Varuna era el jefe de los Aditias y amo del panteón védico; el Urano de los hindúes. Resplandeciendo con sombría claridad, Varuna estaba en conexión con la Luna, depósito del licor sacrificial, el Soma. Él velaba por la conservación de esta ambrosía a través de las alternativas de crecimiento y decrecimiento del astro de la noche. Como, además, la Luna era una de las moradas de los muertos, Varuna compartía con el primer difunto, Yama, el título de rey de los muertos.
Varuna tenía el Cielo por vestido, no conocía el sueño y nada escapaba a su vigilancia, pues sus oídos eran las estrellas y éstas eran innumerables. De su garganta manaban las siete corrientes de agua celestial, fuentes de todos los ríos de la Tierra. Dios de las Aguas y de la Verdad, enviaba la hidropesía como castigo a los malos: “Pues el Mal es la Mentira, y no hay otro bien que el Bien, que es la Verdad”.
A Varuna se le representaba como un hombre blanco montado sobre un monstruo marino, el Makara, y con un lazo en la mano: alusión a su papel de justiciero. Se enamoró de la ninfa Urvasi al mismo tiempo que el Sol, Surya. Tuvieron un hijo famoso por su ascetismo: Agastia.
Soberano del orden, tanto físico como moral, Varuna está presente en todas partes. “Sigue la huella de los pájaros que vuelan por el cielo lo mismo que el surco del navío en las aguas”. Conocía el pasado y el porvenir. Era testigo de toda acción y presente estaba, asimismo, en toda convención. Ninguna autoridad igualaba a la suya. Pese a tanta excelencia y prerrogativas, en los himnos era ya un dios secundario.
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