jueves, 5 de diciembre de 2019
Fantasma en Lavallol, Buenos Aires
Marcela se sentía
agotada. Había decidido mimar a sus hijas con uno de sus platos
preferidos, pero no había calculado lo laborioso que eran. La
atmósfera de su cocina está impregnada de especias y adobes y el
horno le brindaba una temperatura pesada y calurosa. La sarten donde
una salsa se cocinaba de a poco llenaba de aromático vapor el
recinto. La luz que pendía sobre su cabeza titilaba de a poco.
La cabeza de la
mujer estaba a mil por horas. Pensamientos (mayoritariamente malos)
se a galopaban en su cabeza como una emboscada que pretendía
embestirla y darle un ataque de nervios. Su divorcio prematuro, los
problemas del trabajo, el cuidado de las chicas, el perro que cada
día rompía algo nuevo en la casa o en el jardín y ahora la nueva
amiga imaginaria de Mica, quien empezó a jugar con ella luego de
unos días donde su divorcio con Nicolás se había concluido. Tenía
ganas de llorar, gritar y maldecir a los cuatro vientos. Pero no iba
a solucionar nada con ello. Quería que estar fuerte e integra para
las dos pequeñas. Lo único que le brindaba luz a su corazón. Un
amor y una energía poderosa que solo aquellas que son madres pueden
comprender.
Fue luego de unos
instantes cuando unos ojos llorosos y nerviosos la sacaron de sus
pensamientos y la llevaron nuevamente a esa cocina. La pequeña Paula
la miraba de una forma extraña. Su piel infantil estaba pálida y
sudorosa. De hecho, su miedo y parálisis era tal que la madre se vio
obligada a sacudirla levemente para que pronunciara palabra.
Al parecer, según
lo que le relataba entre cortadamente la pequeña niña rubia de ojos
saltones, su hermana y ella estaban jugando con Monica (La amiga
imaginaria de Micaela). Al principio el juego fue lindo e inocente.
Hablaban y cantaban canciones infantiles y movían sus muñecas al
son de las mismas. Pero cuando Mica quiso jugar con la Tablet la niña
“pálida” (Esta palabra sobresalto a la madre de las chicas) se
había enojado. Ella odia la tecnología y quería volver a jugar con
las muñecas. Pero como Mica no le hacía caso y Paula no tenía
ganas de jugar sola con la extraña visitante esta última se enojó
con ambas. Su odio fue tal que según la pequeña Paula, tomo el
control de su hermana y la obligo a ir al baño. Tomar detrás del
espejo las pastillas de mama y meterse en la boca todo su contenido.
Marcela, anonada y
con un revuelto en el estómago le ordeno a la pequeña Paula que se
quedara en la cocina. Sus nervios estaban al límite. Pensaba en lo
que el doctor le había informado sobre la pequeña Marcela. Era
normal en ciertos chicos que pasan por un estrés fuerte como una
separación de sus padres una niña generara una amiga imaginaria.
Pero también el doctor le dijo que no iba a ser peligrosa en ningún
sentido. Lo que era extraño y nunca se había percatado era que su
otra hija también podía verla.
La madre subía
fuerte y rápidamente las escaleras. La habitación de las niñas se
encontraba en el fondo del pasillo. La penumbra en el primer piso era
absoluta. Era extraño, pensó la madre, ya que las chicas odiaban la
oscuridad y ella se encargaba de que las lámparas funcionaran
prácticamente en todo momento. Sus lágrimas inundaban sus ojos en
cada paso. Su corazón iba a estallar. Sus nervios estaban al límite
de lo racional y abrazaban la locura. Se preguntó para sus adentros
sobre aquella niña imaginaria y cómo demonios habría llegado a sus
vidas. Porque la pequeña Mica habría tomado esa horrible decisión.
No era propio de una niña de su edad.
