sábado, 1 de junio de 2019
Terror en los Montes Urales
En 1959 un grupo de
nueve alpinistas mueren de manera extraña en los Montes Urales, esta
es la inquietante historia del gran misterio de la antigua URSS.
A principios de
febrero de 1959 el tiempo era bueno en la zona de los Urales. Una
decena de estudiantes y experimentados alpinistas, encabezados por
Igor Dyatlov, de 23 años, se preparaba para realizar una expedición
a la cordillera montañosa. Cuando emprendieron la marcha hacia la
base del monte Otorten nadie presagiaba su fatal destino. Al llegar
al último lugar de aprovisionamiento un miembro del equipo, Yuri
Yudin, enfermó repentinamente, lo que le obligó a quedarse allí
para recuperarse ante la imposibilidad de seguir el ritmo del resto
del grupo de estudiantes. Paradójicamente, aquella circunstancia se
convirtió para su protagonista en un suceso providencial y, al mismo
tiempo, en una pesadilla. Desanimado, Yudin se despidió de sus nueve
compañeros. Sería la última vez que los vería con vida. Lo que
les ocurrió a partir de ese momento sigue siendo un completo
misterio.
De acuerdo a las
normas básicas de seguridad, cuando llegaran a la zona de Vizhai, de
regreso de la montaña, Dyatlov tenía que enviar un telegrama al
Instituto Politécnico de los Urales, donde estudiaban todos los
integrantes del grupo. El joven calculaba que eso sucedería
alrededor del 12 de febrero, pero advirtió, no obstante, que podría
retrasarse algunos días si el tiempo se complicaba. Por este motivo
nadie se percató de su desaparición hasta pasadas varias semanas.
No fue hasta el 20 de febrero cuando las familias de los
excursionistas dieron la voz de alarma ante la falta de noticias de
sus seres queridos. Entonces se movilizó un equipo de rescate
compuesto por miembros de la policía y del ejército y por un grupo
de profesores y alumnos de lo que hoy es la Universidad Técnica de
los Urales. Tras varios días de búsqueda, el 26 de febrero
encontraron el último campamento que habían establecido los
estudiantes. Su estado no presagiaba nada bueno. El estudiante que lo
halló, Mijail Sharavin, dibujó una instantánea escalofriante: las
tiendas estaban totalmente rajadas desde dentro y cubiertas
parcialmente por nieve. No había nadie en su interior, pero,
extrañamente, los objetos personales, incluso la ropa de abrigo,
permanecían allí. Al revelar las fotos de las cámaras que los
jóvenes habían dejado atrás como mudos testigos de lo sucedido, se
determinó que el grupo había acampado en ese lugar el 2 de febrero
hacia las cinco de la tarde.
El equipo de rescate
encontró también un conjunto de huellas en línea recta que partían
de las tiendas de campaña. Los expertos aseguraron que pertenecían
a un grupo de unas ocho o nueve personas, lo que demostraría que
todos los estudiantes huyeron prácticamente desnudos. Unos llevaban
calcetines y otros, una única bota, pero algunos escaparon con los
pies descalzos. Las huellas se hundían unos 90 cm en la nieve y no
revelaban signos de violencia ni la presencia de alguien ajeno al
grupo. Conducían hacia una pequeña cuesta que llevaba a una masa
arbolada cercana, pero tras 500 m desaparecían sin dejar rastro. En
el borde del bosque aparecieron los cuerpos sin vida de dos de los
estudiantes desaparecidos: Georgi Krivonischenko, de 24 años, y Yuri
Doroshenko, de 21. Sus cadáveres descansaban bajo un gran pino
vestidos únicamente con ropa interior y sin signos externos de
violencia. Junto a ellos se veían los restos de una hoguera y
algunas ramas del pino destrozadas. A pocos metros, en un claro de la
arboleda, yacían los cuerpos de Rustem Slobodin, de 22 años, de
Zina Kolmogorova, de 22 años, y de Igor Dyatlov, de 23. Por la
posición de los cadáveres, parecía que los jóvenes habían
tratado infructuosamente de llegar al campamento. Este espeluznante
hallazgo provocó que se pusiera en marcha una investigación. La
autopsia que se realizó a los cinco cuerpos no arrojó datos
relevantes: los estudiantes habían muerto por hipotermia y no
presentaban lesiones externas. Tan solo uno tenía una pequeña
fractura en el cráneo que no había sido la causa de su muerte. Y es
que, salvo por los detalles escabrosos que presentaba el campamento y
el hecho de que los estudiantes lo abandonaran sin ropa, todo lo
sucedido entraba dentro de los parámetros de lo aparentemente
lógico. Pero aún quedaban por encontrar cuatro de los estudiantes.
