lunes, 7 de enero de 2019
El Mensaje Cabalístico de La Biblia
La palabra «Cábala»
aparece asociada en la mente de todo el mundo a la idea de lo
misterioso y enigmático en extremo, como si en ella estuviera
ence-rrado el más recóndito de los secretos. Pocas palabras hay que
sugieran como ésta lo impenetrable, el lenguaje cifrado y esotérico,
el arcano de lo que rebasa la comprensión normal.
¿Hasta qué punto
resulta justificada tal concepción? Trataremos de comprobarlo en las
líneas que siguen.
Kabbalah quiere
decir en hebreo «Tradición». Designa la Gnosis judía, que ha sido
transmitida oralmente desde tiempo inmemorial a través de una cadena
iniciática. Es, por tanto, el cauce doctrinal que recoge las más
profundas y elevadas enseñanzas de la religión mosaica, su reensaje
secreto. En ella se encierra la sabiduría oculta y suprema del
judaismo. En este sentido, la Cábala viene a Ser a la tradición
judía lo que el sufismo o Tasawwuf a la tradición islámica, la
otra gran rama, junto con el cristianismo, del común tronco
abrahámico.
La Cábala se basa
en interpretaciones simbólicas y esotéricas de la Biblia, manejando
sobre todo, para esta su exégesis esotérica de los textos bíblicos,
el simbolismo de las letras, los números y las palabras. El
reconocimiento de la fuerza mística, mágica y creadora de la
palabra, ya sea oral o escrita, es uno de los rasgos distintivos de
la doctrina cabalística. De ahí que la Cábala haya podido ser
conceptuada como una «mística del lenguaje». Para la doctrina
cabalística, el Universo está formado por letras, que determinan la
verdadera naturaleza de las cosas: cada mundo es un alfabeto escrito
por la mano de Dios.
El estudio de las
letras y la combinación de sus equivalencias aritméticas desempeña
un papel capital en la especulación cabalística. Hay que tener en
cuenta que las letras del alfabeto hebreo, además de su simbolismo
gráfico, tienen unos valores numéricos que los sabios cabalistas
saben aprovechar, con inigualable maestría, para desentrañar el más
hondo significado de cada término y de cada frase de las Sagradas
Escrituras.
Hay quienes han
creído ver en la doctrina esotérica cabalista algo así como el
fundamento doctrinal de la subversión secreta universal, el elemento
inspirador de una supuesta conspiración judeo-masónica; es el caso,
por ejemplo, del conocido prelado chileno Monseñor Meurin. Pero no
hay nada en la doctrina cabalista que pueda dar pie a semejante
hipótesis, ni que induzca a pensar en intenciones ocultas de los
maestros esotéricos hebreos. No se ve cómo una doctrina espiritual
ortodoxa como la Cábala, cuyo contenido es fundamentalmente de
índole metafísica y teológica, pueda servir de base para ninguna
acción corrosiva y destructiva. La Cábala no sólo no tiene nada
que ver con la subversión ni con el ocultismo, sino que es una de
las más excelentes formas de expresión de la Tradición Universal.
Semejantes concepciones obedecen tanto a un desconocimiento del
mensaje de la Cábala como a una malinterpretación del fenómeno
esotérico, y suelen estar motivadas no pocas veces por una visceral
hostilidad hacia el pueblo judío, coaligada con la intransigencia de
una mentalidad exotérica que pretende emitir juicios sobre el mundo
del esoterismo sin estar en absoluto cualificada para ello.
Origen de la
doctrina cabalista
La formulación de
la doctrina cabalista tal y como hoy la conocemos suele ser atribuida
al rabino Simeón ben Yohal, del siglo II. al que se supone autor del
Zohar, «El Libro del Esplendor», uno de los textos básicos de la
Cábala.
Según refiere una
antigua tradición, Simeón ben Yohai, discípulo del rabino Ariba,
que había sido condenado a muerte por los romanos ante su rebeldía
a acatar la autoridad de Roma y su negativa a revelar algunos de los
secretos de la Ley hebrea, redactó el Zohar en el interior de una
cueva en la que se refugiara para huir de la persecución romana y
evitar así sufrirla suerte de su maestro {no pasará desapercibido
el significado de la cueva como símbolo del centro y del corazón,
lugar de la iniciación y del renacimiento interior, donde se hallan
guardados los ocultos tesoros). El Zohar, en el que Yohai recogió
todas las enseñanzas recibidas de los maestros del pasado,
permaneció oculto durante siglos, custodiado y estudiado en secreto
por una minoría de iniciados en los misterios, la élite espiritual
del pueblo judío, hasta que, llegado el momento propicio, salió de
nuevo a la luz en la España del siglo XIV para no ocultarse ya
jamás.
