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miércoles, 7 de septiembre de 2016

El Tarot De Mantegna

Los cincuenta grabados que constituyen el Tarot de Mantegna son fruto de un momento histórico de gran trascendencia para la evolución del arte occidental; corresponden al impulso definitivo del Renacimiento italiano, que variará los comportamientos artísticos, filosóficos y científicos del mundo medieval, creando las bases del mundo moderno. Pintores como Botticelli, Piero della Francesca, Uccello, Bellini, trabajaban contemporáneamente con el anónimo creador de nuestro Tarot. También se hallaba entre ellos Andrea Mantegna, perteneciente a la escuela de Padua, el gran grabador italiano de la época, motivo por el cual las láminas del Tarot le fueron atribuidas (...).

Pocos rastros ha dejado el autor, o los autores, de las láminas del Tarot de Mantegna. Ningún dato fehaciente nos informa sobre él, ni sobre la fecha en la que fueron realizadas las láminas, ni siquiera sobre el lugar en el que vieron la luz. En primer lugar se ha de señalar que se trata de un conjunto de cincuenta grabados en forma de cartas de juego, de los que se han conservado dos versiones completas; una versión está numerada con las letras A, B, C, D y S, mientras que la segunda versión está marcada con las letras A, B, C, D y E; las dos versiones se han identificado por la diferencia en la última letra. La versión E y la versión S se distinguen por el estilo del dibujo, pero son iguales iconográfica y compositivamente. Sin embargo, y a causa del proceso de impresión de los grabados, la mayoría de las láminas de una serie están invertidas en relación a las mismas láminas de la otra serie. Hay diversas opiniones respecto a cuál es la versión original, y algunos estudiosos han creído que ambas versiones eran copias de unos hipotéticos dibujos originales. Sin embargo, según la recopilación The Illustrated Bartsch, la serie S se considera original, mientras que la E es considerada una copia. No obstante, A. M. Hind opina lo contrario, ya que «muchos elementos apuntan a que la versión E es la más antigua, incluso podría ser la original, de la que la otra es una copia». No hay tampoco consenso sobre su lugar de origen; se barajan diferentes posibilidades, que A. M. Hind resume de la siguiente manera:

"En relación con el carácter de los dibujos de la versión E, por la redondez de las formas, y por la inclinación de los pliegues, tienen una estrecha relación con la escuela de Ferrara de Cosimo Tura y Cossa. Hay, al mismo tiempo, reminiscencias de Mantegna, como por ejemplo en la lámina del Mercader, mientras que otros elementos —por ejemplo, el de escribir «Doxe» por «Doge (Duque)», y recurrir a los lagos en los fondos de las láminas— apuntan a un origen veneciano o, al menos, a un mercado veneciano. A pesar de ello, aunque se pudiera situar al grabador en Venecia, pensamos todavía en la escuela de Ferrara como el lugar original de los dibujos [...]. El autor de la versión S muestra mayor sensibilidad hacia la belleza formal y una apreciación más veraz del valor del espacio en la composición, lo que permite admitir la posibilidad de que su autor perteneciera a la escuela florentina."

Respecto a la atribución de estos grabados a Mantegna, debemos recordar que este gran pintor fue el más importante grabador italiano de la época, y que era entonces costumbre que, cuando se quería ocultar la autoría de un texto, se utilizaba el nombre de un autor importante para preservar el anonimato y facilitar la difusión de la obra. Según nuestra opinión, es por ello por lo que fueron conscientemente atribuidos a Mantegna. Por otra parte, Stuart R. Kaplan recoge una interesante teoría sobre la fecha de realización de las láminas:

"La carta número 25 (Aritmetricha) de la versión S tiene un abecedario, sobre el cual están inscritas tres líneas de cifras. Ciertos estudiosos antiguos han estado tentados de datar este juego en 1485, interpretando las cifras de la tercera línea como si fuera la fecha 1485".
Para H. Brockaus,18 estos grabados habrían sido concebidos y realizados en Mantua durante el concilio que tuvo lugar en esta ciudad, de junio de 1459 a enero de 1460, y habrían servido de pasatiempo al propio papa Pío II y a los cardenales Bessarion y Nicolás de Cusa. J. Seznec, quien recoge esta información, afirma que:

"estas cartas en modo alguno eran indignas de ocupar los ocios de estos príncipes de la Iglesia: el orden en que están colocadas reproduce el orden mismo que la teología asigna al Universo. [...] Este juego de cartas resume las especulaciones de san Juan Clímaco, de Dante y de santo Tomás de Aquino. Ignoramos, es cierto, el detalle de sus reglas, pero es seguro que se procedía a jugarlo con gravedad, con el sentimiento de que cada una de esas imágenes era como una pieza del ajedrecista divino. Y se puede repetir al respecto lo que escribía Nicolás de Cusa a propósito de un juego análogo, el Juego del Globo, del que era inventor: «Se juega a este juego; pero no como los niños, sino como jugó Dios la Santa Sabiduría en la creación del mundo.»"