El descubrimiento de sus cuerpos dio un dramático giro a los
acontecimientos.
Establecer el
paradero de los demás excursionistas costó casi dos meses. Los
cuatro estaban enterrados bajo 5 m de nieve cerca de una especie de
pequeño barranco, próximo al lugar donde se habían encontrado los
cuerpos de las otras víctimas. Eran Nicolas Thibeaux-Brignollel, de
24 años, Ludmila Dubinina, de 21, Alexander Zolotaryov, de 37, y
Alexander Kolevatov, de 25. El cráneo de Thibeaux estaba
prácticamente destrozado por dentro, y Zolotaryov y Dubinina tenían
varias costillas rotas. Además, la muchacha no tenía lengua. Pese a
ello, las lesiones externas que presentaban eran prácticamente
inapreciables. Y, al contrario que los demás, estaban vestidos.
Parecía como si los últimos en morir se hubieran apropiado de las
ropas de quienes habían fallecido primero, ya que el cuerpo de
Zolotaryov vestía un abrigo de piel y un sombrero de Dubinina,
mientras que los pies de esta última estaban envueltos en los
pantalones de Krivonischenko. Tras tres meses de análisis, la
investigación sobre el caso se dio por zanjada sin llegar a ninguna
conclusión. Sin testigos, sin nadie a quien acusar y sin pruebas
sustanciales sobre lo ocurrido era lo más previsible. El caso quedó
bajo secreto de sumario y se prohibió el acceso a la zona donde
habían ocurrido los hechos durante los tres años siguientes. Hasta
el momento se han desclasificado muy pocos documentos al respecto.
Pero, a pesar de los esfuerzos de las autoridades por acallar este
espeluznante suceso, los compañeros y los familiares de los jóvenes
impulsaron la creación de una organización que se ha dedicado a
tratar de desentrañar el misterio durante los últimos 49 años: la
Fundación Dyatlov.
Esta asociación se
ocupó del caso desde sus inicios, tratando de comprobar la validez
todas y cada una de las hipótesis que se han planteado para tratar
de reconstruir los hechos que sucedieron aquella fatídica noche. Hoy
prosigue esta tarea su director actual, Yuri Kuntsevich. Las primeras
teorías culpaban de las muertes a la tribu que habitaba aquel lugar,
los mansi, ya que se planteó la posibilidad de que los
excursionistas hubieran profanado algún lugar sagrado de este
pueblo. Pero esta hipótesis fue descartada de inmediato debido a que
ni la montaña de Otorten ni Kholat-Syakhl eran considerados como
tales por los mansi y, además, nunca se encontraron huellas de otras
personas en el campamento. Es más, años después algunos
especialistas en Medicina forense, como el doctor Borís
Vozrozhdenny, han explicado que es imposible que un ser humano pueda
ocasionar las heridas internas que presentaban los últimos cuatro
cadáveres, que son parecidas a las que se producen en un accidente
con un vehículo a toda velocidad: externamente no se aprecian, pero
los daños internos son fatales. Descartada la intervención humana,
los investigadores comenzaron a localizar a los testigos de la época.
En 1990 el investigador Iev Ivanov consiguió entrevistar a varios
militares y meteorólogos que relataron que entre febrero y marzo de
1959 se habían divisado en la zona unas “esferas brillantes”.
Para Ivanov esas
esferas brillantes eran la clave del misterio. Entre los pocos
documentos desclasificados sobre el caso existe uno que hace
referencia a unos excursionistas que acamparon a unos 50 km de
distancia de los nueve fallecidos. El informe recoge que en la noche
del 2 de febrero vieron “extrañas esferas luminosas de color
naranja que flotaban en el cielo en dirección a Kholat-Shiyakhy,
sobre las montañas de Otorten”. De nuevo las luces eran las
protagonistas en estos testimonios, lo que dio pie a que los
investigadores especularan con la posibilidad de que una de aquellas
esferas hubiera provocado que alguno de los excursionistas –si no
todos- decidiera seguirlas y hubiera animado a los otros para que lo
acompañaran. Aquellas luces podrían haber provocado una explosión,
que sería la causante de las lesiones internas que presentaban los
cadáveres.
