sábado, 3 de septiembre de 2016
Titivillus El Demonio De Los Calígrafos.
Otros oficios tienen sus maestros, otras artes sus santos
patronos, pero sólo los calígrafos pueden aseverar tener un demonio patrono. El
siguiente relato de Titivillus, ese singular diablo medieval, está basado en
exiguos registros escritos, entrelazados con una vcantidad de presunciones
libres.
Titivillus fue creado en broma por los monjes medievales
para lograr un propósito serio. La naturaleza repetitiva de la vida monástica
era desgastante. Los monjes solían dejar de prestar la debida atención a su
trabajo y entonces mutilaban o se les escapaban palabras, cometiendo errores
ortográficos.
Era necesario recordarles que la falta de atención era un pecado.
La primera mención escrita de Titivillus por su nombre apareció alrededor de
1285 en el Tractatus de Penitentia, de John of Wales. Y el comentario que allí
se hiciera fue repetido a principios del siglo siguiente por Petrus de Palude,
el patriarca de Jerusalén, en un sermón; «Fragmina psalmorum /Titivillus
colligit horum», que, traducido libremente, dice que TitivilIus coleccionaba
trozos de los salmos. Escurriéndose sigilosamente sin ser visto, registraba
cada una de las barbaridades verbales que se decían durante los oficios
religiosos.
Letra Capitular de una página escrita entre 1497 y 1499,
decorada por Bartolomeo San Vito de Padova. Pero los monjes deploraban los
errores en la copia y en la escritura tanto como los que se producían en la
lectura y en los cantos litúrgicos, si bien no existe ningún registro de su
interés en los errores de los escribas con anterioridad al siglo XV.
También se presume que bien puede haber seguido a los monjes
después de la celebración de la misa para interiorizarse de lo que estaba fuera
de regla en el aposento de los calígrafos.
Lo que Titivillus hacía cuando escuchaba o veía un error fue
lo que le otorgó su condición demoníaca. La temprana descripción de John of
Wales aportó otro dato: «Quacque die mille/fvicibus sarcinat ille», corroborado
en varios manuscritos (uno de ellos llamado Arundel 506, folio 46, que se
encuentra en el Museo Británico de Londres). Éste explica que Titivillus estaba
obligado a encontrar diariamente suficientes errores para llenar mil veces su
bolsa, los cuales el Diablo bajaba al infierno, donde cada pecado era
debidamente registrado en un libro con el nombre del monje que lo había cometido,
para ser leído el Día del Juicio Final.
Se podría pensar que la búsqueda de errores por parte de
Titivillus era tarea fácil. En The Cloisters Manuscript ("El manuscrito de
los claustros", como se lo conoce en la actualidad, producido entre 1325 y
1328, quince santos fueron accidentalmente omitidos en el calendario, y los
nombres de más de treinta de ellos contenían errores de ortografía. Ya
seguramente una bolsa llena.
No obstante, la presencia de Titivillus tuvo su efecto. Los
monjes rápidamente comenzaron a tener más cuidado, y alrededor de 1460 le era
necesario merodear a hurtadillas, con la bolsa casi vacía, alrededor del sitial
del coro, en búsqueda de algunos «janglers, cum jappers, nappers, galpers,
quoque drawers, momlers, forskippers, overenners, sic overhippers...» (los
janglers y los jappers hablan rápido o en broma, los nappers se quedan
dormidos, los galpers bostezan, los drawers no paran de hablar y los momlers
mascullan, los forskippers miran a las cosas por encima, los overenners no son
otra cosa que forskippers más rápidos, y los overhippers sencillamente lo hacen
con más brío).
Bajorrelieve de 960-80, que muestra a San Gregorio en su
Scriptorium.
Titivillus se había quedado corto de pecados y para 1475 se
había tenido que rebajar a incurrir en las diabluras más deslucidas:
"Titivillus, the dvyl of hell he wryteth har names see
to tel. As missam garulantes". - Interpretación del diablito por francesca
Biasetton, 1995.
En otras palabras, ocultándose furtivamente en las iglesias
donde tomaba nota de los nombres de las mujeres que chismeaban durante la misa.
Pero el diablo debe tener su merecido. En algún momento del siglo XV cayó en la
cuenta de que un diablo astuto tendría que poder seducir a los escribas para
que duplicaran, triplicaran y hasta cuadruplicaran sus errores y no perdió
tiempo en poner en práctica su plan. Al poco tiempo estaba embolsando tantos
pecados como en siglos anteriores. Los escribas, sobrecargados de trabajo
debido a las increíbles exigencias de las universidades en materia de textos,
negaban toda responsabilidad por los errores que aparecían en los manuscritos
que tenían que producir con la mayor premura. El diablo, afirmaban, los había
tentado para que cometieran errores y Titivillus, reconocido como el autor de
sus erratas, se convirtió en patrono más que en una peste, ya que los absolvía
de culpa y cargo.
Imagen encontrada en la Devil's Bible de 1205. Se dice que
gracias al diablito la Biblia se completó en una sola noche.Titivillus, una
creación de la era medieval en el amanecer del Renacimiento, rehusó la luz de
la razón y su nombre rápidamente cayó en el olvido. Pero nadie lo había
exonerado de sus tareas diarias. A medida que aumentaba la popularidad de la
imprenta y mermaba la riqueza de la caligrafía, diversificó sus actividades. El
monje piadoso que editó el manuscrito Anatomy of the Mass (Anatomía de la misa)
en 1561 tuvo que agregar al delgado libro de 172 páginas de texto una fe de
erratas de quince páginas, un récord en materia de errores en un trabajo tan
breve. La fe de erratas comenzó con una explicación por parte del monje a esta
terrible situación: indudablemente, era trabajo del Diablo. El manuscrito de
alguna manera se había ensuciado y empapado antes de llegar al impresor, quien,
luego de estudiarlo mientras lo sostenía con cierta repugnancia, había sido
inducido misteriosamente a cometer esta cantidad jamás superada de errores en
una composición tipográpca. Sixto V, papa desde 1585 hasta 1590, aparentemente
desconociendo a Titivillus, autorizó la impresión de la Biblia Vulgata
traducida por Jerome.
No queriendo correr riesgo alguno, el papa emitió una
bula papal excomulgando en forma automática a cualquier impresor que le
efectuara una alteración al texto. Ordenó que la bula fuera impresa al comienzo
de la Biblia.
Examinó personalmente cada hoja a medida que salía de la prensa.
No obstante, la Biblia Vulgata contenía tantos errores que hubo que imprimir
correcciones que fueron recortadas y pegadas encima de los errores en cada
ejemplar de la Biblia. El resultado provocó un sinnúmero de comentarios
irónicos sobre la irregularidad de la infalibilidad papal, y el papa Sixto no
tuvo otra opción que ordenar la devolución y destrucción de la totalidad de los
ejemplares. No obstante, según se dice, uno fue preservado como testamento a la
obra o de Titivillus.
Desde el Renacimiento, los libros, y más recientemente los
diarios, han abundado en errores tipográficos que carecen de explicación
aparente. Pero es evidente en quién recae la culpa. Quién más podría haber
hechizado con tanta maestría a los editores del Oxford English Dictionary, que
durante el último medio siglo en cada edición de este trabajo eminente se hace
una referencia incorrecta en la página lo que no sorprenderá a nadie donde se
menciona a Titivillus. El rebrote actual del interés por la caligrafía es
indudablemente del agrado de su demonio patrono.
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