promoviendo
continuas reyertas y desafiándose con aquellos que él suponía pretendían
arrebatarle sus amores. Y tan frecuentes eran estas querellas, que Doña Beatriz
estaba afligida, y en su corazón comenzó a arraigar el temor de que Don Martín
sólo se Había enamorado de su hermosura, de modo que, cuando ésta se
marchitara, moriría el amor que ahora le profesaba.
Esta preocupación embargó su mente y amargó su vida en forma
tal, que decidió tomar una resolución terrible, poniendo a prueba el amor de su
galán. Y al efecto, en el deseo de saber si Don Martín la quería sólo por su
belleza, un día en que su padre se hallaba de viaje, con un pretexto despidió a
todos sus criados para quedar sola en su casa.
Encendió el brasero que tenía en su habitación, colocando en
frente la imagen de Santa Lucía, y ante la cual rezó fervorosamente para
pedirle le concediera fuerza y valor con que poner por obra su propósito.
Después, atándose ante los ojos un pañuelo mojado, se inclinó sobre el brasero,
y soplando avivó el fuego hasta que las llamas rozaron sus mejillas. Luego
metió su hermosa cara entre las ascuas.
Terminada esta terrible operación, cubrió su rostro con un
tenue velo blanco y mandó llamar a Don Martín. Una vez en su presencia, apartó
lentamente el velo que le cubría el rostro, mostrándoselo al galán desfigurado
por el fuego; solamente brillaban en todo su esplendor sus hermosos ojos
relucientes como las estrellas. Por un momento su amante quedó horrorizado
contemplándola. Luego la estrechó en sus brazos amorosamente. La prueba había
dado un resultado feliz, y durante todos los años de su dichoso matrimonio,
Doña Beatriz no volvió a sentir el temor de que Don Martin sólo la amara por su
hermosura.
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