En esta aventura le acompañaba un notable ejército, aumentado con soldados procedentes de las tierras que iba conquistando a su paso. Pero había un núcleo central compuesto por macedonios, como él, que ansiaban regresar a casa. Habían acompañado a su lider durante más de dos años y echaban de menos a sus familias.
Tras una discusión, Alejandro accedió a su regreso. Lo harían en barcos capitaneados por el almirante Nearco, quien los transportaría por el Golfo Pérsico y de allí al Mediterráneo. Pero jamás volvieron a ver a sus mujeres e hijos. Aquella flota desapareció de forma intrigante. Los estudiosos han planteado distintas teorías para explicar este suceso. Una de ellas señala como culpable a una feroz tormenta, que se habría llevado a las embarcaciones a las profundidades. Esto resulta bastante improbable, ya que hablamos de varias decenas de barcos. Otra hipótesis apunta a que las naves se perdieron al no conocer aquellas aguas, equivocando la ruta y adentrándose en la península de Malasia. Incluso algunos investigadores especulan que quizá alcanzaron las islas de Tahití o Hawai, apoyándose en la similitud existente entre algunas palabras del hawaiano y del griego clásico. Tal es el caso del término águila, aeto en el idioma de esas islas y aetos en la lengua de Homero. Lo único cierto es que de aquella inmensa flota compuesta por cientos de hombres no hubo más noticias. Sí parece cierto que la mar ha sido un terreno muy proclive para este tipo de sucesos. Más misteriosas aún fueron las desapariciones de tripulaciones tan numerosas como la del Cyclops o la del Marine Sulphur Queen. El primero era un buque americano de 19.600 toneladas que, tras zarpar el 4 de marzo de 1918 de las Islas Barbados, jamás llegó a su destino. El navío, de 542 pies de largo, era una de las mayores embarcaciones de su tiempo. Constaba de una tripulación de 306 hombres y dejó de dar señales de vida poco después de su partida. Ni siquiera se recibió señal de socorro y tampoco se encontró un sólo resto del barco flotando a la deriva.
Se barajó la hipótesis de un ataque de submarinos alemanes, pero los archivos consultados demuestran que ninguno operaba por aquella zona en esa fecha. Es más, estos navíos tenían por costumbre informar por radio de sus ataques a grandes barcos enemigos, y en esta ocasión nada de ello se produjo.
También se sugirió que quizá el barco chocara contra una mina o que una tormenta hubiera provocado su hundimiento. Pero se comprobó que no había minas en aquellas aguas y que el tiempo era idóneo para la navegación en la fecha de su desaparición. Además, en ambos casos el capitán habría dispuesto de tiempo suficiente para emitir una señal de SOS, cosa que nunca ocurrió.
Algo semejante sucedió con el buque SS Marine Sulphur Queen, del que no se tuvo más noticia después de que en la mañana del 4 de febrero de 1963 mandara un mensaje de rutina cuando se encontraba a unos 200 kilómetros de Cayo West, en Florida (EE UU). Los posteriores intentos de contacto fracasaron y los 39 marineros que formaban la tripulación pasaron a engrosar la tenebrosa lista de las desapariciones de alta extrañeza.
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