Es interesante
constatar que la Cábala tuvo una de sus más brillantes épocas de
florecimiento precisamente en Sefarad, en España. Fue, en efecto,
entre la judería española donde vivieron algunos de los más
destacados representantes de la enseñanza cabalística de todos los
tiempos. Figuras tan destacadas como Moisés de León, Ezra de Gerona
o Salomón Ibn Gabirol. Fue precisamente Moisés de León, que vivió
en Granada entre 1250 y 1305, quien redescubrió y reelaboró el
Zohar, siendo por ello considerado como el autor de dicha obra.
El otro gran centro
cabalístico, que adquiere relieve sobre todo a raíz de la expulsión
de los judíos de España en 1492, fue la aldea palestina de Safed,
en la Alta Galilea, donde en el siglo XVI enseñó el gran maestro
Moisés Cordovero, cuya labor sería continuada por su eminente
discípulo Isaac Luna, llamado «el León» (Ar). La mística Safed,
verdadero faro sapiencial a lo largo de varios siglos, sigue siendo
todavía en nuestros días un importante centro espiritual y
esotérico para la cultura israelita.
El Árbol sefirótico
Toda la doctrina
cabalística gira en torno a la imagen del Árbol sefirótico,
diagrama geométrico que encierra toda una descripción gráfica y
simbólica de la Realidad divina, con su inmensa e inagotable gama de
dimensio-nes, aspectos y cualidades, desde aquellos que hacen
referencia al Ser Creador y su proyección sobre el universo
manifestado. El Arbol sefirótico es, pues, un intento de representar
lo irrepresentable, de describir lo que está más allá de toda
descripción.
Este Árbol místico
y metafísico se halla formado por una serie de núcleos o puntos
luminosos, representados por círculos que llevan inscrito su nombre
en caracteres hebreos, dispuestos en forma jerárquica y unidos entre
sí por numerosos canales, arterias o rayos que ponen de relieve las
relaciones y vínculos existentes entre todos ellos. Son las
sefiroth, que representan las diversas cualidades divinas. El término
seflroth es el plural de la palabra hebrea sefirah, derivada
probablemente de safir, «zafiro» -lo que vendría a subrayar el
apuntado simbolismo luminoso e irradiante-, y que podría traducirse
como «emanación», «potencia», «principio» o «numeración».
Las sefiroth son un
total de diez, número simbólico que viene a expresar la perfección,
la plenitud y la totalidad. Bastará recordar la correspondencia que
los diez sefiroth guardan con los diez mandamientos de la Ley
Mosaica, punto éste en el que los maestros cabalistas hacen especial
hincapié. Según los textos cabalísticos, cada sefirah está
construida por diez luces, reflejándose en cada una de ellas -como
lo indica ese número diez- el resto de las sefiroth, con lo cual la
totalidad del Arbol está presente en cada una de sus partes.
Las tres primeras
sefiroth son Kether (Corona), Hokhman (Sabiduría) y Binah
(Inteligencia), que forman la «Trinidad suprema», la Esencia divina
o causa primera, anterior a cualquier proceso creador. A continuación
nos encontramos con la «Tríada creativa», integrada por las
sefiroth Hesed («Gracia»), Geburah («Severidad») y Tifereth
(«Belleza»), triada de la cual arranca el proceso creador. Las tres
sefiroth siguientes -Netsan («Victoria»), Hod («Majestad») y
Yesod («Fundamento») constituyen el «Triple poder ejecutivo» de
la Divinidad, por medio del cual Dios impone el orden y rige todo lo
creado. Estas seis de naturaleza creativa y ejecutiva son llamadas
por la Cábala «las sefiroth activas de la construcción cósmica»,
por ser las que configuran los arquetipos de la Creación y a través
de los cuales Dios crea o se manifiesta. La décima y última sefirah
es Majkhuth, «el Reino», o «la Realeza», la Causa final, la
Inmamencia y Omnipresencia de Dios en el Universo; lo que la
tradición hebrea designa como Shekhinah.