Llego frente a la
puerta cerrada. Poso la mano sobre le picaporte, pero no podría
abrirla. Era como si una fuerza invisible y terrible no la dejara
avanzar. Volvió a intentar girar el picaporte nuevamente, pero la
puerta no se movía un milímetro. Horrorizada escucho como el
mecanismo de la puerta funcionaba a la perfección. Había algo o
alguien del otro lado que no la dejaba entrar. Se sentía sumida en
la desesperación. Mica estaba del otro lado de la puerta
necesitándola. Trato de poner su mente en blanco para resolver el
horror que vivía.
Sin pensarlo se
dirigió a su propio cuarto. Sin siquiera prender las luces empujo
con una patada en seco la cama contra el placard. Se subió en ella y
extendiendo un brazo sobre el mueble sintió el frió tacto. Hoy más
que nunca agradeció para sus adentros que Nicolás, su ex esposo, le
enseñara la completa manipulación de un arma de pequeño calibre.
Impulsada con la
fuerza de mil infiernos volvió a al pasillo con el arma en mano y
apunto a la cerradura de la puerta de tal manera que la bala no
ingresara a la habitación. Poco le importaba el efecto rebote de la
misma. Si ella sufría una herida sería mala suerte.
El sonido del
disparo retumbo en toda la casa. El llanto de su hija en la planta
baja al escuchar el disparo fue tan fuerte que inundaba por completo
la vivienda. Marcela sudaba nervios, adrenalina y terror. Sin saber
porque soltó el arma al piso y empujo de tal manera la puerta del
cuarto de las chicas que la misma pego contra un mueble de melanina
abollándolo. Ya se encontraba dentro de una habitación
completamente a oscuras.
Cuando el
interruptor de luz genero la iluminación en aquel lugar dio lugar a
un paisaje terrible. El cuarto estaba desecho. Muñecas se
encontraban por todo el piso y papeles con dibujos infantiles
inundaban las paredes. Opuesto a ella, apoyada contra la pared se
encontraba la pequeña Micaela. Sus ojos estaban desorbitados, espuma
caía por su boca y su cuerpo entero se convulsionaba de una manera
horrible.
La madre sin
pensarlo fue en búsqueda de su pequeña. La agarro en sus brazos
mientras que pensaba en la ruta al hospital más cercano. Tanteo como
pudo sus bolsillos y para su alivio comprobó que las llaves del auto
estuvieran ahí. Sin pensarlo. Solo por un instinto maternal corrió
como nunca antes hacia la planta baja. Solo se retuvo en las
escaleras para evitar caer con su hija en brazos. Lagrimas cargadas
de miedo caían resbaladas por sus mejillas sin cesar.
Llamo a gritos a su
otra hija para que saliera de la casa y las esperara en el auto. En
ese momento, cuando la niña Paula abandono la casa las luces de la
misma empezaron a prenderse y a apagarse continuamente. Marcela fue
presa del horror. No porque las luces se comportaban de forma
extraña. Sino por lo que había visto en el descanso de la escalera.
Fue por unos
segundos, por una muy pequeña fracción de tiempo. Nunca podrá
saber si fue testigo de algo macabro y fantasmagórico o de una mala
pasada de sus nervios. Pero cuando las luces se empezaron a prender y
apagar en la vivienda no pudo evitar mirar nuevamente hacia el
pasillo de arriba de las escaleras. Algo la obligo a dirigir su
mirada a aquel lugar. Fue en ese instante cuando su corazón se
comprimió y casi se detuvo. Sintió como si su corriente sanguínea
hubiera bajado una buena gran cantidad de grados drásticamente. Esta
madre que en sus brazos tenía a su hija debilitada de muerte
contemplo lo que más tarde catalogo como el máximo de los horrores.
Una niña de una
palidez marmórea la observaba desde el alto de su escalera. Una boca
putrefacta mostraba una sonrisa infernal y macabra. Unos ojos muertos
se burlaban de ella desde las sombras. Su cuerpo era vestido por un
guardapolvo escolar en absoluta decadencia. Las manchas de sangre
inundaban sus vestimentas al igual que los girones de su ropa
destruida. Un aura negra y visible recorría su silueta
fantasmagórica que, inmóvil desde aquella altura, contemplaba la
escena como un dios de la noche eterna.
