viernes, 1 de noviembre de 2019
Lorelei, La Sirena del Rhin
El acantilado del
Lorelei, o Loreley, se encuentra en un hermoso valle de la parte alta
del Rhin. Esta parte del río es tan profunda y estrecha que se
considera uno de los trayectos más peligrosos para los navegantes
que lo cruzan. Antaño, muchas tragedias tuvieron lugar entre sus
aguas. Aquí es, justamente donde nace la leyenda de que da nombre a
las altas rocas desde las que se divisa el valle y el río: la
leyenda de Lorelei.
Se cuenta que, en un
principio, Lorelei era una hermosa muchacha que fue traicionada por
el hombre que amaba. Tanto era su dolor que se arrojó desde el
acantilado, no sin antes posar por última vez sus tristes ojos
repletos de lágrimas en el castillo de su amado, situado justo al
otro lado del río.
Más tarde la
leyenda varía y Lorelei pasa a ser una sirena, la hija del Rhin, una
doncella de largos y dorados cabellos que, llena de rencor por la
traición de su amado, conducía a los navegantes a la muerte.
Sus ropas blancas y
su pelo de color del oro hacían brillar su figura en lo más alto
del acantilado. Por medio de su canto embriagador atraía a los
jóvenes más inocentes. Cuando éstos se acercaban para verla,
trepando por las rocas, ella desaparecía y ellos acababan
precipitándose al abismo y ahogándose en las oscuras y profundas
aguas del Rhin.
Una de las infelices
víctimas del odio de Lorelei fue Ronald, un apuesto joven, hijo de
un noble de alto rango del lugar. El muchacho supo de esta misteriosa
y bella doncella y sintió un deseo irrefrenable de conocerla.
Se excusó ante su
padre diciéndole que se marchaba de caza, y cuando llegó a orillas
del río convenció a un viejo marinero para que le acercarse al
acantilado. Este no estuvo muy de acuerdo al principio, pero ante la
insistencia del joven finalmente terminó por ceder.
La barca llegó a
las rocas justo cuando el sol se ocultaba tras las montañas y la
noche empezaba a invadirlo todo. La primera estrella apareció y con
ella las demás.
De pronto el viejo
barquero divisó la blanca figura de la joven en lo alto del
acantilado y avisó muy nervioso a Ronald. El joven se quedó mirando
a Lorelei con los ojos muy abiertos, absorto. Aquella imagen era
sobrenatural y maravillosa a la vez.
Lorelai caminaba
sobre las rocas, lánguidamente, mientras peinaba su brillante
cabello. A pesar de la oscuridad de la noche, podía observarse el
perfil de su figura e incluso los rasgos de su delicado rostro.
Ronald pudo percibir como los labios de la joven se abrían y de
ellos comenzó a nacer un canto tan sublime como nunca jamás había
oído mortal alguno.
Entonces la mirada
de Lorelai se cruzó con la suya…
El joven e ingenuo
Ronald, sintiendo la llamada de la joven y olvidando por completo que
estaba en medio del río dentro de una barca, salió de ella para ir
al encuentro de Lorelei y acabó tragado por las aguas.
Una terrible
tormenta se desató en ese momento y el viejo barquero comenzó a
rezar. Luego los truenos cesaron y sólo quedaron el suave susurro de
las olas y el lejano canto de Lorelei.
Cuando el padre del
joven se enteró de la trágica muerte de su hijo, fue invadido por
el dolor y la rabia y ordenó a sus hombres que trajeran a la asesina
de su hijo viva o muerta.
Al día siguiente un
barco tripulado por cuatro valientes soldados cruzaba el Rhin. El
plan era subir al acantilado y desde allí arrojar a la infame
asesina y seductora desde las rocas para que terminase ahogada en las
aguas del río, tal como había muerto el desdichado Ronald.
Como era de esperar,
llegaron al anochecer.
Los soldados
rodearon el acantilado y el jefe comenzó a escalar por la ladera.
Entonces una niebla dorada cubrió la cima de las rocas y en medio de
ella apareció Lorelei. En su rostro se vislumbraba una irónica
sonrisa.
“¿ Qué habéis
venido a buscar aquí ?, preguntó la joven. ” ¡A ti! ¡Y vas a
tener el castigo que mereces!”, respondió el jefe de los soldados.
Entonces Lorelei se
arrancó el collar de perlas que llevaba en su cuello y lo arrojó al
Rhin. Una tormenta surgió de la nada y las aguas del río se
tornaron turbulentas. Dos enormes olas con forma de caballo surgieron
de la espuma y se llevaron a la joven a las profundidades del Rhin.
El cuerpo sin vida
de Ronald apareció poco después a las orillas del río.
Lorelei no volvió a
ser vista jamás, tan sólo su canto que se repite como un eco entre
las rocas del acantilado que lleva su nombre.
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