Cuenta una de esas leyendas que hace mucho tiempo, durante la lejana época en que los escandinavos asolaban las costas de las Islas Británicas, dos piratas daneses fueron a dar con sus drakkars a Solway Firth. Las panzas de los barcos ya rebosaban oro y joyas, por lo que sus capitanes decidieron fondear allí y proporcionar a su gente una merecida noche de descanso.
Desde la costa, los lugareños miraban con temor hacia los dos barcos de guerra. Muchos se juntaron en las iglesias para rezar, rogando a Dios que les librase de la ira de los hombres del norte. Y tal vez el Señor escuchó sus plegarias, porque esa misma noche se desató una terrible tormenta que hundió los dos drakkars junto a toda su tripulación.
Los habitantes de Solway Firth celebraron el naufragio como un acto de justicia divina. Sin embargo, la muerte no iba a ser obstáculo suficiente para detener a los vikingos: aparecieron pronto personas que afirmaban haber visto durante las noches de cielo despejado a los dos barcos de guerra navegando por el brazo de mar, con el viento hinchando sus velas y la luna reflejándose en los escudos de sus tripulantes.
Ningún lugareño se atrevió nunca a acercarse a las apariciones, hasta que mil años después, a principios del siglo XVIII, dos muchachos lo intentaron en un pequeño bote. Cuando ya estaban casi a su altura, los drakkars se hundieron de forma súbita, arrastrando con ellos la lancha de los dos jóvenes. Según la leyenda, sus restos no volvieron a salir a la superficie, y tampoco los barcos espectrales.
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