sábado, 5 de agosto de 2017
El Alacrán De Fray Anselmo
Don Lorenzo de Baena, hombre bondadoso y sencillo, poseía
una considerable fortuna. Pero ocurrió que un día la mala suerte entró en su
casa, y desde entonces las calamidades se sucedieron en una serie
ininterrumpida. Uno de sus barcos, que regresaba con telas de China, fue
apresado por los piratas; naufragó una nave cargada con mercancías, que don
Lorenzo había comprado; envió un convoy de plata a las provincias de Occidente
y los indios lo asaltaron… Pero no fue esto lo peor: el único hijo de don
Lorenzo iba en el convoy y fue escalpelado por los indios, y su esposa, agotada
por el dolor, murió algún tiempo después.
Don Lorenzo sufría todo con cristiana resignación. Cuando su
ruina fue completa, sus amigos le abandonaron y tuvo que vender su casa y hasta
sus muebles. Aun en la más absoluta miseria, don Lorenzo no se desanimaba y
esperaba una ocasión para rehacer su fortuna.
Un día se dirigió al convento de San Diego. Vivía en él un
santo padre llamado fray Anselmo, siempre dispuesto a ayudar a quien a él
acudiera, caritativo y desprendido hasta la exageración. Su celda era la más
pobre del convento y sus hábitos estaban hechos jirones. Todo lo que tenía lo
daba, y ya ni hasta un hábito nuevo le querían entregar los hermanos, porque
sabían que se desharía de él al momento para socorrer alguna necesidad.
Don Lorenzo le contó todas sus miserias. Sabía que un barco
cargado con sedas y porcelanas de la China estaba próximo a llegar. Si alguien
le prestaba quinientos pesos, podría comerciar con estas, mercancías y salir de
su angustiosa situación. Fray Anselmo estaba muy apenado, porque ya no le quedaba
con que poder ayudar a tan buen hombre. Entonces un alacrán comenzó a ascender
lentamente por la pared, y el fraile lo recogió cuidadosamente, lo envolvió en
un trapo y se lo dio a don Lorenzo, diciendo:
—Es lo único que tengo, hermano. Llévalo al Monte de Piedad,
a ver cuánto te dan por ello.
Don Lorenzo hizo lo que el fraile le había indicado. Se
presentó en el Monte de Piedad, temeroso y avergonzado, y entregó el
envoltorio. Y cuando esperaban que lo despidiesen rudamente, tomando su acción
por una burla, se vio sorprendido por la exclamación de admiración que el
dependiente lanzó al deshacer el paquete. En su interior había un alacrán de
filigrana de oro, adornado con esmeraldas, rubíes y diamantes.
Recibió por él tres mil pesos y salió para San Diego de
Acapulco, donde acababa de anclar la nave esperada. Volvió a Méjico con las
mercancías y las revendió rápidamente. Esto le sirvió de base para reanudar sus
negocios y pronto pudo recuperar su antiguo capital.
Don Lorenzo volvió a ser un hombre inmensamente rico. La
fortuna le acompañaba en todos los negocios, y volvieron a llover los halagos
de los amigos. Pero no olvidaba que todo se lo debía al humilde fraile, y un
día, queriendo recompensarlo, fue al Monte de Piedad, sacó el maravillo so
alacrán, lo envolvió cuidadosamente y se lo llevó. Fray Anselmo recibió el
regalo con tranquilidad, desenvolvió el paquete, cogió amorosamente el alacrán
y, poniéndolo en la pared, en el mismo sitio de donde lo había tomado el día
que se lo dio a don Lorenzo, le dijo:
— Sigue tu camino, criaturita de Dios.
Y el precioso animal, convertido de nuevo en un vulgar
alacrán, comenzó a caminar lentamente.
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