miércoles, 5 de septiembre de 2018
La Leyenda del Callejón de la Buena Muerte
Se rumora que hace mucho tiempo, por la calle Alameda en la
ciudad de Guanajuato, vivió una anciana con su nieto. Su situación económica
era precaria y subsistían pidiendo limosna. Ambos vestían con harapos, pero
siempre muy limpios; la comida era poca y su casa solo un cuartito. Aun así,
alegraba su miserable existencia al hacerse compañía.
Con el paso del tiempo, la anciana empezó a sentir el peso
de los años, y le preocupaba morir dejando al pequeño desamparado. Pero la vida
quiso otra cosa, el niño enfermó gravemente, la pobre mujer no tenía el dinero
suficiente para llevarlo al médico, así que hizo lo que podía, rezar, día y
noche sin descanso, le pedía a Dios que no se lo llevara, la muerte ya estaba
muy cerca, así que los ruegos llegaron primero a sus oídos y apareciendo frente
a ella le propuso un trato. Dejaría al niño, a cambio de su vista, cosa que la
anciana acepto sin dudar. Desde entonces su nieto le sirvió de lazarillo, y la
gente al ver ese triste cuadro, aumentó sus limosnas.
Pasó el tiempo y fue ella la que enfermó; el niño le
preguntaba a quién debería rezar para evitar su muerte, pues temía mucho
quedarse solo. La ancianita le contó que al nacer él, su madre había muerto y
que, desde entonces, ella había vivido para cuidarlo y quererlo. En medio de
las pláticas finalmente se quedaron dormidos y, en el sueño, la anciana volvió
a ver a la Muerte; toda vestida de negro mostrando su esquelética figura
esquelética, le anunció que venía por ella, la viejecita le suplicó que la
dejara un tiempo más, entonces la Muerte pidió a cambio los ojos del niño, pero
esta vez la anciana no aceptó, no quería que el pequeño sufriera.
La Muerte propuso entonces algo más, podía llevarse a los
dos para que estuvieran juntos por siempre. La anciana aceptó, pidiéndole que
lo hiciera en ese momento porque el niño dormía y así no sentiría nada.
Se los llevó la Muerte al otro mundo, juntos, y en ese mismo
instante, las campanas del templo cercano repicaron de una manera misteriosa,
con un sonido que nadie conocía. Al amanecer los vecinos se dieron cuenta de lo
sucedido, pensando que la ancianita y el niño habían muerto de frió.
Con el tiempo se dijo que la Muerte rondaba el callejón, que
se veía por las noches flotando alrededor del cuartito donde vivían aquel par
de desdichados; y una vecina corrió la voz de que aquello pasaba porque fue la
misma viejecita quien pidió su presencia para que se los llevara juntos.
Al poco tiempo los habitantes del barrio pidieron que el
humilde cuartito fuera derribado, para levantar en su lugar una capilla, para
venerar al Señor del Buen Viaje, en recuerdo a aquel misterioso suceso.
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