miércoles, 5 de junio de 2019
El Misterio de Trancas
El episodio más
resonante de un supuesto aterrizaje de OVNIS y aparición de seres
extraterrestres en la Argentina se produjo en Trancas, Tucumán, hace
48 años.
El hecho fue uno de
los hitos más importantes en la historia de los objetos voladores no
identificados.
Se trata de un
episodio que ha sido considerado como “un caso inatacable (y) una
prueba irrefutable” dentro del voluminoso y extraño legajo de los
OVNIS. Quizás –también se ha dicho– uno de los hechos más
excepcionales del historial del problema OVNI”, debido a la
cantidad y calidad testimonial, la prolongada visualización y el
hallazgo de residuos físicos en el área, constituyendo “la más
poderosa evidencia” a favor de los fenómenos inusuales. Desde
entonces, el caso Trancas se convirtió en un “superclásico de la
ufología mundial”, señala el sitio mexicano
www.perspectivas.com.mx.
El lunes 21 de
octubre de 1963, las jóvenes Argentina (28) y Jolié (21) Moreno,
con sus pequeños hijos Victoria, Nancy y Guillermo, llegaron desde
Rosario –donde residían– a San Miguel de Tucumán, y de ahí
viajaron hasta la finca “Santa Teresa” en Villa de Trancas, donde
se reunirían con sus padres, Antonio (72) y Teresa (63), y su otra
hermana, Yolanda (30).
Un motivo de esta
visita era que sus maridos, ambos oficiales del Ejército, debían
participar en unas importantes maniobras militares previstas para
esos días, y en la madrugada partirían en tren desde Tucumán a
Salta, pasando por Trancas.
Cenaron muy temprano
y, exhaustos por el viaje, todos se fueron a descansar a sus
habitaciones. Cerca de las 21 horas, la doméstica Dora Guzmán (15),
que se hallaba en los fondos de la vivienda, aparece una y otra vez
insistiendo en que veía luces sobre el terraplén del ferrocarril,
situado a 200 metros al frente de la finca.
Los padres dormían,
Argentina seguía atenta a su lectura y Jolié le restó importancia,
pues debía darle el biberón a Guillermo, de cuatro meses. Yolanda,
en tanto, pensó al escucharla que sería un ómnibus.
Finalmente, Dora
persuade a las hermanas para verificar las “luces raras” que
estaba viendo. Se trataba de un conjunto de cinco luces, distantes
entre sí a no menos de 100 metros, tres al frente y dos un poco más
al norte (noreste). Se encendían y apagaban con cierta
intermitencia, arrojando haces lumínicos en distintas direcciones,
iluminando incluso la finca (vivienda, gallinero).
No tenían forma
discernible, presentando el aspecto de focos de luz. Las asustadas
mujeres sospecharon que podría tratarse de un accidente ferroviario
(es frecuente que el tren se lleve por delante algún vacuno), o que
podría ser una escuadrilla de operarios reparando las vías, pues a
unos 500 metros, o más, hacia el norte, visualizaron unas siluetas
humanas desplazándose en torno a los reflectores.
El temor fue
mayúsculo cuando Yolanda apunta la posibilidad de que podrían ser
guerrilleros haciendo un sabotaje (levantando las vías o colocando
una bomba), recordando los episodios de la incipiente guerrilla rural
de Taco Ralo, al sur de Tucumán, hacia fines de 1962. Es que los
maridos de Argentina y Jolié pasarían por allí en cuestión de
horas en un tren militar y, además, ellas se encontraban solas, su
padre enfermo y sus pequeños hijos desprotegidos.
En busca de otra
explicación, una de las hermanas recordó haber leído que en varias
partes del mundo se habían visto platos voladores, y especialmente
el caso del camionero Douglas (quien días antes –en Monte Maíz–
había visto un aparato con varios seres que lo habrían quemado con
un fino haz de luz), sugiriendo la posibilidad que fueran esas naves.
Entre corridas y
encierros, deciden salir para observar mejor, cuando ven una tenue
luminosidad verdosa y, pensando que era la camioneta conducida por un
peón que trabaja en la finca, van hacia la tranquera.