Para Yudin, el único
superviviente, esta hipótesis es la más plausible, ya que explica
las heridas y el extraño tono bronceado que presentaban los
cadáveres cuando fueron encontrados. Pero, sin duda, la prueba que
más la refuerza es el hallazgo de altos niveles de radiación en las
ropas que portaban los cadáveres. Sin embargo, a pesar de que la
zona se rastreó en varias ocasiones, nunca se encontraron pistas o
señales de una posible explosión.
EXPERIMENTO MILITAR
El secretismo y la
intervención militar, así como el momento en el que se produjeron
los acontecimientos sugieren que los jóvenes fueron víctimas de un
experimento militar, que acabó en desastre. Incluso es posible que
se tratara de un fallido lanzamiento de un misil o un cohete, aunque
el cosmódromo de Baikonur (Kazajstán) no conserva expediente alguno
de una iniciativa de este tipo. Así lo confirmó Alexander
Zeleznyakov, historiador especializado en misiles soviéticos y alto
funcionario de la Corporación de Energía Espacial Soviética.
Asimismo, el Ministerio de Defensa y la Oficina de Atención
Ciudadana aseguraron que ellos tampoco tenían constancia de que se
hubieran llevado a cabo experimentos en los Urales que coincidieran
en las fechas y en el lugar con el suceso. A pesar de todo, Yuri
Yudin mantiene su empeño de esclarecer el caso. En su última visita
a la zona logró descubrir un extraño cementerio de metales
retorcidos de procedencia desconocida. Aunque cree imposible probar
que se realizara un experimento militar, no duda que el origen de la
tragedia fue artificial. “Hay cosas muy extrañas en el caso.
Cuando me llamaron para identificar los objetos personales, hubo
varios que no fui capaz de reconocer: un trozo de tela parecida a la
de una capa militar, trozos de cristales y un par de esquís
completos, así como otro partido en pedazos”, señaló en una
conferencia pronunciada el pasado mes de febrero.
EL PASO DE DYATLOV:
PREGUNTAS SIN RESPUESTAS
Bajo el auspicio de
la Fundación Dyatlov, el pasado mes de febrero se reunieron en
Ekaterimburgo (Rusia) seis personas que participaron en la búsqueda
de los estudiantes y 31 expertos independientes para buscar
respuestas sobre el accidente e intercambiar datos de las
investigaciones realizadas hasta el momento. La mayoría de los
investigadores coinciden en que los militares realizaron pruebas en
el área que podrían haber sido la causa de la muerte de los nueve
esquiadores.
“Todavía
carecemos de los documentos clave de la investigación, por lo que
seguimos solicitando al Ministerio de Defensa que nos provea de dicho
material para continuar nuestras investigaciones”, declararon los
participantes. La conferencia fue secundada por la Universidad
Técnica de los Urales, la Fundación Dyatlov y otras entidades no
gubernamentales, que llamaron al lugar del suceso el Paso de Dyatlov
en honor a los estudiantes para que sus muertes no caigan en el
olvido.
SABIAS QUE
Según los
documentos desclasificados sobre el caso de los Urales, la
investigación se abrió entre el 6 y el 14 de febrero de 1959, es
decir, varios días antes de que se descubrieran oficialmente los
cuerpos? Según el único superviviente de este extraño suceso, Yuri
Yudin, esta es la prueba más fehaciente de que el origen de la
tragedia fue un experimento militar.
El próximo año se
cumplirá el cincuenta aniversario de la tragedia acontecida en los
montes Urales. Muchos esperan que, coincidiendo con tal fecha y
debido a la actual situación de Rusia, se produzca una nueva
desclasificación de documentos que permita arrojar más luz sobre
este enigmático caso, en el que perdieron la vida nueve estudiantes
bajo extrañas circunstancias. Por ahora todo apunta a que se debió
a un experimento militar.
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