El Árbol sefirótico
es el Árbol de la Vida, el árbol del que brota toda la vida cósmica
y supra~cósmica. Un árból in~ vertido, como en el que tan
frecuentemente aparece en todas las mitologías, cuyas raíces están
en lo alto y las ramas y frutos abajo. La raíz es Jo Infinito de
donde parte todo y donde todo tiene su principio y fundamento; el
fruto es el mundo de lo creado, con toda su riqueza y magnificencia,
que no hace sino reflejar el esplendor de las sefiroth.
La estructura del
Arbol sefirótico se refleja en la totalidad de la Creación,
contemplada por los textos cabalísticos como «la sombra de Dios».
Como indicaba el rabino Moisés Luzzatto, cuya enseñanza se
desarrolló en el siglo XVII la existencia universal es «una
sucesión de condensaciones de la esencia de la Luz», esa esencia
luminosa que da unidad al organismo espiritual constituido por las
sefiroth.
Nos hallamos, pues,
ante una doctrina que va más allá de una simple construcción
teológica, y por supuesto de cualquier construcción antropomórfica,
para penetrar en los más recónditos misterios no sólo de lo
Absoluto y Supremo, sino también en las leyes secretas que rigen el
orden del Cosmos.
El Hombre
Arquetípico o Adám Kadmón
La imagen del Árbol
sefirótico es representada muy a menudo bajo figura humana. Imagen
que encuentra su fundamentación en la equiparación simbólica entre
hombre y árbol, que es propia no sólo de la tradición judía sino
de la Tradición Universal, ya sea hindú o germánica, druídica o
piel roja.
En este sentido, el
Arbol sefirótico se convierte en la plasmación gráfica de lo que
la terminología cabalística llama el Adam Kadmón, el «Hombre
Universal» u «Hombre Arquetípico», que encarna la plenitud de la
naturaleza humana, hecha a imagen y semejanza de Dios. El Adam Kadmón
es descrito por el Zohar como «un árbol grande y poderoso, cuya
copa alcanza el Cielo, fuente de toda luz espiritual».
En esta figura
humana arborescente y sefirótica las distintas sefiroth son
colocadas en correspondencia con las diversas partes del cuerpo
humano, cada una de las cuales tiene una valencia mística muy
particular para la cosmovisión del esoterismo hebreo. Las tres
primeras sefiroth se corresponden simbólicamente con la cabeza,
quedando Kether (la «Corona») situada en la parte superior o en lo
que la doctrina cabalista llama el «cerebro oculto», mientras que
las dos sefíroth siguientes, Hokhmah (la «Sabiduría») y Binah (la
«Inteligencia») se asimilan a los lóbulos derecho e izquierdo del
cerebro respectivamente, o también a los ojos derecho e izquierdo.
Las dos sefiroth del nivel medio, Hesed (la «Gracia») y Geburah (la
«Severidad») son identificadas con los brazos, siendo la «Gracia»
el brazo derecho y el «Rigor» el brazo izquierdo. Convendrá
recordar, a este respecto, que los lados derecho e izquierdo han sido
siempre considerados en la simbología universal como la
representación respectiva de lo benéfico y lo nefasto, lo recto y
lo siniestro, lo propicio y lo desfavorable.
La sefirah central,
Tifereth, la «Belleza», es el corazón, el núcleo o sol del
cuerpo. Como indica Leo Schaya, uno de los mejores conocedores de la
doctrina cabalística en el presente siglo, Tifereth encarna la
plenitud, unión y armonía de todas las posibilidades. Las dos
sefiroth del nivel interior, Netsah (la «Victoria») y Hod (la
«Gloria»), se corresponden con las piernas, siendo la «Victoria»
el muslo derecho y la «Gloria» el muslo izquierdo. Por lo que se
refiere a la sefirah central Yesod (el «Fundamento»), situada entre
los dos muslos, es el falo o miembro viril, «el órgano generativo
masculino», como observa Leo Schaya. Por último, la sefirah número
diez, Malkhuth (el «Reino»), como aspecto del que brota la
manifestación cósmica y que está permanentemente en contacto con
la Tierra, es equiparada a los pies, que están siempre en contacto
con la tierra.
En esta su
aplicación al hombre, el Arbol sefirótico muestra que todo en el
ser humano es susceptible de espiritualización. El hombre debe
realizar en su propio ser esa unidad armónicamente jerarquizada que
aparece plasmada en la figura del Árbol divino de vida y de luz.
