lunes, 1 de mayo de 2017
Los Misterios del Valle de los Caídos
El Valle de los Caídos, también llamado la Abadía de la
Santa Cruz del Valle de los Caídos se construyó por orden del dictador
Francisco Franco entre 1940 y 1958. Situado en el municipio de San Lorenzo de
El Escorial, en la Comunidad de Madrid, se encuentra a 9,5 km al norte del
Monasterio de El Escorial en la Sierra de Guadarrama, sobre el paraje del valle
de Cuelgamuros. En su diseño participaron los arquitectos Pedro Muguruza y
Diego Méndez.
El monumento está dedicado a la memoria de los caídos de la
guerra civil española, 33.872 combatientes de ambos bandos en la Guerra Civil,
nacionales y republicanos están enterrados allí junto al propio Franco y a José
Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange española.
El monumento
En el complejo se hallan una abadía benedictina, parte de la
cual se remodeló como hospedería para atender al turismo, una basílica excavada
en la roca donde se encuentran las tumbas de Franco, Primo de Rivera y ocho
capillas donde están enterrados los combatientes de ambos bandos.
En la hospedería rigen las normas de la abadía. El conjunto
mide 300 metros de largo por 150 de ancho y está flanqueado por las boscosas
laderas de la montaña. Junto a la abadía se encuentra el cementerio de los
monjes benedictinos. La visita requiere el permiso de los monjes. La basílica y
la abadía están comunicadas a través de un acceso privado que cuenta con una
gran puerta monumental de bronce.
Desde el acceso al recinto, una carretera lleva al pie del
monumento de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, desembocando en una gran
explanada. Allí se encuentra la entrada a la basílica de 262 metros de longitud.
Se excavaron 200.000 metros cúbicos de roca para su
construcción. En la puerta de entrada, construida en bronce, están
representados los 15 misterios del Rosario y un apostolado. En la reja que da
paso a la nave se hallan representados cuarenta santos y está rematada en el
centro con la figura del Apóstol Santiago, patrono de España.
La nave está dividida en cuatro tramos dónde hay en ella
seis capillas y en los murales ocho tapices flamencos del siglo XVI, aunque los
que hoy hay expuestos son copias del siglo XX, teniendo como tema el
Apocalipsis de San Juan.
Avanzando por la cripta, aparecen a izquierda y derecha,
capillas presididas por imágenes de la Virgen María, con distintas
advocaciones, en alabastro, de 5,50 metros de altura. Dentro de cada capilla
aparecen trípticos emulando el estilo del siglo XV, que tapan las puertas de
los osarios que contienen los restos de los caídos en la guerra civil.
Según se entra y se camina hacia el altar mayor nos
encontramos con la primera capilla de la izquierda que representa a la Virgen
de África, patrona de Ceuta, con escudo de Franco. En la primera de la derecha
está representada en alabastro María Inmaculada, patrona de la Infantería
española. En la segunda a la izquierda se encuentra la Virgen de la Merced,
liberadora de cautivos. El puesto de la segunda capilla de la derecha
corresponde a la Virgen del Carmen, patrona de la Marina. En la tercera capilla
de la izquierda está la Virgen del Pilar, patrona de la Hispanidad y por último
en la derecha la Virgen de Loreto, patrona de la Aviación.
El altar mayor es de una pieza de granito pulimentado.
Cuenta con dos relieves de hierro dorado que representan el Santo Entierro y la
Sagrada Cena. Sobre el altar se encuentra una cruz de madera de enebro con un
Jesucristo. Tras él se encuentra la tumba de Francisco Franco y frente a él la
de José Antonio Primo de Rivera. Está encuadrado por cuatro arcángeles de
bronce. Sobre el altar mayor la cúpula de 42 metros de altura y 40 de diámetro,
decorada con un mosaico policromado.