Marcela se obligó a
volver en sí. Decenio los tres escalones después del descanso y sin
siquiera cerrar la puerta de entrada salió hacia la noche. Vecinos
que habían escuchado el llano de la niña y el disparo anterior se
juntaron en la vereda de la casa observando como una madre pálida
ingresaba en su vehículo y lo sacaba hacia la calle a una velocidad
increíble perdiéndose en la noche.
MESES MAS TARDE
El obelisco porteño
brillaba bajo la noche. Las luces que lo iluminaban lo hacían ver
como un níveo ídolo que desde sus porosos muros transmitía
elegante y mítica majestuosidad. A sus pies, cientos de personas
transitaban alborotadamente en varias direcciones sin deparar
atención mínima en él. Uno de los emblemas arquitectónicos de
nuestra Buenos Aires.
La plaza de la
República. Ubicada a los pies de esta blanca estructura de poco más
de ochenta años, era antaño terreno de una Iglesia dedicada a San
Nicolás de Bari, donde en el año 1812 izo oficialmente por vez
primera la Bandera Argentina en Buenos Aires. Este acontecimiento fue
luego perpetuado en la cara norte del Monumento.
A no más de
cincuenta metros me encontraba esperando a Luciana, una chica de
mediana edad que se comunicó conmigo en forma privada con la
intención de contarme una misteriosa historia de fantasmas que
trascurría en el partido de Lavallol (Provincia de Buenos Aires).
Lo adelantado en
forma digital fue poco pero lo suficientemente atrayente para que a
la brevedad concordemos un encuentro. A mi criterio, si las palabras
“fantasma”, “niña” y “colegio” se encuentran dentro de
la misma oración es suficiente para hacerme dirigir a casi cualquier
lado.
Faltando ya unos
quince minutos de la hora acordada mi testigo se materializo ante mí
a una velocidad increíble. Habíamos agendado en vernos luego de su
horario laboral, pero al parecer salió unos minutos antes de su
oficina El lugar del encuentro era una casa de comidas rápidas
situada en la esquina de Corrientes y Nueve de Julio.
La señorita, que a
simple vista parecía trabajar dentro del ámbito jurídico se sentó
frente a mí. Un flequillo pelirrojo ocultaba una mirada nerviosa y
cansada. Su respiración denotaba que había corrido o caminado muy
ligero para llegar. No pasaron ni dos minutos desde el primer sorbo
de café que ella empezó a relatarme una historia.
La misma era sobre
una mujer y sus dos hijas. Al parecer una extraña entidad había
corrompido o posesionado a una de las pequeñas para luego desatar en
la casa un terror absoluto. Lo último que se supo era que Marcela
(La mujer de la historia) había salido corriendo de su casa a los
gritos con su hija en brazos y luego de subirse al auto desapareció
en la noche. Los vecinos nunca más vieron el rostro de Marcela por
el barrio y la casa fue puesta a la venta a la brevedad. Al parecer
la madre de las dos criaturas se había asustado de muerte.
Confieso que mi
primera reacción fue de sospechar sobre la veracidad del relato. El
mismo tenía clichés sacados de las típicas películas de terror
sobre posesiones demoníacas contemporáneas. Pero había algo en la
mirada de mi testigo y en su tono de voz que indicaba realidad. Que
no eran locas ideas sacadas de filmes como “El Horror de
Amityville” y “El Conjuro”.
Luciana empezó a
relatarme lo que se consideraba como el inicio de la historia. Al
parecer una pequeña de niña de poco más de siete años había
acabado con su vida saltando al vacío desde el tejado de su escuela.
Nunca se supo si esta menor fue obligada, inducida o simplemente algo
en su infantil mente no adulta le hizo tomar semejante y drástica
decisión.
El mismo había
ocurrido hace casi 15 años en una de las escuelas cercanas a la
estación ferroviaria del mismo Partido. El nombre de la víctima
nunca se dio a conocer y todo fue tapado con el máximo
profesionalismo posible. Muy pocos son los que hoy en día en el
Barrio que conocen la historia de la famosa niña fantasma de
Lavallol.