De pronto, a unos
ocho metros de ellas, se encendió una luz que las encandiló,
pudiendo notar por un instante que había un aparato de unos 8 x 3
metros, provisto de una torreta, y con gajos y grandes remaches
dispuestos en su superficie. El impacto fue tal, que Yolanda
trastabilló, tropezó, y en segundos estaban refugiadas nuevamente
en la casa.
La doméstica, de 15
años, entró exclamando que la habían quemado, pero Argentina y
Yolanda comprobaron que sólo estaba asustada. A estas alturas todos
estaban levantados. El padre intentando salir, era retenido presa de
nervios por sus hijas, pues se hallaba enfermo.
Con las puertas
trancadas, desde la ventana (los postigos cerrados y por veces
entreabiertos), atisbaban el fenómeno. Una de las jóvenes mujeres
creyó que los haces de luz atravesaban las paredes, pero otra
sostuvo que lo hacían a través de las rendijas. La misma creyó que
los haces se extendían y retraían a voluntad, pero resultó que por
momentos lo hacían a ras del suelo.
La situación era
desesperante. La madre oraba, la doméstica lloraba, las hermanas
gritaban y corrían de una habitación a otra, siguiendo las
alternativas. Los testigos notaron el ambiente pesado, caluroso. Ese
objeto más cercano (‘F’) emitía un ruido de máquina en
funcionamiento, pero ya sólo veían de él un espeso y creciente
vapor y unas luces, que parecían recortar seis ventanas,
impidiéndoles apreciar si se hallaba suspendido a corta altura o
posado en tierra (con posterioridad se encontraron allí los
vegetales presuntamente aplastados).
Transcurrieron 40
minutos, hasta que el objeto ‘F’ –que les parecía comandar las
acciones– se desplazó hacia el este y los demás, siempre en forma
rasante, hicieron lo mismo, hasta desaparecer en dirección de las
Sierras de Medina, distantes a 20-25 kilómetros.
Luego, corrieron
hacia los vecinos para avisarles del acontecimiento, pero son muy
pocos los que vieron algo. El vecino lindero Francisco Tropiano
alcanzó a ver pasadas las 22 horas muy iluminado el sector este del
lugar, al frente de su finca.
Nadie durmió esa
noche en lo de Moreno. Por la mañana Jolié fue a la estación
ferroviaria rogando enviar un telegrama a su hermano Antonio (h), que
vivía en San Miguel de Tucumán a raíz del episodio. Cuando recibió
el mensaje –debido al procedimiento–, ya lo sabía gran cantidad
de personas. Incluido el periodismo, que pronto se hizo presente.
Luego, se solicitó la intervención de la policía, labrando un
acta, custodiando el lugar durante días sin novedades, y requiriendo
al Instituto de Ingeniería Química de la Universidad de Tucumán
que examinara el polvillo blanco hallado en el sitio donde fueron
observadas las luces, resultando ser carbonato de calcio con
impurezas de carbonato de potasio.
El diario La Gaceta
dio amplia cobertura al hecho, y durante varios días continuó
informando.
El periodista Arturo
Alvarez Sosa recuerda que, "junto con el entonces jefe de
noticias Ventura Murga y el fotógrafo Ernesto González, fuimos a
Trancas a cronicar la experiencia de la familia Moreno. En ese tiempo
no sabíamos que el fenómeno desencadenaría tal cúmulo de
historias y que el cine finalmente llevaría a conocimiento de todos
los pueblos de la Tierra un ‘encuentro del tercer tipo’ relatado
por el doctor J. Allen Hynek”.
En efecto, también
Jolié Moreno advierte esa relación: “Mi madre estaba desesperada
y mis hermanas corriendo, mi hijo estaba durmiendo en la camita, y
transpiraba de tal manera que… Afuera esas luces, iluminando todo,
moviéndose inteligentemente y las figuras… Fue la misma película
de Steven Spielberg, ‘Encuentros cercanos del tercer tipo’ que,
por otro lado, se autorizó.
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