Pero voy a detenerme en el tema de los arcángeles un poco
más ya que fue una de las cosas más inquietantes de mi visita al lugar. Estar
en medio, custodiado por esas cuatro estatuas de 7 metros de altura no te deja
indiferente, al menos uno de ellos. Si empezamos por la izquierda nos
encontramos con San Rafael con el bastón de caminante y el pez, es acompañante
en las sendas de la vida. Enfrente, en sentido de las agujas del reloj, nos
encontramos con el arcángel San Miguel con la espada con la que luchó y venció
al diablo. El siguiente arcángel es San Gabriel con una azucena, este arcángel
anunció a la Virgen María que sería Madre de Dios. Y por último se presenta
ante nosotros la imagen de la misma muerte. Y es que este último arcángel que
custodia el altar mayor no es otro que Azrael, también conocido como el ángel
de la muerte, es el encargado de guiar a los fallecidos hasta Dios. No
simboliza nada satánico ni el mal, todo lo contrario, pero es sorprendente que
este oscuro icono complete la serie siendo tan distinto a los demás. Para
empezar, todos portan un símbolo entre sus manos, como decía antes, y todos
están descubiertos y con la mirada dirigida al cielo. Azrael no porta nada en
sus manos, si no que las tiene unidas y levantadas por encima de su cabeza, y
esta, al contrario que los demás, esta encapuchada e inclinada con la mirada
hacia abajo.
En la cabecera del crucero está el coro, con sitiales en
madera labrada. En los laterales hay dos capillas con buena parte de los restos
de las personas que hay enterradas en la basílica.
Construcción
El Valle de los Caídos fue excavado por presos políticos,
aunque dada la inexistencia de tuneladoras por esa época, fue también necesaria
la dirección de ingenieros y obreros especializados externos. No obstante, se
empleaba en estas tareas a presos procedentes de las zonas mineras, para
dinamitar la roca, un trabajo no realizable por otros presos tales como
campesinos, militares ni obreros industriales, que eran dedicados al simple
peonaje.
En su construcción trabajaron cerca de 20.000 de presos
republicanos que, de esta forma, redimieron parte de la condena que les había
sido impuesta, en función de la fórmula: ‘1 día de trabajo = 2 días de remisión
de pena’. Pero muchos de estos presos no llegaron nunca a gozar de la libertad
pues debido al tipo de trabajo, que exigía el manejo de grandes bloques de
piedra, y por la falta de medidas de seguridad de la época, los accidentes eran
diarios, y en muchos casos mortales.
Algunas fuentes presenciales, como un médico preso que
trabajó en la obra durante dieciocho años, afirman que murieron 14 presos
durante todo el periodo de construcción. Pese a ello, existe una fuente que
estima que unos 27.000 soldados republicanos murieron durante su construcción.
Cadáveres sin identificar
En el monasterio se encuentran en 19 archivos las fichas con
los datos de aproximadamente la mitad de los allí enterrados. Se desconoce la
identidad de la otra mitad, existiendo varias hipótesis, y siendo casi seguro
que fueron recogidos de fosas comunes después de la Guerra Civil y hasta 1983.
Según algunas investigaciones se ha documentado que al menos 500 cadáveres
fueron trasladados sin el consentimiento de sus familiares.
Diversas fuentes aseguran que se ordenó trasladar los
cadáveres de los nacionalistas abatidos para que reposaran al lado de sus
líderes, pero los familiares de los muertos se negaron a la exhumación por lo
que el entonces ministro de Gobernación solucionó el problema ordenando a los
gobernadores civiles que incluyeran en los envíos a republicanos, tal vez
republicanos desaparecidos que reposaban en fosas comunes y cuyo traslado a la
Abadía significaría ahorrarse problemas futuros.
Otras fuentes aportan cifras más escalofriantes, aseguran
que en el Valle de los Caídos “descansan” cerca de 80.000 cadáveres y que sólo
20.000 están identificados, cadáveres, por descontado, del bando nacionalista.
Los otros 60.000 serían, presuntamente, además de los republicanos trasladados,
los fallecidos en la construcción del monumento.
Polémica sobre la tumba de Franco
Como es lógico, aunque el monumento está dedicado a la
memoria de los caídos en la Guerra Civil Española (controversia de bandos
aparte), Franco no es uno de los caídos de la guerra ya que murió 36 años
después de que la contienda finalizase, no como José Antonio Primo de Rivera
que sí murió fusilado en el 36.
Aunque, supuestamente, el dictador nunca afirmó públicamente
que su intención era la de ser enterrado allí, si existen varios testimonios
que afirman que todo estaba preparado para ocupar esa tumba. El hecho de que el
dictador repose con los abatidos de la guerra como uno más y mejor, de forma
exaltada en el centro del altar mayor con nombre y apellido, mientras otros de
los miles allí enterrados no tienen ni una sola inicial, ni una fecha, es
cuanto menos polémico.
