lunes, 11 de noviembre de 2019
El Infame Experimento Tuskegee
Iniciaba la década
de 1930 en la localidad sureña de Tuskegee (Alabama), cuando un
grupo de científicos decidieron investigar una de las enfermedades
que más estragos estaba causando por esos días: la sífilis. Y con
ese propósito, cometieron uno de los experimentos más atroces y
largos de la historia de la humanidad, que dejó una marca tan
indeleble sobre la población, que al buscar la palabra “Tuskegee”
en Google, no sale información sobre la ciudad, sino sobre este
experimento.
Tuskegee era, en esa
época una ciudad de avanzada, donde la lucha por los derechos
civiles de los afrodescendientes era fuerte. Allí se fundó una de
las primeras universidades que admitió a estudiantes de raza negra y
que además es la cuna de la célebre Rosa Parks (la primera dama de
los derechos civiles) y del heroico escuadrón aéreo 322. Aquí, en
1932 se dio inicio a un experimento llamado oficialmente como el
“estudio de Tuskegee para la sífilis sin tratamiento del hombre
negro”.
En aquella época no
existía ningún tratamiento confiable para la sífilis. Solo
paliativos con múltiples efectos secundarios y de utilidad dudosa,
por ello el Doctor Taliaferro Clark impulsó un estudio que buscaba
analizar las diversas posibilidades de erradicar la enfermedad, por
lo que se reclutó a un grupo de 600 aparceros varones afroamericanos
y con la excusa de jornadas de vacunación y de un tratamiento de una
enfermedad difusa llamada “mala sangre”, término que en la época
se usaba para englobar una amplia serie de enfermedades, los instaron
a participar con la promesa de una comida caliente, tratamiento
médico y un seguro funerario por si fallecían, algo más que
generoso para la época y para las condiciones sociales y monetarias
de los participantes.
De los 600, se tomó
un grupo control de aproximadamente 200 participantes y de los
restantes, unos ya estaban infectados con la enfermedad al iniciar el
estudio (en diversos estadios de desarrollo de la misma) y a otros se
les contagió, con métodos cuestionables, por decir lo menos. A
muchos se les ofreció mantener contacto sexual con prostitutas que
tenían la enfermedad (sin que los varones lo supieran) y al ver que
no resultaban contagiados con la eficiencia requerida, se les
realizaban incisiones en el pene para frotarlos con cultivos de la
bacteria.
Al ver esta clase de
prácticas, el Doctor Taliaferro Clark abandonó el estudio, sin
embargo, no lo denunció. Tras este hecho, fue retomado por el Doctor
Oliver Wenger, quien lo supervisó durante años, tratando a los
pacientes como auténticas cobayas humanas, sin importar su bienestar
o seguridad, ni la de sus familias, al ser esta una enfermedad
bastante contagiosa. Incluso se descubrieron escritos del Doctor
Wenger felicitando al doctor Raymond Vonderlehr por sus cartas donde
convencía a los “Nigger” (literal en las misivas) a aprovechar
“la última oportunidad para tener un tratamiento especial gratis”,
cuando en realidad solo se les realizaría un control para saber si
tenían la enfermedad y en ese caso, hacerlos parte del grupo de
estudio.
Para cuando esta
infame investigación llevaba 15 años desarrollándose en 1947, la
penicilina había demostrado su eficacia en el tratamiento de la
sífilis, sin embargo, el estudio continúo, no solo sin aplicar la
cura a los pacientes, sino prohibiéndoles que se trataran con ella
(aun cuando 250 de los participantes fueron reclutados por el
ejército) a fin de continuar con sus placebos y seguir estudiando
los devastadores efectos de la enfermedad que incluyen daños en
ojos, corazón y cerebro.
Aunque en el año
1964 la Organización Mundial de la Salud obligó a que todos los
experimentos con humanos tuviesen el consentimiento expreso de los
participantes, el experimento en Tuskegee continúo hasta que en
julio de 1972 Peter Buxton, un investigador de ETS perteneciente al
Servicio Público de Salud (y quien pasó más de ocho años
alertando sobre la situación) lo filtró a los diarios Washington
Star y el New York Times, con un escándalo tal, que en solo 24 horas
se clausuró un experimento cruel que había durado cerca de 40 años,
con un saldo de 28 participantes fallecidos por la enfermedad, 100
más lo hicieron debido a complicaciones relacionadas con esta, pero
además, 40 mujeres habían sido infectadas y 19 niños habían
nacido con la enfermedad.
En 1997, el entonces
presidente de Estados Unidos, Bill Clinton se disculpó de forma
oficial ante cinco de los supervivientes: “No se puede deshacer lo
que está hecho, pero podemos acabar con el silencio… Podemos dejar
de mirar a otro lado, miraros a los ojos y finalmente decir, de parte
del pueblo americano, que lo que hizo el Gobierno fue vergonzoso y
que lo siento”. Sobre el tema, en 1977 Gil Scott-Heron editó en su
álbum Bridges una canción llamada “Tuskegee #626” que habla
sobre estas atrocidades, y en 1997 el canal HBO creo la película
“Miss Ever’s Boys” (los chicos de la Señorita Ever”) donde
también se dramatiza este tema.
Lo único bueno que
quedó a partir de este experimento fue la regularización y
endurecimiento de las normas para el consentimiento informado en
experimentos clínicos, más comprensión de la igualdad entre los
seres humanos sin importar su condición de raza o clase social y una
nueva comprensión de la importancia de la ética, especialmente en
la medicina.
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