Lo que comúnmente
se habla en el lugar es sobre que aquella escuela pose una maldición.
Muchos alumnos, profesores y personal no docente aseguran haber visto
por lo menos una vez la forma fantasmal y difusa de una pequeña
jugando en las aulas vacías, moviendo pupitres por las noches y
haciendo toda clase de travesuras que a un simple mortal podría
llevarle un problema cardíaco. Prometí no dar a conocer el nombre
de la institución, pero basta simplemente con acercarse a las
inmediaciones y preguntar un par de veces para que la historia de la
escuela con la pequeña fantasma salga a la luz.
Ahora. Pocos conocen
que en las proximidades de ese edificio ciertas personas disponen de
la capacidad sensitiva de poder ver a esta entidad en sus propias
casas y, al parecer, no se comporta como una niña pequeña sino pose
habilidades completamente malsanas.
La protagonista de
esta historia no es más que la propia Luciana. La chica que tenía
sentada delante de mí y empezaba a mostrar señales de nerviosismo
en sus ya visibles y cristalinas lágrimas.
Lo siguiente tiene
lugar durante el mes de Marzo del presente año (2017). Ella vive
sola en su pequeño departamento situado en las inmediaciones de la
estación ferroviaria Barrio. Entre su vida laboral y académica,
Luciana apenas tiene oportunidad de poder pasar tiempo por su casa.
Un lugar que más allá de verlo como un hogar lo ve como un sitio
transitorio que apenas usa para dormir, asearse y estudiar.
Quizá por este tipo
de vida tan acelerada y movida. Nuestra protagonista no noto los
extraños acontecimientos cuando empezaron sino cuando ya los mismos
tomaron una dimensión considerable. Ella no notaba que la
temperatura ambiental era extrañamente baja y que un rancio y pesado
hedor de a poco se empezaba a sentir en su pequeño mono ambiente.
Una noche despertó
a causa de un fuerte ruido. Entre una mezcla de miedo y confusión
capto que el sonido había venido desde dentro de su hogar. Al
prender la luz encontró diezmado por el piso los objetos que había
acomodado la noche pasada dentro de su cartera. Ese fue el principio
del terror. El extraño frió se pronunció noche a noche hasta
transformar su refugio en un lugar gélido y casi inhabitable. Lo más
extraño y aterrador era ella y solo ella podía notar ese cambio de
temperatura.
Luego de visitar a
un vidente llevo a cabo un pequeño ritual. Pero el mismo no había
dado frutos. De hecho, esa mezcla de oraciones y velas pareció
enfurecer aún más a la entidad y desataba su rabia encargándose de
que ese lugar fuera cada vez más incómodo. Al parecer, buscando en
Internet información sobre estos hechos tan extraños se topó con
una página de mitos y leyendas urbanas donde, entre sus historias
aparecía un caso similar. Sin siquiera pensarlo dos veces navego al
apartado de contacto del sitio y relleno su formulario con las cosas
que pasaban en su casa y lo que había escuchado en el barrio cuando
comento a sus vecinos su extraña vivencia. Acto seguido, en algún
lugar de Lanus, un celular se ilumino dando lugar un pitido que
indicaba la llegada de un correo.
Ella termino su
historia casi al borde del llanto. Ya eran aproximadamente las nueve
de la noche cuando abandonamos el restaurante y nos internamos en la
boca de subte camino al sur. Compartimos el recorrido hasta la
estación Lanus. Durante el trayecto decidí platicar de banalidades
y no enroscar más a mi entrevistada. Ya que ella se tendría que
dirigir sin remedio a ese lugar donde algo ya la estaba esperando.
Ya en casa y luego
de un baño reparador opte por sentarme en la computadora y buscar
algún caso similar entre el de todos mis testigos y confidentes. Al
parecer Luciana vivía con un tipo de entidad espectral con la
suficiente fuerza de poder mediante fenómenos poltergueist no solo
enfriar el ambiente sino hacer volar pequeños objetos por los aires.
