domingo, 3 de enero de 2016
El Ultimo Minuto Del Año 999. El Primer Apocalipsis Fallido.
El papa Silvestre II se irguió hasta
el altar mayor. La iglesia estaba a rebosar, y todos se habían
arrodillado. El silencio era tan grande que se oía el roce de las
mangas blancas del papa al moverse en torno al altar. Y hubo todavía
otro ruido. Era un sonido que parecía medir los últimos minutos de
los mil años de existencia de La Tierra desde la venida de Cristo.
Resonaba en los oídos de los allí presentes como el latido en los
oídos de quien tiene fiebre, con un ritmo sonoro, regular,
incesante. La puerta de la sacristía estaba abierta, y lo que oían
los asistentes era el tictac uniforme e ininterrumpido del gran reloj
que colgaba dentro, con un latido por cada segundo que pasaba.
El papa era un hombre de férreo poder
de voluntad, tranquilo y concentrado. Probablemente había dejado
adrede la puerta abierta de la sacristía, para lograr el mayor
efecto en ese gran momento. No se movía ni le temblaban las manos.
Se había dicho la misa de medianoche,
y reinó un silencio mortal. Los presentes esperaban… El papa
Silvestre no dijo una palabra. Parecía sumergido en la oración, con
las manos elevadas al cielo. El reloj seguía su tictac. Un largo
suspiro se elevó del pueblo, pero no pasó nada. Como niños con
miedo a la oscuridad, todos los que estaban en la iglesia yacían con
el rostro en el suelo, y no se atrevían a levantar la mirada. Un
sudor de miedo cubría muchas frentes heladas, y las rodillas y los
pies perdieron toda sensibilidad. Entonces, de repente, ¡el reloj
cesó en su tictac!
Entre los asistentes empezó a formarse
en muchas gargantas un grito de terror. Y, muertos de miedo, varios
cuerpos cayeron pesadamente en el suelo frío de piedra. Entonces el
reloj empezó a dar campanadas. Dio una, dos, tres, cuatro… Dio
doce… La duodécima campanada resonó extinguiéndose en ecos, ¡y
siguió reinando un silencio de muerte!
Entonces el papa Silvestre se volvió
en torno, y con la orgullosa sonrisa de un vencedor, extendió las
manos en bendición sobre las cabezas de los que llenaban la iglesia.
Y en ese mismo momento todas las campanas de las torres empezaron un
alegre y jubiloso repique, y desde la galería del órgano empezó a
sonar un coro de gozosas voces, jóvenes y mayores, un poco inseguras
al principio, quizá, pero haciéndose más claras y firmes por
momentos. Cantaban el Te Deum laudamus: “A ti, Dios, te alabamos”.
Todos los presentes unieron sus voces a
las del coro. Pero pasó algún tiempo antes de que las espaldas en
espasmo pudieran enderezarse, y la gente se recuperara del terrible
espectáculo ofrecido por los que se habían muerto de miedo.
Terminado de cantar el Te Deum, hombres y mujeres cayeron unos en
brazos de otros, riendo y llorando e intercambiándose al beso de la
paz. ¡Así terminó el año mil del nacimiento de Jesús!
De esta impresionante manera describe
el historiador Frederick H. Martens, en La Historia de la vida
humana, lo que debió de pasar en aquella angustiosa noche en la que
se creía, en toda Europa, que era la última noche, la que
desencadenaba el temido fin del mundo.
Nosotros también hemos vivido un final
de milenio. Cierto es que no se armó mucho revuelo ya que la
sociedad en la que vivimos es más avanzada, pero aún así, muchas
personas creían que algo iba a pasar.
El año 1000 ha sido descrito muchas
veces como una época muy radical de temores apocalípticos y de
sensaciones generalizadas de histeria. Pero al final los temores
resultaron ser sólo fantasías. ¿Qué fue realmente lo que sucedió
en el mundo en la nochevieja del año 999? ¿Hubo pánico o sólo fue
una leyenda medieval?
Historiadores de aquella época
mostraban el año 1000 como un año de locura general, de pánico y
de fatalidades inminentes. Tan grande fue el fervor apocalíptico
que, según reza la leyenda, en el tramo de la medianoche del 31 de
Diciembre al 1 de enero de 1000, la población de todo un país
–Islandia– se convertiría en masa al cristianismo.
