viernes, 7 de septiembre de 2018
El Usurero del Baratillo
Dos o tres veces al día, cuando el hambre lo acosaba
materialmente clavando sus aguijones en las paredes del estomago bajaba la
escalera de su casa. Sólo así se habría el pesado zaguán, hermético por el
resto de las 24 horas del día.
Rápidamente cambiaba unos centavos por atole y tamales o bien
por nopales y tortillas, según la hora, y sin cruzar palabra con nadie, volvía
otra vez a su encierro. La gran puerta de madera dejaba oír el crujido de sus
goznes herrumbrosos, para continuar irremediablemente cerrada.
Era el usurero del Baratillo, como dio en llamarle la gente
del pueblo. Hombre enjuto, de mirada extraviada, blanco, estatura regular,
bigote y piocha que dejaban ver evidentemente un rostro sin afeitarse. Vestía
pantalón negro y camisa que se suponía blanca en otros tiempos.
Este hombre eran tan rico, que por haber acumulado tan
inmensa cantidad de monedas de oro perdió la razón. Hace años que a toda hora
del día y de la noche, según cuenta el vulgo, se le oye contar y recontar el
dinero y gozar con el tintineo de las monedas que chocan unas con otras,
dejándolas caer sobre el colchón de su cama.
Del ropero y del arcón donde guardaba su caudal, llevaba las
talegas a su casa y allí las depositaba. Ese ruido tan peculiar era toda su
obsesión...
Dicen que ese tesoro provenía del montepío que tuvo en su
propia casa por muchos años y por prestar con muy altos intereses.
Fue también proverbial que la gente atribuyera al sombrío
prestamista esta frase: "peso que no deje diez, para qué es."Prestaba
su dinero en oro y ponía como condición que se le devolviera en oro, fijando,
como hemos dicho, réditos crecidísimos.
Una ocasión tropezó con un hombre demasiado listo, quien
logró sacarle a plazo corto como dos mil pesos con el 25 por ciento, pagaderos
en ocho días, pero que lejos de liquidarle, huyó llevándose el dinero. Fue esta
la causa definitiva de su locura.
Desde ese día para el usurero no hubo más obsesión que
contar su dinero y chapotear con sus manos repletas de monedas, que dejaba
escurrir para escuchar cómo sonaba al golpear unas con otras.
Los vecinos lo ven casi todas las noches, y las familias que
han vivido en esa casa oyen sus pasos en las escaleras que suben o bajan, y por
las noches oyen también en tintineo de las monedas.
Es el usurero del Baratillo que cuenta su tesoro, tesoro
que, como hasta ahora nadie lo ha encontrado, se asegura que sigue escondido en
varios sitios de la casa, pues en medio de su gran avaricia pensaba que de ese
modo jamás podrían encontrarlo.
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