Existen dos versiones principales. Una cuenta la historia de un amor entre dos jóvenes de tribu distintas, y se conoce en Chile y Argentina; la otra, habla de una anciana tehuelche abandonada, y se cuenta en Argentina.
El mito cuenta que un jefe tehuelche tenía una hija llamada Calafate que era lo que él más amaba. Ella era una hermosa joven de ojos dorados y siempre había obedecido en todo a su padre. Pero las cosas cambiaron cuando el clan de Calafate recibió a un joven selknam para que estuviera a prueba entre ellos y superara el kloketen o rituales de iniciación para convertirse en hombre.
Pronto surgió el amor entre los dos jóvenes y pensaron en irse juntos, a pesar de que los tehuelches solían menospreciar a los selknam y el jefe se oponía rotundamente a la unión. Por sus tradiciones, no podían dañar al muchacho durante el kloketen y para evitar que siguieran con su relación, al padre de Calafate no le quedó más remedio que pedir ayuda al chamán. Éste le respondió que no podría hacer que se acabara su amor, pero sí podría mantenerlos separados para siempre.
La muchacha fue transformada mediante magia en una planta espinosa que nunca antes se había visto en esas tierras, pero que tenía flores doradas como los ojos de Calafate. Por muchos meses el joven vagó por la estepa buscando a su amada y los espíritus lo ayudaron, convirtiéndolo en una pequeña ave que podía recorrer con más velocidad las grandes extensiones patagónicas. Un día de verano, el joven metamorfoseado se posó en un arbusto que no había visto antes y al probar sus frutos se dio cuenta de que eran tan dulces como el corazón Calafate. Así lograron reencontrarse después de haber creído que no sería posible.
Una variante de esta historia cuenta que Calafate era una joven selknam y que el joven era un prisionero yagán atrapado en las costas de Tierra del Fuego.
En la Patagonia se cuenta que el embrujo de Calafate permanece en los frutos de calafate y que quien los coma una vez no dejará de regresar al lugar en que lo hizo.
Es por eso que la leyenda dice: "El que come Calafate, siempre vuelve por más".
En una tradición tehuelche se narra que hace mucho tiempo, los seres humanos y las aves de la Patagonia debían emigrar hacia el norte todos los inviernos por la escasez de alimento. En una toldería tehuelche había una anciana chamán llamada Koonex, que ya no era capaz de emprender el largo viaje, así que sus parientes le hicieron un toldo con pieles de guanaco, le dejaron utensilios y alimentos y se marcharon. La anciana se quedó sola y cayó en un sueño profundo
En la primavera siguiente, algunos pájaros que volvían del norte se posaron en el toldo de Koonek y oyeron cómo la voz de la anciana los reprendía por haberla abandonado. Ella les dijo que los entendía y que por eso haría algo para que nunca más tuvieran que irse y dejarla allí. Cuando el toldo voló, los pájaros pudieron ver que debajo ya no estaba Koonex, sino una planta espinosa de flores amarillas.
Cuando maduraron los frutos, personas y animales notaron que se podían comer y que eran buenos. Por eso ya no fue necesario emigrar hacia el norte. Se cuenta que los tehuelches desparramaron las semillas del calafate (koonex en su lengua) por toda la Patagonia y que quien pruebe sus frutos ya no necesita irse.
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