A ellos les encantaba hacer senderismo por allí. Sin embargo, ese año había desastres naturales en aquella zona y no podía dedicarse al deporte del senderismo así que decidieron quedarse en la casa y jugar a juegos de mesa y bañarse en un pequeño lago que había a pocos metros de la casa.
Esa tarde el marido fue al trastero, que se encontraba detrás de la casa, a coger una madera para encender la chimenea pues llovía mucho y hacía un frío insoportable.
Cuando salía de allí, sonó un raspar en una de aquellas gigantesca vasijas que moraban en aquel lugar como 100 años y pensó en que todos los años lo escuchaba y ése sería el último.
Le comentó a Laura que allí debía haber una rata o serpiente y decidieron limpiar entre los dos aquel cobertizo, que no se había tocado desde que murió su abuela y así se entretenían en algo.
A la mañana siguiente se pusieron manos a la obra. Aquel sitio estaba inundado de polvo, telas de araña y nidos de pájaros vacíos, pero por ningún sitio se veían ni ratas, ni serpiente alguna, así que decidieron abrir aquellas vasijas. Pues podía ser que dentro de alguna de ellas hubiese caído el pobre animal y estuviese luchando por salir de allí.
Cuál fue su sorpresa al encontrar que al abrir la vasija más grande, no encontraron más que huesos, pero no de animal, sino de una persona y unos de los huesos del brazo -tal vez radio o cúbito- estaba desgastado como si hubiera estado raspando la vasija para que le sacaran de la vasija.
Laura y su marido decidieron ir al pueblo a investigar, para saber de quién podían ser aquellos huesos.
Estuvieron como dos días preguntando a la gente, todos los que habitaban aquel pueblo desde hace tiempo le contaron lo mismo: Su bisabuela, en un ataque de locura, por las palizas que le daba su marido, decidió matarlo, pero que nunca supieron qué fue de él, pues no encontraron su cadáver.
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