Estas láminas, al ser llamadas tarocchi (tarots), pueden generar una cierta confusión, pues difieren notablemente de lo que se conoce normalmente con el nombre de Tarot. El Tarot de los Visconti-Sforza es el modelo que seguirán la mayoría de los Tarots posteriores, como el Tarot de Marsella; dichos Tarots están formados por 78 láminas, 22 de las cuales son Triunfos o Arcanos mayores, y el resto son los Arcanos menores, que están divididos en cuatro palos: oros, copas, espadas y bastos, como la baraja española. En cambio, el llamado Tarot de Mantegna consta de cincuenta láminas y su estructura es aparentemente distinta del modelo creado por el Tarot de los Visconti-Sforza. A pesar de ello, G. van Rijnberk propone una interpretación por medio de la cual se unirían las estructuras del Tarot de Mantegna y la de los otros Tarots tradicionales. Dice así:
"Los grupos del Tarot de Mantegna se ordenan siguiendo las cinco primeras letras del alfabeto, que se suponen deberían ser consideradas como las iniciales de palabras italianas indicando los cuatro colores o palos del juego de cartas y sus triunfos: Epade (espadas), Danari (oros), Coppe (copas), Bastoni (bastos), Atutti (triunfos)."

Esta hipótesis, aunque sugerente, parece, sin embargo, algo remota. Pero, a pesar de las diferencias, en su época ambos juegos se llamaron igual, los tarocchi, pues no debemos olvidar que aparecen en la misma época, en la misma zona geográfica y bajo la misma influencia cultural. Parece ser, por los documentos que se han conservado de lo que se podría llamar historia del tarot, que el juego de cartas con cuatro palos se conocía durante la Edad Media; sin embargo, de los Triunfos o Arcanos mayores no existen referencias documentales hasta la época renacentista. Por ello G. Mandel afirma:

"Si bien el juego de cartas de cuatro palos puede encontrar precedentes en los juegos orientales, o puede incluso que haya sido introducido por los sarracenos, las veintidós cartas del Tarot llamadas Triunfos son, según mi opinión, típicamente del Renacimiento. El término de Triunfos (en italiano, Trionfi) nos remite a las justas y a la simbología italiana."

Ahora bien, el hecho de hablar de un producto propio del Renacimiento no implica que deba ser una cosa estrictamente novedosa, ajena a la Antigüedad. Muy al contrario, pues, como hemos explicado, los renacentistas recopilaron la sabiduría del pasado sin estar obligados por una fiabilidad arqueológica, sino que lo hicieron bajo los sistemas y maneras de hacer de su época. Por ello no debe extrañar que, junto a la afirmación de que los Triunfos son un producto del Renacimiento, también podamos contemplar la posibilidad de una ascendencia remota, tal como lo propuso Court de Gebelin, pastor protestante del siglo xviii, con las seductoras palabras que citamos a continuación:

"Si se nos dijera que existe aún, en nuestros días, una obra de los antiguos egipcios, uno de sus libros escapados de las llamas que decoraban sus soberbias bibliotecas, y que contiene su doctrina más pura de los temas que más interesan, cada uno de nosotros se apresuraría, sin duda, a conocer un libro tan precioso, tan extraordinario [...]. En efecto, este libro existe. Este libro es todo cuanto queda de aquellas soberbias bibliotecas. Es tan corriente que jamás estudioso alguno se ha dignado ocuparse de él; nadie, antes que nosotros, había sospechado su ilustre origen. Este libro está formado por setenta y siete hojas o tablillas, incluso por setenta y ocho, divididas en cinco grupos, cada uno de los cuales ofrece objetos tan variados como divertidos e instructivos. Este libro, en una palabra, es el juego del Tarot."

Las cartas llamadas Triunfos eran imágenes filosóficas mediante las cuales los hombres renacentistas se vinculaban con la Antigüedad. Para el filólogo romano Varrón, este vocablo puede derivar de Thriambós, apelativo griego de Liber. Liber es, a su vez, uno de los nombres de Baco; su mito explica que viajó hacia el Oriente para escapar de las iras de Juno y volvió «triunfante», con gran pompa, acompañado de bacantes y sátiros, quienes, por el efecto del vino, bailaban y cantaban poseídos por el entusiasmo; elefantes, leones y tigres de la India venían acompañando al dios de la palabra. Los Triunfos, pues, celebran la llegada de la luz divina, que vence, «triunfa», deberíamos decir, sobre todos los demás elementos. De esta victoria de la luz sobre las tinieblas es precisamente de lo que hablan las profecías. El estudio etimológico de la palabra Triunfo nos conduce a una interpretación hermética de los Tarots, pues las imágenes que lo constituyen hacen referencia a la resurrección de Baco, dios de la palabra. En su trabajo sobre los Tarots, E. d’Hooghvorst llega a conclusiones parecidas. Dice así:

"El origen de la palabra Tarot es mal conocido. [...] Taroté se decía antiguamente de una superficie dorada con hojas, cuando estaba troquelada o grabada con un estilete o un punzón para imprimir un dibujo en el oro. [...] Estas láminas de oro grabadas y pintadas, ¿acaso no hacen referencia a la Filosofía del Oro Sabio, u Oro del Templo, por el cual los profetas profetizaron? [...] La intención de los antiguos imagineros era ver, en los tarots, la imagen de un cielo terrestre llamado también firmamento o espejo de oro."

Otro argumento que favorece la interpretación que relaciona los Tarots con una cierta forma de profecía, lo encontramos en los primeros documentos conocidos que hacen referencia al juego de cartas, pues las denominan naibbe, ‘naipes’, palabra de origen semítico. En una crónica del siglo XV se lee: «En el año 1379, llega a Viterbo el juego de cartas, venido de los sarracenos, que llaman naib.» En castellano todavía se llama naipes a las cartas de jugar, que tiene su origen en la raíz semítica nub, que significa ‘crecer, producir frutos’ y también ‘decir, pronunciar’; de esta raíz procede también la palabra nebua, ‘profeta’. Así pues, no es especialmente aventurado afirmar que los naipes tuvieran que ver con una cierta forma de profetizar. Este posible sentido de los primeros Tarots se confirma por el uso que posteriormente se les ha dado en la adivinación, como cartomancia, pues por medio de las cartas se puede leer el futuro. La predicción es la función menor de la profecía. Otra referencia que conviene tener en cuenta para reforzar esta hipótesis es la publicación, en 1550, de un libro de adivinación veneciano, llamado Le ingeniose sorti, de Francesco Marcolino. Sobre él ha escrito G. Mandel:

"Las páginas de este delicioso tratado, muy ilustrado, que nos recuerdan el I’ Ching por su manera de pronunciar oráculos, parecen ser secuencias de láminas del Tarot y sus ilustraciones son del mismo género que las del Tarot de Mantegna".
Para concluir este apartado recordemos los tres niveles utilitarios que puede tener un juego de cartas. En primer lugar, se trata de un sistema de combinaciones que permite un juego de entretenimiento.29 En segundo lugar, sirve para presagiar la «buenaventura», es decir, para predecir el futuro: es la cartomancia. Y, en tercer lugar, tienen una función profética, pues las diferentes imágenes describen el conjunto del Universo hermético

Al margen del significado generado por su ubicación y coordinación en el conjunto, que veremos más adelante, cada una de las láminas tiene en el Tarot un valor simbólico intrínseco. León Hebreo, un judío hispánico que recogió la tradición clásica y la tradición cabalística, propone en sus Diálogos de amor cuatro interpretaciones posibles de los mitos, extensibles, sin duda, a las imágenes simbólicas de las cartas: la primera, literal, a modo de corteza exterior, que cuenta historias dignas de recordar; la segunda, más interna, más cerca de la médula, la moral, ejemplo para la vida humana, que alaba las buenas acciones y condena las malas; la tercera, más escondida, oculta bajo las mismas palabras, la que nos da a conocer las cosas de la tierra y el cielo, astrológicas o teológicas; por fin, como en el mismo corazón de la fruta, bajo tanta corteza, quedan otras significaciones científicas, sentidos medulares que llamamos alegorías. Para León Hebreo, los antiguos sabios que inventaron las fábulas lo hicieron:

"porque estimaban que era odioso a la naturaleza y a la divinidad el manifestar sus excelentes secretos a cualquier hombre; y en esto han tenido razón, porque difundir demasiado la ciencia verdadera y profunda es ponerla en manos de los ineptos, en cuya mente se estropea y adultera, como le ocurre al buen vino en un mal recipiente."
Los sabios renacentistas escondieron misterios profundos en cada uno de los temas iconográficos. Al respecto explica Geber, el alquimista:
"Los antiguos ocultaron los secretos de la Naturaleza no sólo en los escritos, sino también mediante numerosas imágenes, caracteres, cifras [...]. Y no eran comprendidos sino por quienes tenían conocimiento de tales secretos."

En el mismo sentido se dirige la enseñanza de J. d’Es­pagnet cuando escribe:
"Los Filósofos se explican más a gusto y con más energía por medio de un discurso mudo, es decir, por medio de figuras alegóricas y enigmáticas [...] que han resumido y explicado muy claramente los misterios de los Antiguos, de manera que casi no es posible poner la verdad delante de los ojos con mayor claridad."

El secreto de cada lámina consiste en que, a partir de ellas, es posible evocar el Principio universal. Dicho de otro modo, a través de cada parte de la creación del mundo visible, se puede llegar a conectar con el Creador. Las partes de la Naturaleza, o las cartas del Tarot, pueden desvelar aquello que los renacentistas deseaban sobre todas las cosas: el conocimiento de la Divinidad. La lectura correcta de las láminas estribaría, pues, en reconocer el secreto divino que late detrás de cada una de las imágenes. Esta relación entre el conjunto de la creación y el Creador, por medio de los símbolos particulares de cada lámina, la enseñó Hermes Trismegisto:


"Dios crea todas las cosas por sí mismo, por su acción, y todas las cosas son partes de Dios: luego, si son todas partes de Dios, Dios es con seguridad todas las cosas. Creando pues todas las cosas, Dios se crea a sí mismo, siendo imposible que cese jamás de crear puesto que no puede tampoco dejar de ser."

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