El gran problema es
que el peso que podría tener una cartera de mujer llena de cosas es
seguro muchísimo mayor que el que pueda poseer un cuchillo o
cualquier otro objeto punzante que podría salir disparado y llegar
prácticamente a cualquier rincón dentro de un mono ambiente donde
la cama está a solo metros del cajón de la alacena.
Sin dudarlo tome mi
celular y marque el número de la chica que había visto hace unas
horas. Le explique mis temores y le pedí que por favor sacara todo
objeto peligroso de la casa y lo llevara al jardín que comparte con
los demás departamentos. También le pedí que me mantuviera al
tanto sobre cualquier cosa que sintiera durante la noche.
Al cabo de dos horas
recibí la primera llamada. Según ella la temperatura había bajado
drásticamente unos siete u ocho grados y el aire se sentía extraño
y pesado. Le recomendé salir de ese lugar y pasar la noche en lo de
algún familiar pero al encontrarse su familia en la Provincia
Córdoba a muchísimos kilómetros de distancia y no tener suficiente
relación con nadie, debía pasar la noche ahí. Con “eso”.
La segunda llamada
fue alrededor de las dos de la mañana. Por suerte me encontraba
despierto y pude atender a la brevedad. La voz del otro lado estaba
nerviosa y llorosa. Esa cosa había cruzado la línea y la había
tirado de la cama de un empujón mientras dormía.
Mi respuesta fue
directa y clara. Quedarse despierta escuchando música con todas las
luces prendidas sería la mejor forma de combatir esa presencia.
Durante la mañana nos encontraríamos nuevamente en la estación de
Lavallol y me guiaría a su casa. Quería conocer al monstruo
disfrazado de cordero.
Aproximadamente a
las once de la mañana siguiente me encontré con Luciana. La
muchacha mostraba unas ojeras descomunales en su rostro y se
encontraba al borde del llanto. Caminamos juntos hasta su casa
mientras me confesaba los sucesos de los que había sido víctima esa
misma noche. Al parecer esta cosa tenía un poder mayor al esperado y
no solo había arrojado pequeños objetos al rostro de la joven
durante la madrugada sino que le había hablado y maldecido
diciéndole toda clase de perjurios. Esto último fue lo que la hizo
decidir a abandonar aquel lugar en medio de un contrato de alquiler y
volver a su Provincia natal con la idea de olvidar y alejarse de ese
lugar y su extraño habitante.
Una vez en la puerta
del mono ambiente la chica se paró en seco y con una mirada perdida
giro la llave en la cerradura. La puerta se abrió lentamente dando
lugar a un paisaje completamente abrumador. El piso del lugar estaba
lleno de papeles destrozados y vidrios hecho añicos. Un olor rancio
inundaba esa morada invitando al visitante a alejarse ante el hedor.
Pero el frió, ese frió que pertenece únicamente al frió de los
muertos y las almas perdidas, era lo más aterrador.
Durante toda mi vida
y desde muy temprana edad conviví con todo tipo de fenómenos y
visiones. No sé si considerarme una persona hipersensible, pero
tengo ciertas facultades de poder detectar todo tipo de presencias
(Entre otras cosas). Y en aquel lugar claramente se encontraba el
espíritu de un muerto con muy malas intenciones.
Basto que diera el
primer paso dentro de aquel lugar de pesadillas para que mi cabeza
fuera presa de un aplastamiento y dolor abismal. Mi piel sintió el
frió del ambiente y respondió poniendo en alerta a mi cerebro.
Dirigí mí mirada a Luciana que me espiaba extrañada desde fuera
del lugar y le pedí que no entrara. El recinto era claramente
peligroso.
Sin tiempo que
perder inspeccione el lugar en búsqueda de algún utensilio o marca
evocadora. Quizá algún objeto animal o vegetal dejado por alguna
persona con el fin de dañar. Pero pese al desorden. Ni objeto, ni
marca, ni parte humana o animal de cualquier forma o tamaño
descansaba entre esas paredes. Eso era clara señal de que una
presencia se había instalado por propia voluntad y fuerza cuyo único
fin de dañar o ahuyentar a mi testigo.
