lunes, 1 de septiembre de 2014
Tipología Del Vampiro
El
vampiro babilónico, conocido bajo el nombre de ekimmu, era el
espectro de un difunto que, al no encontrar reposo en la vida
ultraterrena, intentaba en ésta adueñarse de las almas de los
vivos. Además, existían variantes de estos demonios-vampiros, según
el lugar en el que vivían; por ejemplo, los utuhhu vagaban por el
desierto, camuflados entre las dunas de arena para atacar a los
hombres; mientras que los maskinvolaban por los cielos gracias a sus
grandes alas, provocaban los eclipses e incendiaban las colas de los
cometas.
El
vampiro egipcio era, como la mayoría de las divinidades del panteón,
un híbrido entre animal y humano. Aparece la figura de Apoop o
Uapuait, con cabeza de lobo, de perro o de chacal, provista de
afilados colmillos con los que devora cadáveres humanos. Este tipo
de deidades pasaron más tarde a integrar la lycópolis griega.
Entre
los vampiros de la antigua Roma, aparte de las hermosas
mujeres-vampiro, las striges, se encuentran los lémures, espíritus
de los antepasados difuntos, susceptibles de convertirse en vampiros
y llevar a cabo su actividad maléfica si no se les apaciguaba con
complicados rituales destinados a impedir que volvieran a la tierra.
Estos ritos (denominados en principio Remuria y, más tarde, por
corrupción de la primera letra, Lemuria) fueron instituidos por
Rómulo para expiar la muerte de su hermano Remo, y los llevaba a
cabo el cabeza de familia.
El
vampiro hindú, llamado rakshasa, es de naturaleza semidivina y hace
gala de las más reprensibles pasiones (lujuria, glotonería y
violencia). Su natural maléfico les impulsa a devorar los cadáveres
humanos, con los que practicaban rituales caníbales; sin embargo,
entre ellos se muestran lealtad y un cierto afecto filial. De aspecto
repulsivo, pueden tomar cualquier forma que deseen a voluntad y son
grandes aficionados a la magia. La ciudad donde habitan se encuentra
en la isla de Ceilán (la actual Sri Lanka) y es extraordinariamente
bella, pues está construida por Vivakarma, el arquitecto de los
dioses; sobre ésta ejerce su poder el rey Râma.
El
vampiro islámico, a pesar de su nombre, gulo, que remite a la
palabra eslava ogoljen, presenta notables diferencias con los
vampiros de la tradición cristiana. Era un ser demoníaco que se
movía entre el cielo y la tierra, sin miedo a la luz solar, y que
adoptaba un comportamiento bastante normal, a fin de pasar
inadvertido. Solían habitar en los cementerios, practicaban la
necrofagia y se les combatía con fuego. No chupaban la sangre a sus
víctimas, posiblemente debido a que el los países árabes, por
razones climatológicas, se tiene de por sí la costumbre de extraer
la sangre de los animales comestibles, para conservar su carne en
buen estado el mayor tiempo posible.
El
vampiro rumano, llamado strigoi (derivado de striga, 'gritar', porque
sus estridentes chillidos se oyen preferentemente durante la noche,
cuando luchan entre sí), puede ser de dos tipos: por nacimiento o
por haberse convertido en tal una vez muerto. El primer tipo posee
dos corazones y una cola peluda que crece con el calor, apéndice que
les confiere su fuerza. Los strigoi muertos, mucho más malignos, son
sorprendentemente hábiles a la hora de metamorfosearse en insectos y
otros animales nocturnos. Es significativo observar que si bien
tienen forma humana, presentan gran cantidad de atributos animales en
su físico, tales como patas de cabra, pezuñas o grandes orejas,
características que se repiten con frecuencia en la iconografía
infernal formando un conjunto muy homogéneo.
El
vampiro eslavo-griego, que recibe el nombre de vlkodlak o vurdalak,
reúne todas las características de varios seres fantásticos de la
región montañosa de la Arcadia, en el Peloponeso, y es posible que
se derive del culto a Zeus licio ("Zeus lobo"), cuyos
sacerdotes se reunían una vez al año para comer una mezcla de carne
humana y animal especialmente preparada para la ocasión; de hecho,
el vurdalak nace de la mordedura de un licántropo, la cual, como la
del vampiro, causa la mutación en el atacado después de la muerte.
