jueves, 3 de septiembre de 2015
El Apóstol San Bartolomé y La Diablesa.
Según la tradición, el origen de la
diablesa al lado de muchas de las imágenes que se conocen de de San
Bartolomé, cuya festividad se celebra este 24 de agosto, se debe a
la victoria de este sobre el ídolo Astaroth/Astarté y sobre sus
sacerdotes en Armenia. Cuando San Bartolomé demostró que Astaroth
no era ningún dios con poder curativo sobre los enfermos que allí
acudían a curarse, este enmudeció, y de su estatua salió un
demonio negro atado con cadenas que confesó el engaño a que tenía
sometidos a los habitantes de Armenia y que había quedado encadenado
como consecuencia de la predicación de San Bartolomé, apóstol del
dios verdadero.
Enterado de este acontecimiento, el rey
Polibio de Armenia le mandó llamar para que curase a su hija, que
estaba endemoniada. Al ser testigo de la curación de su hija, el rey
quiso pagarle al santo con riquezas, pero éste las rechazó y,
después de su sermón, se convirtieron al cristianismo el rey (que
abdicó) y los habitantes de la ciudad. El sucesor en el trono fue
Astiages, que se mantuvo en el paganismo y ordenó el martirio de San
Bartolomé, instigado por las protestas de los sacerdotes de los
templos abandonados.
Una treta del demonio – de las menos
mencionadas tal vez – es la de la aparente curación. A la común
imagen de un ser horrible que siembra el mal evidente, se confronta
una realidad más astuta, que siembra el error en un campo
aparentemente bello y seguro. Ésto vio el apóstol, y así curó de
su ceguera al pueblo armenio que se hallaba sometido por ignorancia
en las garras de Astarté.
Cuenta el testimonio de San Isidoro de
Sevilla, Eusebio de Cesárea y Nicéforo – convertido luego en
tradición de la Santa Iglesia -, que en una ocasión San Bartolomé
Apóstol , habiendo predicado el Evangelio en Licaonia, pasó a la
India, y después a la Menor Armenia, y en una ciudad de ella entró
en un templo donde era adorado Astaroth (también conocido como
Astarté).
Estaban allí muchos enfermos esperando
ser sanados por aquel demonio, el cual, por ser astutísimo, usaba de
un engaño con aquella miserable gente, permitiéndolo Dios por sus
pecados, y era que cegaba a unos, poniéndoles en los ojos
impedimentos para que no viesen, y a otros impedía sus miembros,
pies o manos, de la misma forma, y en semejante manera hacía otros
males. Después daba orden de que se los trajesen a su presencia en
aquel templo, y sus sacerdotes le rogasen los sanase, y quitaba él
aquellos ocultos impedimentos, y luego eran sanos. A otros que él no
había enfermado, también usando de remedios naturales y medicinas
ocultas, por algún breve tiempo los curaba. Había otros enfermos
que, por no poder aprovecharse de medios semejantes, se los dejaba
como habían venido, echando excusas aparentes de que por culpa de
ellos mismos no los sanaban.
Además de estos engaños que hacía
Astarot/Astarté, daba también oráculos, avisando de cosas que
habían de suceder, y como hablaba a tiento, unas veces acertaba,
otras mentía, aunque no le faltaban modos como colorear sus
mentiras. Por todo esto era aquel ídolo famoso, concurría a él
gente de muchas partes, tenía muchos sacerdotes que hacían con él
grandes ganancias, y el mismo rey de aquella tierra, llamado Polibio,
le estimaba en mucho, aunque nunca le había podido sanar una hija
que tenía que había enloquecido. Entrando, pues, el apóstol San
Bartolomé en el templo, enmudeció el demonio, y no hizo más cura
en enfermo alguno. Habiendo visto esto sus sacerdotes, y que iban a
quedarse sin oráculo por este motivo, ni responder a cosa que le
preguntasen, acordaron de consultar otro demonio llamado Berit (o
Berito), de otra ciudad cercana. Y preguntándole por qué Astarot no
hablaba, el mismo respondió:
-Porque Bartolomé, apóstol del
verdadero Dios, entró en esa ciudad y templo, y le tiene encadenado
con cadenas de fuego. Y así, harto tiene que entender en sus duelos,
sin tomar cuidado de otra cosa. Y si acaso fuese que vieren al
apóstol Bartolomé que digo, rogadle de mi parte que no venga aquí,
para que no me suceda lo mismo que a Astarot.
Por esto que dijo aquel demonio se tuvo
noticia del apóstol, y el rey le rogó que curase a su hija
trastornada, y era un demonio que se había apoderado de ella, y a
tiempo hacía locuras grandísimas: a manera de un perro rabioso
mordía y despedazaba todo lo que podía haber a las manos, tanto que
era necesario tenerla atada con cadenas. San Bartolomé la hizo
desatar y lanzó de ella al demonio, quedando con perfecta salud. Y
fue gran consuelo para sus padres. Predicó allí a Jesucristo, y
para prueba de lo que predicaba, y la ceguedad en que antes estaban
adorando a Astarot, llevó al rey y a mucha gente a su templo, donde
estaban los sacerdotes de aquel ídolo, y estando callados todos
oyóse una voz terrible y espantosa del mismo ídolo, que dijo:
-Oh gente miserable y ciega, ¿para qué
me ofrecéis a mí sacrificios, que ni soy Dios ni tengo poder
alguno, antes estoy atado con cadenas de fuego por los ángeles
ministros de Jesucristo, cuyo Evangelio predica Bartolomé, apóstol
suyo?
Le mandó que declarase los engaños
que hacía en los enfermos que sanaba, y los declaró, por lo cual
todos los presentes creyeron en Cristo y echaron sogas a la estatua,
derribándola en tierra hecha pedazos, y aparecieron por las paredes
muchas cruces hechas por ministerio de ángeles. Vieron así mismo al
demonio, que salió del ídolo en figura de hombrecillo negro, con el
rostro prolongado y una barba larga, los ojos encendidos como fuego,
y echando de ellos centellas, y por las narices lanzaba un humo negro
y hediondo. Los cabellos de la cabeza le llegaban hasta el suelo,
cubriéndole un cuerpo feísimo y mal hecho. Tenía muchas cadenas de
fuego alrededor de sí. Era de tan mala figura que el rey y todo el
pueblo que le vio quedaron como atónitos y asombrados. Entonces le
ordenó el Apóstol que se fuese al desierto y no apareciese más
entre la gente, y él obedeció.
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