Hubieron muchos rumores pero nada se
hizo público por temor a que los ciudadanos, histéricos ante un
inminente Armagedón, vendieran sus posesiones y acabaran apiñándose
en las iglesias orando por la salvación.
No importa cuántos historiadores
intentaran desbancar estos mitos, sin embargo, estas leyendas
perduran hoy en día. Debido a que las fuentes sobre el año 1000 son
limitadas y la información es escasa, es necesario apoyarse en el
testimonio de algunos testigos, en general, políticos y dirigentes
religiosos, y no siempre son las fuentes más confiables.
Otros historiadores, sin embargo,
avivaron más las llamas de la duda. Como Charles B. Strozier,
profesor de historia en el John Jay College, que escribió: “hay
pruebas de que los monjes dejaron de copiar la Biblia, es decir,
dejaron de realizar las actividades fundamentales que definen la vida
monástica.“
Hay muchas más leyendas acerca del
inminente apocalipsis del año 1000 como las narradas por el famoso y
políglota Charles Berlitz: “El año 999 se acercaba a su fin en
una especie de histeria colectiva que se apoderó de Europa. Todas
las formas de actividad se convirtieron en espectros de la fatalidad
inminente… Los hombres se perdonaron sus deudas, maridos y mujeres
confesaron sus infidelidades y se perdonaron mutuamente… El
comercio entre pueblos y ciudades fue interrumpido en gran medida;
las viviendas fueron descuidadas y se dejaron caer en la ruina, ya
que el hecho de acumular riquezas podría ser tomado en su contra en
el día del Juicio Final. Mendigos se alimentaban de los más
afortunados, los culpables de los crímenes fueron liberados de la
cárcel a pesar de que muchos querían permanecer en ella, llorando
por su deseo de redimir sus pecados antes del final. Las iglesias,
las puertas de los monasterios y conventos, y las grandes catedrales
fueron constantemente asediadas por multitudes exigiendo la confesión
y la absolución. Sacerdotes impartían absolución general, de día
y de noche con multitud de personas que no podían entrar y estaban
de pie fuera de las grandes puertas…
Los peregrinos acudían a Jerusalén
desde todos los puntos de Europa. Caballeros, burgueses de las
ciudades e incluso siervos, todos viajaban juntos, muchos de ellos
con sus esposas e hijos, viajaron hacia el este en grandes bandadas.
Las diferencias de clase fueron olvidadas en un torrente de hermandad
cristiana. Algunos marchaban bajo azotes de castigo por los pecados
pasados, mientras que otros cantaban himnos y salmos….
Cuando llegó Diciembre, la psicosis y
el fanatismo se apoderó de las masas, surgiendo el lado oscuro de la
naturaleza humana. Hubo una ola de suicidios de personas que trataban
de castigarse a sí mismos antes del final o simplemente no podían
soportar la presión de esperar a que llegara el Día del Juicio.
Llegó la Navidad, tal vez la última
Navidad del mundo, quien sabe, con un torrente de piedad y de amor.
Familias y amantes renovaban sus lazos de amor en las últimas horas.
Los animales de granja fueron liberados por sus propietarios
preparándolos para la muerte y la sentencia definitiva. Las
panaderías y tiendas de alimentos, regalaron sus bienes y negaron
las monedas de quién quería pagar… En las cálidas tierras de
Italia, España y Sur de Francia a los enfermos y los moribundos en
los hospitales y conventos se las sacó a la luz del día para que
pudieran ver personalmente a Cristo descendiendo de los cielos.
Después de la Navidad todo cambió, de
una forma más cínica y menos crédulos, se comenzó una “cuenta
atrás” en serio.
Claro está, al final llegó la
medianoche y no pasó nada de nada. Sería muy interesante saber lo
que realmente ocurrió y si ocurrió algo realmente. De todos modos,
sea verdad o sean leyendas es curioso ver como el hombre puede actuar
ante lo desconocido, ante el miedo a no saber qué puede suceder en
un determinado momento. Somos un cúmulo de sorpresas…
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