Envalentonada por mi
invasión en su casa, Luciana entro rápidamente y sacando un bolso
oscuro de gran tamaño de un placar empezó a tirar todos sus objetos
personales en él. Claramente no tenía la mínima intención de
estar ahí dentro ni un minuto más.
Ya me había
acostumbrado al frió y punzante dolor de cabeza cuando terminamos de
empacar las últimas fotos y otros objetos personales. Miramos muy
velozmente que nada hubiera quedado en el lugar cuando sentimos un
inexplicable olor a gas. Sin siquiera dudarlo me acerque al anafe que
se encontraba sobre la mesada de granito al lado de una pequeña y
reluciente bacha de acero. Misteriosamente (o no tan) la llave del
gas se había abierto en su totalidad inundando de a poco el ambiente
de ese somnífero olor. Una vez puse mi mano en aquella llave y la
cerré note como una pequeña fuerza realizaba un movimiento
contrario al mío tratando así de volver a liberar la mortífera
sustancia gaseosa. Le pedí a la ya horrorizada chica de cabello
fuego que saliera del lugar y cerrara el tanque de gas que alimentaba
el anafe.
Una vez afuera de
aquella habitación fue cuando paso lo más extraño. Estábamos ya
dispuestos a retirarnos cuando hacemos una última revisión. Fue muy
gracioso para mí descubrir que no solo mis llaves, sino mi celular
que se encontraba dentro de un protegido bolsillo habían
desaparecido ahí dentro por arte de “magia”. Esa maldita cosa
quería hacerme entrar nuevamente y el celular, junto a todo su
valioso y sensible contenido, valía el intento.
Una vez deje a
Luciana en la calle con sus pertenencias volví a cruzar el pasillo y
a entrar a aquel recinto. Deje la cerradura abierta con la llave
puesta desde dentro y una pesada maceta en la línea de la puerta por
medida de seguridad. El frió adentro ya era demasiado y un olor
putrefacto muy parecido al de un cuerpo en estado de descomposición
supuraba desde las entrañas del lugar. Fue muy gracioso ver mis
llaves sobre una silla que habíamos dejado a poco más de un metro
de donde reposaba ahora. A paso decidido me acerque a ellas y las
tome en mis manos. Mi mirada volaba por todo el lugar buscando mi
pequeño teléfono blanco pero no lo veía. Claramente no quería que
lo encontrara tan fácilmente.
Metí mi mano
diestra en el bolsillo de mi pantalón y retire el teléfono de la
chica que me esperaba afuera de aquel lugar. Oprimí el botón para
llamar al último contacto y viendo mi nombre en el display lo guarde
nuevamente y me dispuse a escuchar. Luego de unos segundos. Una
melodía parecía sonar desde debajo de la cama.
Ya un poco más
molesto con aquel espíritu me acerque a ella y me puse de rodillas.
No fue necesario introducir mi brazo debajo del somier de una plaza
porque antes de hacerlo mi móvil salió disparado desde debajo de la
misma hacia mi mano. Confieso que aquel acto de bondad me dejo un
poco extrañado.
Me pare lentamente
obligando a mis sentidos a estudiar el ambiente. Algo había
cambiado. Claramente la entidad tomo la fuerza necesaria en las
últimas horas y lo había demostrado a través de los múltiples
fenómenos poltergueist. El aire era pesado. El ambiente era frió y
opresivo. El solo exhalar un poco de aire de mi boca materializaba
una pequeña nube de frió. Sabía que algo no andaba del todo bien
ahí dentro y solo me resto volver mi mirada hacia mi espalda para
descubrir porque.
Frente a mí se
encontraba una figura translucida. Un aura negra rodeaba la silueta
de una joven de no más de siete u ocho años. Un rostro marmóreo,
unas cuencas vacías me miraban fijamente mientras que una boca
podrida y llena de sangre vieja y putrefacta me sonreía desde la
pared opuesta.