Para ser auténtico «Árbol de vida», el hombre ha de descubrir y
actualizar ese misterio sefirótico, que porta dentro de sí, como un
luminoso tesoro que espera a ser encontrado.
El Tetragramaton,
Nombre perdido
En la Cábala, y en
la religión judía en general, juega un papel de primer orden el
concepto de Shem o «Nombre divino», cosa plenamente lógica dada la
importancia que para el esoterismo hebreo tiene todo lo relacionado
con el misterio de las letras y las palabras. La meditación sobre el
«Nombre de Dios» constituye precisamente uno de los pilares de vía
iniciática cabalística.
Forma suprema de
dicho Shemes el Tetragrama o Tetragramaton del griego cuatro (tetra)
y «letras» (gramaton)-, nombre formado por cuatro consonates: una
yod (Y), dos he (H) y una vav (V). De la combinación de estas cuatro
letras resulta la palabra YHVH, el «Nombre Santo» o Yahavah (según
su lectura literal), núcleo de la religión judía, que en la Cábala
es denominado Shem herma forash, «nombre completo» o el «nombre
explícito».
Dicho «Nombre
Sagrado» suele transcribirse por Jehovah o Yahveh; tal descripción
no pasa a ser, sin embargo, una restauración hipotética y
aproximativa, que no coincide en absoluto con la pronunciación
auténtica y original. En realidad no se sabe cuáles son las vocales
que unían esas cuatro consonantes ni, por tanto, cómo debe
pronunciarse ese nombre. Según enseñan los maestros cabalistas, la
pronunciación del Tetragramaton quedó olvidada ya en tiempos
remotos, probablemente desde la destrucción del templo, lo que viene
a indicar una cierta involución, caída o eclipse espiritual.
De ahí que la
palabra YHVH, en la que se encerraban todos los misterios de la
religión hebrea y el poder salvador comunicado por Dios al pueblo
elegido, sea designada en la tradición judía como la «Palabra
perdida». Sólo algunos elegidos conocen la pronunciación exacta
del Tetragramaton o «Nombre completo». Fuera de ellos nadie puede
pronunciarlo, lo que viene a quedar subrayado por una prohibición
expresa de la ley religiosa exotérica en la que se veta a los
espiritualmente caídos el invocar el «Nombre de Dios».
En el culto
exotérico de la religión judia el «Nombre completo» fue
reemplazado por otros nombres que en la Biblia son también
atribuidos a Yahveh, como los de Adonal, El Shaddai o Elohim. En
sustitución del nombre completo de las cuatro letras se emplea
también a veces la mitad del Tétragramaton, el llamado «Nombre de
las dos letras», YH, que se pronuncia Yah.
La recuperación de
la «Palabra perdida» o «Nombre olvidado» es una de las metas de
la disciplina cabalística, teniendo su exacto paralelismo dentro de
la tradición cristiana en la empresa iniciática de búsqueda del
Santo Grial.
La recuperación del
«Nombre perdido» exige, como condición previa, la purificación de
todos los sentidos, y la contemplación del mismo entraña, a su vez,
el restablecimiento de la integridad que el hombre perdió con la
celda primordial, al distanciarse de Dios, Arbol de la Vida y
Arquetipo de su ser.
El misterio del
Gólem
Para muchos, la
simple mención de la Cábala evoca la imagen del Gólem, el
enigmático hombre artificial creado por medio de artes mágicas de
que nos hablan múltiples leyendas judías, siendo la versión más
conocida, aunque algo deformada por aportaciones extrañas a la
tradición hebraica, la transmitida por Gustav Meyrink en la novela
que lleva precisamente por titulo «Der Golem». En realidad el tema
golémico es algo muy marginal en la doctrina cabalística,
correspon-diendo más bien al mundo de la leyenda y los relatos
populares. Pero no estará de más decir algunas palabras acerca del
mismo, dado el interés que tal tema despierta por lo general.