Franco oculto y antimasónico
Existe una información que afirma que, en un principio, el
esbozo del futuro mausoleo lo hacía un monumento más faraónico y místico y
alejado de su férrea fe católica. Se trataba de una pirámide de las mismas
dimensiones que la cruz que hay hoy en día. Al parecer, Franco rechazó este
esbozo rápidamente.
El misticismo o incluso paganismo que albergan las pirámides
hubiese sido un escándalo para los fervientes seguidores del caudillo, pero
también una provocación a las supuestas sociedades secretas dónde no dejaron
formar parte al dictador, como la masonería.
La masonería es una institución discreta de carácter
iniciático, no religiosa, filantrópica, simbólica y filosófica fundada en un
sentimiento de fraternidad. Tiene como objetivo la búsqueda de la verdad a
través de la razón y fomentar el desarrollo intelectual y moral del ser humano,
además del progreso social.
Desde su surgimiento la masonería ha sido considerada por no
pocas personalidades e instituciones como una asociación peligrosa por su
carácter secreto. Muchos la ven como una sociedad secreta de corte esotérico y
ocultista que procura destruir la civilización cristiana y la Iglesia católica.
Otros miembros de la familia de Franco si formaban parte de
la masonería pero a él no se le permitió entrar, tal vez eso fue lo que
desencadenó el odio profundo que sentía hacia ellos. El éxito de su hermano
Ramón Franco, el aviador que consiguió cruzar el Atlántico, conocido por su
ideología progresista y pertenencia a la masonería, acentuaría en Francisco
Franco, la sensación de inferioridad. Obligado a conformarse con ingresar en el
Ejército de Tierra. También su padre era masón, y que se le impidiera a él
entrar hasta en dos ocasiones en la sociedad debió frustrar sus expectativas y
desarrollar su inquina hacia la masonería.
Su ascenso hasta la jefatura del bando sublevado en la
Guerra Civil Española le permitió concentrar la represión en los elementos que
percibía como antiespañoles: masones e izquierdistas, rasgos que veía en la
totalidad de los defensores de la República. La reconstrucción que ordenó hacer
el propio Franco en el Archivo General de la Guerra Civil de Salamanca, junto a
los papeles incautados, de una sala donde se reprodujera toda la parafernalia
decorativa de una logia masónica, acumulando toda clase de elementos
truculentos, da una buena muestra de su antimasonerismo.
En memorables discursos públicos de Franco, además de
referirse a la pertinaz sequía, se prodigaba en referencias a la «conspiración
judeomasónica» como culpable de todos los males de España.
Pero, Franco también tenía un lado oculto, al parecer su
madre era médium y participó en múltiples sesiones espiritistas, siempre sin
salirse de su ferviente fe cristiana, Franco de niño estaba muy unido a su
madre, y empapó todo ese esoterismo que luego recolectó y dio forma en el Valle
de los Caídos.
Al parecer Franco no tuvo una infancia muy feliz debido a la
separación de sus padres. En su infancia pudo ser blanco de las burlas y mofas
de los otros muchachos por su corta estatura y voz atiplada. En la academia
militar en una ocasión le segaron el cañón del fusil quince centímetros y le
obligaron a desfilar con él. Siempre se le conoció por un diminutivo: en la
infancia, muy delgado y de aspecto enfermizo, le apodaron “cerillito” y en la
academia: “Franquito” o “comandantín”. Todavía en 1936 cuando el general
Sanjurjo reprochó su falta de decisión frente al levantamiento, lo haría en
estos términos: “Franquito es un cuquito que va a lo suyito”, siendo apodado
por los confabulados, cansados de sus vacilaciones, como “miss Canarias 1936”.
Evidentemente estas burlas perfilarían y reforzarían su personalidad y hasta
podría haber proyectado un supuesto complejo de inferioridad en la Abadía con
titánicas esculturas de símbolos tan religiosos como bélicos, apocalípticos y
ocultos. Sin pasar por alto la megalomanía que desprende la cruz de 150 m de
altura visible a más de 40 km de distancia.
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