El abuelo juró castigar al joven, su propia carne y sangre, por el horrendo crimen que había cometido… contra su propia carne y sangre.
El hijo entregó las entrañas a su madre para que se las cocinara. Como no se ablandaban, la señora sospechó y avisó al abuelo.
El látigo, el ají y el perro entran a escena igualmente en esta historia. Son las armas con las que el llanero se defiende de El Silbón, pues huye de ellas como de la peste.
Se cree que le succiona el ombligo a los borrachos. Y que para con los mujeriegos, no tiene piedad: que cuando tropieza con uno, lo vuelve pedacitos y le saca los huesos.
Otra tradición señala que El Silbón se presenta en las casas, de noche, a contar los huesos que lleva en el saco. Si nadie lo escucha, alguien de la familia muere al día siguiente.
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