Según el más
frecuente y conocido de los relatos legendarios relativos al gólem,
un rabino de Praga, valiéndose de sus conocimientos mágicos, se
construyó un ser de aspecto humano con el propósito de que le
sirviera como criado en las más diversas tareas, para lo cual cogió
un masa de barro y, después de darle forma humana, grabó en su
frente el shem o nombre vivificante de Dios, con lo cual éste empezó
a gesticular y moverse. Dado que la religión judía prohíbe el
trabajo en sábado, en la víspera de cada sábado el rabino borraba
de la frente de su goem el nombre de Dios que le daba la vida y al
instante quedaba reducido a un informe e inerte montón de barro. En
cierta ocasión, sin embargo, al llegar el sábado, el rabino olvidó
quitarle el shem a su semihumana criatura. Al atardecer, ésta,
escapando al control de su amo, que se hallaba rezando en la
sinagoga, y quizá ensordecida por su propia fuerza y por el deseo de
liberarse del dominio a que estaba sometida, sufrió un acceso de
cólera y, saliendo a la calle, empezó a sembrar el terror en la
población. Con su inmensa fuerza sacudía las casas y destruia todo
lo que encontraba a su paso. La pesadilla no acabó hasta que el
rabino, llamado por sus conciudadanos, acudió apresuradamente y
privó al gólem del nombre divino, con lo que éste se desplomo sin
vida como una estatua sin pedestal.
Otra versión muy
antigua nos cuenta cómo un rabino que había conseguido forjar un
gólem, lo envió a casa de otro rabino amigo suyo. Este último,
sorprendido ante la presencia del extraño ser, le preguntó quién
era e intentó hablar con él, pero todo fue inútil, pues no obtuvo
ninguna respuesta, ya que el gólem no podía hablar, lo que le hizo
comprender que no se hallaba ante un ser humano sino ante una
criatura tan extraña como potencialmente peligrosa.
El golem viene a
ser, pues, una especie de zombi o autómata dotado de vida, aunque
una vida muy precaria, que se podria decir es más bien apariencia de
vida. El hecho de que semejante criatura aparentemente humana pueda
andar y moverse, pero no esté dotada de la palabra, prerrogativa del
ser humano, es señal inequivoca de que no se trata de un verdadero
hombre, que sólo puede ser creado por Dios, sino de un ser ficticio
e inconsistente, surgido de la mano del hombre. Es interesante
constatar que, en la lengua hebrea, el término gólem lleva conexo
el significado de lo caótico, lo tosco y crudo, lo que todavía no
ha recibido la plenitud de forma. Según una vieja obra rabínica,
Dios «comenzo su Creación nada más y nada menos que con el hombre,
al que creó como un gólem; cuando se preparaba a infundirle el
alma, temiendo que pretendiera ser su compañero en la obra creadora
del mundo, decidió dejarlo en su estado de gólem, sin terminar,
hasta haber creado todo lo demás».
En semejante imagen
parece haberse inspirado la figura del "homúnculo" de
Paracelso y Goethe, vinculada a concepciones alquímicas, o, incluso,
la del monstruo de Frankenstein.
Como procedimiento
para la fabricación de un gólem algunos textos antiguos recomiendan
pronunciar todas las letras del alfabeto hebreo sobre cada uno de los
miembros del conglomerado de barro con forma de cuerpo humano,
pronunciándo-las de manera muy especial y uniéndolas además con
alguna de las cuatro letras del Tetragramaton.
En el tema del gólem
confluyen tres motivos: por un lado, el de los tre-mendos poderes que
otorga la ciencia cabalística; en segundo lugar, la referen-cia al
peligro de la voluntad prometeica que pretende ser como Dios,
llegando incluso a arrogarse el poder de crear lo que sólo a Dios
corresponde (el tema del aprendiz de brujo, incapaz de controlar el
proceso mágico que inconsciente y engreidamente ha desencadenado) y,
por último, la alusión al proceso transformador interior, que
supone el nacimiento, forja o creación de un hombre nuevo.
El don perdido
Por lo que se
refiere al primer aspecto, el del poder mágico y creador que puede
llegar a alcanzar el iniciado en la sabiduría de la Cábala, hay que
señalar que, según el esoterismo judío, dicho poder es en realidad
un don o atributo natural de la condición humana, perdido a
consecuencia del pecado, no siendo sino proyección y reflejo del
poder mágico y creador de Dios. El iniciado no hace sino recuperar,
gracias a la ciencia sagrada, ese poder del que disfrutara Adán, el
primer hombre, en virtud de su deiformidad. La Creación entera es
una obra de la magia divina; vive gracias a los nombres secretos que
configuran la esencia de cada cosa
Así se creó el
mundo
Unejemplo de la
profundidad en la interpretación de la Biblia que nos ofrece la
doctrina cabalística es su plurifacética versión del relato
bíblico de la Creación, contenido en el Libro del «Génesis»,
normalmente considerado como un relato ingenuo y pueril para explicar
un proceso que la ciencia moderna ha demostrado que es mucho mas
complicado.