Del vampiro rumano hereda ciertas características cósmicas que le
permiten ascender al cielo y devorar la luna, causando los eclipses,
mientras que del vampiro griego conserva la piel tirante del cuerpo,
con su aspecto congestionado y el color rojo sangre.
El
radio de acción del vurdalak es siempre el mismo y siempre en ciclos
de siete años, pasados los cuales debe cambiar de zona para comenzar
un nuevo ciclo. Aunque sus hábitos son idénticos a los de todos los
vampiros, uno de ellos los hace especialmente temibles: prefieren
chupar la sangre de sus parientes más allegados y de sus amigos más
íntimos. Para neutralizarlo se recomienda introducir en su ombligo
un ramo de espino albar y, tras cubrir con rastrojos las partes
peludas del cuerpo, prenderle fuego con una vela utilizada para velar
a un muerto.
El
vampiro gitano, denominado mulo, 'el que está muerto', aúna
tradiciones antiquísimas de los países del este de Europa. La
transformación en mulo sólo puede realizarla un muerto de la etnia
gitana, nunca un payo, y su acción es de tipo sexual más que
sanguinaria, lo cual supone un mal de menor categoría.
El
vampiro chino presenta características muy similares a las hasta
ahora citadas: recibe su fuerza de la Luna, adquiere su forma humana
a expensas de un cadáver y realiza bellas acrobacias aéreas durante
la noche. Con sus brillantes ojos que lucen en la oscuridad, largas
uñas y un exuberante pelo blanco o verde cubriendo su cuerpo,
presenta las mismas características satánicas que sus colegas
europeos.
El
vampiro americano fue de amplia difusión en ambos lados del
continente, dada la importancia que tuvo la sangre en los rituales
religiosos; desde el Pacífico hasta las Montañas Rocosas los
propios indios desarrollaron actividades de tipo vampírico, como la
antropofagia con los enemigos muertos y vivos o comer ciertas
vísceras de los guerreros, lo que otorgaba al que las ingería las
cualidades que representaban -el corazón, el valor o el coraje, o el
cerebro, la inteligencia. En lo que respecta a su morfología, los
americanos eran similares a los vampiros ya vistos, excepción hecha
del mejicano, que se distinguía claramente por llevar el cráneo
rapado, o del vampiro brasileño, que podía ser serpentiforme.
La
figura femenina, la vampira, tuvo bastante importancia en América.
Ya en época de la conquista española se citan ciertas brujas,
llamadas civateteo, que succionaban la sangre de sus víctimas,
preferentemente infantiles, hasta que morían por consunción. Otra
modalidad de vampiro femenino fueron las iraguru, ancianas que
habitaban en la isla de Granada (perteneciente a las Antillas, en el
Caribe), a las que un pacto con el demonio dotaba de su enorme fuerza
destructora, gracias a la cual obtenían la mayor cantidad posible de
sangre humana de los lactantes. La misma superstición del vampiro
femenino (lilith) aparece, curiosamente, entre un pueblo marcadamente
monoteísta como el hebreo.
La
imagen de la bruja asesina y devoradora de niños tuvo amplia
difusión en las civilizaciones europeas, especialmente desde que en
la Edad Media se proyectó en su figura el temor a la muerte y se
convirtió a la mujer en portadora de la monstruosidad del género
humano. En su versión moderna y humorística, el término vampiresa
(o más familiarmente, vamp o vampi) se asoció a la femme fatale,
una fémina atractiva y codiciosa, que utiliza en su provecho a los
hombres que caen en sus redes.
La
última mención es para el vampiro español, país en el que la idea
del cadáver viviente es extremadamente antigua, como reseña el
antropólogo Caro Baroja a raíz de sus estudios con pinturas
rupestres. Muestra cómo en una sociedad eminentemente agrícola, en
la que el culto y la religión estaban relacionados con la
Naturaleza, tampoco es posible esquivar este tema, visible en
representaciones pictóricas de seres de aspecto animal (perros o
lobos con feroces colmillos, al lado de otros seres alados).
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