¿Cómo describir a
un ser semejante? ¿Cómo describir a una criatura que parecía
salida del mismísimo infierno de Dante? Su ropa gastada ya echa
harapos estaban podridos y sucios. Sus pies esqueléticos descalzos y
sus rodillas partidas dejando ver sus huesos salir de la carne
fantasmal. Su mirada muerta y vacía no desprendía más que odio y
resentimiento. Sus manos esqueléticas se mecían lentamente y
sostenían lo que parecía ser un muñeco horrible.
La puerta de entrada
se movió rápidamente buscando cerrarse. Pero la pesada maseta que
use para trabar la abertura había cumplido su cometido. Volví en mí
rápidamente despegando la mirada de aquellos ojos vacíos. Me dirigí
a la puerta luchando conmigo mismo para no ver a aquella malignidad,
retándole así su poder sobre mí. Pero todo fue en vano cuando
aquella niña maldita o aquel demonio impuro dentro de un cuerpo
infantil se materializo entre la salida y mi persona.
La puerta lucho
contra la maceta nuevamente. El ruido fue más fuerte en esta
oportunidad. La misma se abría y cerraba en vano una y otra vez.
Cada vez con más fuerza. Sus ojos no paraban de mirarme. Una voz
oscura e incomprensible inundaba mi cabeza que empezaba a doler
nuevamente. Sabía que ella quería dejarme encerrado en aquel lugar
y que haría todo lo que estuviera a su alcance para lograrlo.
Sin pensarlo dos
veces dirigí pesadamente mi mano siniestra hacia el bolsillo interno
de mi abrigo. Volví en si cuando toque los frascos. Me concentre en
el de vidrio que había dejado a la derecha y en un rápido
movimiento lo arroje a sus pies inundando la baldosa donde cayó con
agua consagrada (Agua mineral que mezclado con una medida de sal
gruesa y una oración especifica genera lo que conocemos como agua
bendita).
La pestilencia que
tenía enfrente desapareció y rápidamente cruce el umbral de la
puerta. Solo me restaba otra cosa por hacer. Volví a meter mi mano
en el bolsillo esta vez ya más rápidamente y saque el otro
recipiente. Con un pulso firme desenrosque la pequeña tapa del
frasco plástico y vertí su contenido dibujando una línea de
protección ante la puerta.
La sal es un arma
poderosa ante lo fantasmal. Desde los albores de la historia el
hombre la utilizo para innumerables rituales mágicos. Los antiguos
arcanistas ya conocían sus poderes curativos y místicos. Inclusive,
no es extraño pensar que tirar tan valioso recurso podría traer
mala suerte ante un viaje por venir.
Lentamente y sin
deshacer la línea del blanco y pequeño mineral cerré la puerta con
llave desde afuera dejando así presa en su propia trampa a aquella
malignidad.
Una última mirada
sobre mis espaldas antes de salir al encuentro con Luciana me mostró
un fantasmal y ya casi transparente rostro de odio mirarme desde na
de las ventanas. No pude evitar sonreírle en gesto de burla.
Dos horas y dos
submarinos calientes más tarde me despedí de mi testigo en una de
las plataformas de abordaje de la estación Retiro. Con mucha suerte
pudo conseguir un pasaje inmediato hasta su hogar de la infancia. Un
lugar lejos de las garras de aquella “Cosa”.
Luego de un abrazo
la chica tomo su equipaje y subió al micro de dos pisos. Yo volví
sobre mis pies en dirección a casa. El día había sido largo.
Sentía mi cuerpo cansado y débil. Pero de cierta forma me sentía
pleno y feliz.
Una vez llegue a mi
hogar y santuario pasadas las cuatro de la tarde puse en marcha la
cafetera y me senté frente a la televisión. Al no encontrar nada
interesante (Nunca lo encuentro) hice contacto visual con la negra y
pesada consola que tengo instalada en el estante debajo de la TV.
Confieso que no acostumbro despejarme con un Joystick en la mano
fuera de horarios nocturnos pero la situación lo ameritaba. Desde la
cocina un pitido me indicaba que el agua estaba a punto. Presione un
botón en el mando para que la consola empezara a funcionar y luego
fui por mi medida doble de negro café. El día ameritaba un pequeño
premio aunque estaba lejos de terminar.
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