Con respecto a dicho
relato mítico-simbólico, semejante a otros muchos que contienen
otras tradiciones espirituales de la humanidad, la doctrina cabalista
hace dos observaciones básicas que son de la mayor importanecia:
La Creación
bíblica se refiere no sólo al proceso cosmogónico, mediante el
cual surge la manifestación universal, tal y como lo entiende la
interpreta ción exóterica, sino, antes que nada, al proceso
teogónico, es decir, a aquel proceso lógico, óntico y metafisico
que tiene lugar en el mundo divino y a tra vés del cual toma forma
la Divinidad, para decirlo con fórmula inapropiada, pero expresiva;
es decir, se determina y explicita el Ser Supremo, pasando de la Nada
supraesencial al Todo cualificado que es la Realidad integral del
mundo divino. Es, como indica Leo Schaya, no tanto la «Creación de
Dios» como «La Creación en Dios». Un proceso del que la Creación
del Cosmos no es sino una derivación y que, al igual que esta
ultima, tiene lugar no antes ni después, sino de forma continua e
ininterrumpida en un instante sin duración, más allá del tiempo,
en el «Eterno Ahora».
Los seis dias de
la Creación se identifican con las seis sefiroth creadoras, desde la
cuarta (Hesed) hasta la sexta Yesod, aludiendo a la acción o función
especifica de cada una de ellas, mientras que el séptimo dia, el
Sabbath en el que Dios descansó, se corresponde con la décima
sefirah, Malkhuir, la Sekbinah o Presencia divina en el Cosmos
(séptima y ultima de las siete sefiroth de la construcción
cósmica). Y esto resulta aplicable tanto al nivel supra cosmogónico
como al puramente cósmico, tanto al proceso teogónico como al
cosmogónico.
Todo ello queda
recogido en las palabras con que comienza el Libro del «Génesis».-
«Al principio creó Dios el cielo y la tierra» (según la
traducción usual y oficialmente admitida). Las palabras claves son
aquí las tres primeras, para cuya comprensión exacta y rigurosa hay
que remitirse al texto hebreo, que reza así: Bereshith bara Elohim.
Beresnith, quiere decir «en el Principio», y según la
interpretación cabalista, no se refiere a un comienzo temporal, sino
a un principio lógico y ontológico: es lo que está antes no en el
tiempo sino en jerarquía y en su función fundante. Este principio
es Hokhmah, la segunda sefirath. El texto, pues, deberia entenderse
así: «En el Principio inteligente e inteligible que es la Sabiduría
divina».
La segunda palabra
de la citada frase es bara, «creó». Es un verho de acción sin
sujeto; no se dice quién creó. Y esa acción no tiene sujeto porque
el quién del cual se predica es la sefirah Kether, «la Corona»,
que trasciende todo lo personal; ya que en ella se expresa la «Nada»
del Supra Ser o Absoluto, comparable al Shunyata o «Vacio» de la
doctrina budista. Por lo que se refiere a la tercera palabra, Elohim,
hay que señalar que, aparte de no ser el sujeto de la oración, se
trata de un plural, que siguifica literalmente «dioses». La
exégesis cabalística identifica este Elohim como la tercera
sefirah, Binah, la «Inteligencia» ontocosmológica, que integra y
prefigura dentro de si las siete sefiroth de la construcción
cósmica- las seis activas y la receptiva que es el receptáculo de
todas las demás (1a décima sefirah, Malkhuth).
Por todo ello,
resulta inexacta la traducción a que estamos habituados, «Dios
creó». Una traducción más fiel al texto original hebreo seria:
«La Nada creó dioses»; es decir, creó o perfiló las cualidades o
aspectos de la Realidad divina, de las que posteriormente -no en el
orden temporal, sino en el orden de los principios surge el orden
cósmico, la Creación o Manifestación universal.
He aquí pues, el
mensaje contenido en el versículo inicial del «Génesis» desde la
perspectiva esotérica de la Cábala: a partir de Si mismo y
apoyándose en el Principio de la Sabiduría divina, el SupraSer se
determina eternamente como Ser casual y Finalidad de todas las cosas,
llamado Elahin, en el que están presentes todas las cualidades,
posibilidades y arquetipos de la realidad tanto creada como increada.
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