De allí justamente brotan las jubilosas figuras de las deidades prehispánicas, y de entre ellas destaca sobremanera la del gran dios Tezcatlipoca.
Su nombre quiere decir “espejo humeante” en náhuatl, pero también se le conoce como Telpochtli, es decir “el mancebo” ; o también Yoalli Ehecatl “viento nocturno” así como Titlacahua “ cuyos hombres somos “ y Moyocoyani “ que expresa “el que se inventa a sí mismo”.
Es realmente asombroso, el modo en el que este siniestro numen, Tezcatlipoca, se asemeja al Dionisos de los antiguos griegos: ambos se identifican en lo diverso, o más precisamente como un reflejo disperso, teniendo al espejo como uno de sus símbolos privilegiados, en el cual ambos dioses se contemplan llenos de fascinación; su esencia divina esparcida en terrenales existencias; ambos son el mancebo celestial, el joven maestro de otredades, de enigmas perennemente irresolutos que concentran el nombre secreto de la realidad en su ser complejo e infinito.
De Tezcatlipoca, el dios del espejo humeante, apunta Sahagún:
“era tenido por verdadero e invisible, el cual andaba en todo lugar, en el cielo, en la tierra, y en el infierno…y decían: él es el único que entendía acerca del regimiento del mundo, y que sólo daba las prosperidades y las riquezas, y que él sólo las quitaba cuando se le antojaba.”
A Tezcatlipoca se le representaba como un joven con taparrabo y el rostro y las piernas pintadas a rayas. En la cabeza ostentaba un tocado de pedernales, también orejeras de oro en espiral. Además lucía brazaletes de plumas preciosas y muy coloridas. En la espalda cargaba un adorno elaborado de plumas de quetzal, así como un escudo en la mano, también de plumas y una bandera ritual de papel.
Tezcatlipoca es una de las deidades más veneradas y fascinantes de todo el mundo prehispánico.
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