sábado, 3 de septiembre de 2016
El Zoo Humano Madrileño.
El término de zoo humano describe una actitud cultural de
supremacía racial, que, según algunos investigadores, prevaleció en los
imperios coloniales hasta la Segunda Guerra Mundial.
Fue popularizado por la
publicación en 2002 de la obra Zoológicos humanos, escrito por varios
historiadores franceses especialistas del fenómeno colonial. Las exposiciones
coloniales fueron la ocasión de presentar al público de la metrópoli una
muestra de los diferentes pueblos colonizados, puestos en escena, en situación
forzada en un ambiente reconstruido.
Uno de los primeros antecedentes de los zoológicos humanos
fue la colección de Moctezuma en México, la cual no solo consistía en un
auténtico zoológico, lleno de diversos animales importados de toda Mesoamérica
y Aridoamérica, sino que también exhibía a personas poco comunes como enanos,
albinos y jorobados. En el Renacimiento, los Médici, crearon una importante
colección de animales en el Vaticano. En el siglo XVI, el cardenal Hipólito de
Médicis tenía una colección de gente de diferentes razas. Él mismo dijo que
entre sus "bárbaros" se escuchaban hasta 20 idiomas, ya que tenía
entre su "colección", moros, tártaros, indios, turcos y africanos.
Una de las primeras exhibiciones públicas de humanos fue la
exhibición de P.T. Barnum de la mítica supercentenaria de 161 años, Joice Heth
el 25 de febrero de 1835 y, luego, los siameses Chang y Eng Bunker. Sin
embargo, la noción de la curiosidad sobre otros humanos tiene una historia tan
larga como el colonialismo. Por ejemplo, Cristóbal Colón lleva indígenas de sus
viajes al Nuevo Mundo a la corte castellana en 1493. Otro famoso ejemplo fue
Sara Baartman de la nación nama, con frecuencia referenciada como la Venus
hotentote, que fue lisa y llanamente exhibida en Londres hasta su deceso en
1815. Durante los 1850s, Máximo y Bartola, dos niños microcefálicos de El
Salvador se exhibieron en Estados Unidos y en Europa bajo los nombres de
"niños aztecas" y "liliputienses aztecas". Sin embargo, los
zoos humanos se volvieron comunes solo en los años 1870, o sea a mediados del periodo
del Nuevo Imperialismo.
El Parque del Buen Retiro de Madrid fue escenario en mayo
del año 1887 de un zoo humano en el que a los madrileños se les mostraba cómo
eran los filipinos, pero no fue el único recinto de exhibición en España: en
Barcelona se podían ver “negros salvajes”. El inventor de este nuevo negocio,
que data de 1874, es el mercader de animales Carl Hagenbeck, que quiso abrir
fronteras empresariales incorporando en su listado animal a samoanos
(Polinesia) en 1874. Dos años después incorporó a nubios (Egipto), que hoy día
protagonizan visitas turísticas especiales para los viajeros de cruceros en el
Nilo ayudando a la economía egipcia, por sus características diferenciales
físicas (piel más morena y labios más finos que los del resto de egipcios y
ojoz más azulados) y su lengua propia. Por unas decenas de euros uno puede ver
cómo viven y aprender las reglas básicas de su idioma aunque poco tiene que ver
con las exposiciones del siglo XIX. En aquel tiempo, llegaron al Retiro 43
indígenas filipinos junto a “algunos igorrotes, un negrito, varios tagalos, los
chamorros, los carolinos, los moros de Joló y un grupo de bisayas”, como recoge
el investigador Christian Báez Allende en su libro Zoológicos Humanos:
fotografías de fueguinos y mapuche.
Fueron expuestos junto a la Casa de Fieras.
La prensa de entonces, concretamente el diario El Imparcial, escribió al
respecto: “En su constitución, en su aspecto, en su lenguaje, en sus maneras,
en sus costumbres en su color y hasta en sus trajes, esos compatriotas nuestros
difieren grandemente de los filipinos más civilizados y hasta ahora conocidos”.
Estas personas fueron tratadas en Madrid mejor que en el resto Europa. La
documentación recogida por el investigador apunta que se les permitió entrar en
el Palacio Real de Madrid y que fueron recibidos en audiencia por la infanta
Isabel y la regente María Cristina, para después volver de vuelta a casa en
barco ya que fue denegado su “préstamo” a una exposición parisina. Gracias a
ello, ‘sólo’ murieron cuatro de 43 filipinos, un número inferior al que solía
tener lugar en este tipo de giras.
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