De acuerdo a un canto dedicado a su reverenciada presencia, se sabe que vivía en el celestial y paradisiaco jardín Tlalocan, y que cuando culminaba la fructificación del maíz, retornaba a su plácido hogar. A su templo se le conocía como Chicometeótl iteopan y se le celebraban ritos principalmente en el mes de huey tzoztli o “la gran vigilia”. Los aztecas le dedicaban muchas ofrendas, consistentes más que nada en alimentos, que colocaban a los pies de los dioses particulares de las casas y de los templos. A la postre todo era llevado al templo propio de Chicomecoátl, en donde los alimentos eran degustados por los asistentes. Luego, en otra jornada, (en el mes de esta divinidad, el Ochpaniztli) los sacerdotes designados para llevar a cabo el ceremonial de la diosa Chicomecoátl, se disfrazaban con las pieles de los prisioneros cautivos, sacrificados un día antes y se situaban en las alturas de un templete desde donde lanzaban a la gente del pueblo, los fieles allí congregados, semillas de maíz y calabaza, de colores variopintos. Las hermosas doncellas que cuidaban del templo de la diosa, lucían brazos y piernas ornamentados con plumas, y sus núbiles rostros con marmaja. Ellas llevaban en la espalda siete mazorcas de maíz untadas de hule y protegidas con papel. Precisamente a partir de estas mazorcas se conseguían las semillas para el sagrado ritual del año venidero. Completando este ceremonial se ungía a una mujer joven que tenía el cometido de encarnar a la diosa Chicomecoátl. Portaba además, en la frente, una pluma verde, simbolizando una espiga de maíz; luego, al anochecer le cortaban la pluma junto a la cabellera y los ofrecían a la imagen de la diosa. Por la mañana, en el punto culminante de los festejos para Chimecoátl , se sacrificaba a esta joven y a varios cautivos sobre las mazorcas, en aras de la fertilidad y la prosperidad continua de las cosechas y del gran pueblo mexica.
sábado, 13 de marzo de 2010
Chicomecoatl, La Gran Diosa del Maiz
Chicomecoátl, palabra náhuatl que quiere decir “Siete Serpiente”, era el nombre de la gran diosa del maíz. Sahagún equipara a esta divinal figura con la Ceres de la Roma antigua, y acerca de ella destaca lo siguiente: “…era la diosa de los mantenimientos, así de lo que se come como de lo que se bebe… debió ser esta mujer la primera que comenzó a hacer pan y otros manjares y guisados. La pintaban con una corona de papel en la cabeza, y en una mano un manojo de mazorcas y en la otra una rodela con una flor de sol, su falda y blusón adornados con flores acuáticas”.
De acuerdo a un canto dedicado a su reverenciada presencia, se sabe que vivía en el celestial y paradisiaco jardín Tlalocan, y que cuando culminaba la fructificación del maíz, retornaba a su plácido hogar. A su templo se le conocía como Chicometeótl iteopan y se le celebraban ritos principalmente en el mes de huey tzoztli o “la gran vigilia”. Los aztecas le dedicaban muchas ofrendas, consistentes más que nada en alimentos, que colocaban a los pies de los dioses particulares de las casas y de los templos. A la postre todo era llevado al templo propio de Chicomecoátl, en donde los alimentos eran degustados por los asistentes. Luego, en otra jornada, (en el mes de esta divinidad, el Ochpaniztli) los sacerdotes designados para llevar a cabo el ceremonial de la diosa Chicomecoátl, se disfrazaban con las pieles de los prisioneros cautivos, sacrificados un día antes y se situaban en las alturas de un templete desde donde lanzaban a la gente del pueblo, los fieles allí congregados, semillas de maíz y calabaza, de colores variopintos. Las hermosas doncellas que cuidaban del templo de la diosa, lucían brazos y piernas ornamentados con plumas, y sus núbiles rostros con marmaja. Ellas llevaban en la espalda siete mazorcas de maíz untadas de hule y protegidas con papel. Precisamente a partir de estas mazorcas se conseguían las semillas para el sagrado ritual del año venidero. Completando este ceremonial se ungía a una mujer joven que tenía el cometido de encarnar a la diosa Chicomecoátl. Portaba además, en la frente, una pluma verde, simbolizando una espiga de maíz; luego, al anochecer le cortaban la pluma junto a la cabellera y los ofrecían a la imagen de la diosa. Por la mañana, en el punto culminante de los festejos para Chimecoátl , se sacrificaba a esta joven y a varios cautivos sobre las mazorcas, en aras de la fertilidad y la prosperidad continua de las cosechas y del gran pueblo mexica.
De acuerdo a un canto dedicado a su reverenciada presencia, se sabe que vivía en el celestial y paradisiaco jardín Tlalocan, y que cuando culminaba la fructificación del maíz, retornaba a su plácido hogar. A su templo se le conocía como Chicometeótl iteopan y se le celebraban ritos principalmente en el mes de huey tzoztli o “la gran vigilia”. Los aztecas le dedicaban muchas ofrendas, consistentes más que nada en alimentos, que colocaban a los pies de los dioses particulares de las casas y de los templos. A la postre todo era llevado al templo propio de Chicomecoátl, en donde los alimentos eran degustados por los asistentes. Luego, en otra jornada, (en el mes de esta divinidad, el Ochpaniztli) los sacerdotes designados para llevar a cabo el ceremonial de la diosa Chicomecoátl, se disfrazaban con las pieles de los prisioneros cautivos, sacrificados un día antes y se situaban en las alturas de un templete desde donde lanzaban a la gente del pueblo, los fieles allí congregados, semillas de maíz y calabaza, de colores variopintos. Las hermosas doncellas que cuidaban del templo de la diosa, lucían brazos y piernas ornamentados con plumas, y sus núbiles rostros con marmaja. Ellas llevaban en la espalda siete mazorcas de maíz untadas de hule y protegidas con papel. Precisamente a partir de estas mazorcas se conseguían las semillas para el sagrado ritual del año venidero. Completando este ceremonial se ungía a una mujer joven que tenía el cometido de encarnar a la diosa Chicomecoátl. Portaba además, en la frente, una pluma verde, simbolizando una espiga de maíz; luego, al anochecer le cortaban la pluma junto a la cabellera y los ofrecían a la imagen de la diosa. Por la mañana, en el punto culminante de los festejos para Chimecoátl , se sacrificaba a esta joven y a varios cautivos sobre las mazorcas, en aras de la fertilidad y la prosperidad continua de las cosechas y del gran pueblo mexica.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario