viernes, 1 de enero de 2016
El Milagro De La Tizná
En 1653 un misterioso rayo mató a tres
niños en el pueblo granadino de Jerez del Marquesado y causó graves
daños en el patrimonio religioso de la iglesia. Se dice que su
patrona, Nuestra Señora de la Purificación, conocida popularmente
como La Tizná, obró el milagro de devolver a la vida a los
pequeños. Esta es su historia.
Terror en la tormenta
Tras varios años de lucha contra
escépticos y detractores, se ha encontrado un manuscrito que
documenta lo que cuenta la tradición. Cuando crucé el umbral de la
sacristía de la iglesia parroquial en compañía de Manuel Millán
Arjona, espléndido sacerdote y mejor persona, mi corazón estaba
agitado. Allí, en una vitrina, reposaba un papel apergaminado y
protegido por tapas de cuero que fue redactado hace tres siglos y
medio. Otro clérigo, Francisco de Moya, encargado de aquel mismo
santuario a mediados del siglo XVII, tuvo la agudeza de poner por
escrito al día siguiente el prodigio del que había sido testigo
todo el pueblo: “A diez y ocho días del mes de junio de este presente año de
1653, fecha en la que la Iglesia celebra los natales de los gloriosos
mártires hermanos San Marcos y San Marceliano, a las cuatro o cinco
de la tarde, se oyó un espantoso trueno y vino un desacostumbrado y
gran relámpago que pareció encender toda la villa con el fuego que
traía al caer en la iglesia”. El religioso prosigue: “Un rayo
cuyos admirables y prodigiosos efectos referiré para gloria de Dios
nuestro Señor y culto y veneración de la reina de los ángeles, la
Virgen Santísima de la Purificación, por cuya intercesión y ruegos
creemos todos que esta villa no quedó hecha polvo y ceniza en este
día de ira de Dios nuestro Padre y Señor”. Así de minucioso en
sus detalles comienza el texto de aquel sacerdote, en el que relata
que un rayo impactó directamente sobre la torre de la iglesia con
tal fuerza que destrozó una cruz de madera, presuntamente milagrosa,
que estaba envuelta en un lienzo blanco. Pero la cosa no había hecho
más que empezar, ya que aquel rayo se transmitió por toda la torre,
donde se fragmentó en dos. Uno de los rayos surcó el capitel,
atravesó la muralla y pasó por la sacristía para terminar en el
altar mayor, donde impactó contra la imagen del Santísimo Cristo.
Según reza el documento, “le quebró tres dedos –contandodesde el pequeño– y llegó hasta el
tabernáculo del Santísimo Sacramento, en cuya cima estaba un Santo
Niño Jesús, a quien le rompió una corona de plata y el brazo
derecho, y le quemó el barniz de la mejilla y de la garganta”.
Después de cometer tales destrozos, el terrible rayo se consumió
tras romper el arca del Santísimo Sacramento y la puerta del
Sagrario, así como los cuadros, los candelabros y los manteles que
allí se encontraban.
Milagro reconocido
El asunto no habría pasado a mayores
de no ser porque el otro fragmento del rayo tuvo un inoportuno
encuentro con tres niños del pueblo, que estaban tocando las
campanas de la iglesia. “Alonso, hijo de Luis de Alcalá, Juan,
hijo de Pedro de Sierra,
y Bartolo, hijo de Francisco Rabelo, se
quedaron como muertos por grande espacio. Tenía Juan abrasado el
vestido, y Alonso un agujero por la parte de la espalda como de bala,
quemado alrededor, y de olor pestífero”, afirma el escrito
redactado por el párroco Francisco de Moya. Tras dejar muertos a los
tres niños, el rayo siguió su marcha hacia el interior de la
iglesia, donde destrozó el suelo de la torre, un par de ventanas y
los muros. Salió finalmente por la parte trasera de la capilla de
Nuestra Señora de la Purificación y, después de destruir
diferentes enseres, se hundió a los pies de la imagen de la Virgen,
como desafiándola. Curiosamente, tres décadas antes un rayo
similar, pero de menor potencia, había entrado por uno de los
ventanales del templo y había caído a tan solo un palmo del lugar
donde había impactado este, de modo que se podía ver la huella
ennegrecida del primero. ¿Dos rayos rendidos justo a los pies de la
mítica talla? Lo extraño del asunto deja poco lugar al simple azar.
“Bajaron a los niños a la iglesia y, puestos ante la Santísima
Imagen de la Purificación, fueron grandes los clamores, los llantos
y las súplicas que hacían sus madres y otras piadosas
mujeres. Todos los vecinos, absortos y atemorizados, fueron a la
iglesia a pedir misericordia a Dios Nuestro Señor, creciendo el
llanto y las lamentaciones. Poco después los niños volvieron en sí,
atónitos y asombrados. Se miraron desnudos y se les halló en las
carnes unas cintas moradas, como sangre seca. Fueron grandes las
alegrías y las voces que se mezclaron en aquella confusión viendo
vivos a los niños”, relata el testimonio reflejado en las ajadas
páginas del manuscrito. Tres niños muertos, destrozados por el
impacto de un rayo, vuelven a la vida como si nada hubiera pasado
gracias a la mediación de una imagen ya reconocida como milagrosa
por aquel entonces pero a raíz de lo cual su fama se extendió de
manera veloz. Y hubo un detalle que resulta tan curioso como
revelador: el rostro de la imagen que se convertiría desde aquel día
en patrona del pueblo apareció tiznado tras la curación de los
niños, como si de forma sobrenatural hubiera absorbido el daño
causado a los pequeños por aquel rayo maldito. Por ello, y hasta el
momento actual, la talla es conocida popularmente por el apodo de La
Tizná.
Reliquias originales
El destrozo del legado religioso que se
produjo en nuestro país durante la Guerra Civil ha supuesto que la
talla de esta Virgen no sea la original. Pero en este caso no todo se
perdió tras el ataque de los milicianos a la iglesia. A finales de
los años treinta el pueblo y su templo fueron tomados por el bando
republicano, y el interior de la parroquia fue destrozado a base de
golpes y disparos. Aún pueden observarse en el artesonado del techo
las huellas de hollín causadas tras el reiterado uso de la iglesia
como lugar para asar animales. Y, como era de esperar, la patrona de
la localidad estaba condenada a la destrucción. La prodigiosa figura
fue retirada del altar mayor y colocada en el suelo, donde a
continuación fue destruida con un hacha. La suerte, o más bien el
fervor religioso, quiso que un muchacho de entre seis y siete años
tuviera el valor de entrar a hurtadillas en el templo y rebuscar
entre los despojos de la Virgen. Aquel niño huyó de la iglesia
portando el brazo y el ojo derechos de su venerada patrona. Las
reliquias fueron escondidas durante la contienda y, tras el triunfo
del bando nacional, un artesano fabricó una nueva imagen de Nuestra
Señora de la Purificación, a la que añadió las partes originales
salvadas durante la guerra. Ahora el rostro de la patrona no está
tiznado, pero, aun así, es un privilegio para el pueblo contar entre
su legado con fragmentos de la talla original, entre ellos aquel ojo
que antaño contempló a tres niños que volvieron a la vida y que
hoy día divisa a un pueblo pleno de amor por su madre espiritual.
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