miércoles, 11 de marzo de 2020
La Madrina Siniestra
En un poblado
pequeño había un matrimonio tan, pero tan pobre, que no encontraban
a alguien que fuera madrina de su niño recién nacido para el
bautizo. El padre salió a convencer a la primera mujer que pasara
por el frente de su rancho, pero no encontró a nadie.
Cuando
regresaba muy triste a su casa, le salió al paso la muerte, a la que
le contó lo que pasaba. Ésta le dijo: “No te preocupes, yo haré
de madrina y además lo ayudaré para que pueda estudiar porque
quiero que sea médico”.
Bautizaron al niño
y éste creció feliz y estudió mucho. La madrina apareció de
nuevo, después de muchos años que no la veían, el día de la
graduación del joven médico.
“Toma esta hierba
le dijo, con ella podrás curar cualquier enfermedad, así sea muy
grave. Pero eso sí, te advierto: si cuando vayas a visitar a un
enfermo me ves esperando al pie de la cama, no intentes tocarlo con
la hierba porque a ése le ha llegado la hora”.
La madrina
desapareció de nuevo por un buen tiempo. Mientras tanto, gracias a
la ayuda de aquella hierba, el muchacho llegó a ser un médico muy
famoso, por curar los casos más difíciles.
Un día lo llamaron
a casa de una mujer muy rica que se estaba muriendo, cuando el médico
entró a la habitación vio a la muerte, su madrina, al lado de la
cama. Sin embargo, la enferma le ofreció tanto dinero que la curó
con la hierba.
De regreso a casa,
la siniestra madrina, muy molesta, le advirtió: “Por ser la
primera vez te perdono, pero recuerda que no debes curar a nadie si
yo estoy al pie de su cama”.
El médico siguió
salvando vidas y su fama fue en aumento, hasta el punto que todos lo
llamaban para que los curara. Cuando un hombre rico y famoso se
enfermó gravemente, lo llamó para ofrecerle la mitad de su fortuna
si lo curaba, éste accedió a pesar de ver a la muerte esperando al
pie de la cama. Una vez que el médico curó al paciente, su madrina
muy molesta y de manera severa le dijo: “Si lo vuelves a hacer, la
próxima vez te tocará a ti”.
Por aquellos días
enfermó la hija del presidente y todos los médicos del país se
ofrecieron para curarla. El joven médico no acudió hasta que el
presidente prometió que si la curaba, se casaría con ella. Cuando
entró a la habitación sentía terror de encontrarse con su madrina
y, en efecto, allí estaba con su guadaña, mientras le hacía señas
para que no la curara. Sin embargo el médico, compadecido de la
muchacha y conmovido por su belleza, sacó la hierba milagrosa y la
curó. La siniestra madrina le dijo entonces: “Has acabado con mi
paciencia. Esta vez voy a cumplir mi amenaza”.
La muerte lo
trasladó entonces a una gran habitación donde había muchas velas
encendidas de todos los tamaños. Como última concesión, antes de
llevárselo con ella, le dijo: “Cada vela corresponde a una vida,
cuando ella se apaga se acaba la existencia de esa persona. Si
adivinas cual es la tuya, te perdono y seguirás viviendo”.
El joven fue
repasándolas una a una y mirando sus llamitas, de las más grandes a
las más pequeñas… Por fin, se acercó a una de las más diminutas
y exclamó: “Es ésta”. Y realmente era esa la vela de su vida
pero, como se había acercado mucho para estudiarla, con el aliento
que salió de su boca al pronunciar las palabras se apagó la vela y
él cayó muerto…
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