domingo, 9 de junio de 2019
Los Sacamantecas
La leyenda del
sacamantecas se popularizó a finales del siglo pasado y principios
de este por la creencia popular de que, tanto las ruedas de los
carros como la de los molinos y las máquinas a vapor debían
engrasarse muy a menudo para que su mecanismo funcionase a la
perfección.Los rumores que se crearon entonces, eran que el mejor
lubricante era la grasa humana tierna, porque la animal no era tan
densa y no causaría el mismo buen rendimiento. Entonces, para
satisfacer esta demanda de grasa humana se creía que merodeaban por
la calle unos hombres siniestros, con sacos en el hombro, que
secuestraban niños y los asesinaban para venderlos luego a un
desollador, que se encargaba de extraer las mantecas y pagaban a los
secuestradores una buena suma de dinero por cada presa que les
traían.
El mito en España aumentó cuando se pusieron en marcha los
nuevos ferrocarriles, y casualmente se contabilizaron algunas
desapariciones de niños en Barcelona. Como era de esperar, pronto
corrió el rumor de que no era casual y que había algunos
sacamantecas por los alrededores que habían raptado a los
niños.Desde entonces, la fama del Sacamantecas se debe más que nada
al uso del nombre para asustar a lo niños, a quienes los padres
también amenazaban que si no se portaban bien vendría el Hombre del
Saco a llevárselos.
LOS VERDADEROS
SACAMANTECAS
Uno de los
personajes que han sido denominados como verdaderos Sacamantecas,
vivió a finales del siglo pasado en España, y su apodo le fue dado
por asesinar a seis mujeres (que son las muertes que se pudieron
probar, aunque se piensa que hubo muchas más víctimas), lo que le
convierte en el segundo asesino en serie español, después de su
predecesor Manuel Blanco Romasanta, el hombre lobo de Allaríz.
Se llamaba Juan Diaz
de Garayo, y cometió sus crímenes en Álava durante nueve largos
años a finales del siglo XIX antes de ser capturado y condenado a
muerte.
Sus víctimas
variaban en edad, no seguía aparentemente un prototipo determinado.
Eran sobre todo mujeres que ejercían la prostitución y mendigas de
entre 13 y 55 años, a las que agredía sexualmente y en algunos
casos llegaba a infligirles mutilaciones. También tuvo varios
intentos de asesinato frustrados gracias a la resistencia de las
víctimas, que posteriormente denunciaron la agresión.Primero las
abordaba y las forzaba a mantener relaciones sexuales con él, pero
cuando las mujeres se resistían, las estrangulaba con sus propias
manos y les desgarraba el vientre con un cuchillo de monte.
Su modus operandi
siempre era el mismo, con la única variante, común en los crímenes
en serie, que en cada nueva agresión se ve que la violencia con la
que asesina y desgarra es mucho mayor, como si a cada muerte se
confiase más, o como si su sadismo aumentase cada vez. Si hacemos
caso a las crónicas de la época, por que en la actualidad no se
conservan muchas fotos en las que se duda que realmente sean retratos
de Díaz de Garayo, el Sacamantecas era un personaje de apariencia
casi monstruosa.Tendría algunas deformidades, lo que le daban un
aspecto simiesco y atípico. La descripción es la de un hombre
fornido con apariencia de hombre primitivo, mandíbulas salientes y
cráneo predominante con grandes asimetrías en la cabeza...Esta
descripción podría pasar por un ejemplo de los delincuentes que
describía el criminólogo Césare Lombrosso cuando escribía sobre
sus teorías acerca del Criminal Nato. Lombrosso planteaba que se
podía llegar a identificar un delincuente por sus rasgos físicos, y
este asesino Sacamantecas encajaría al dedillo en el prototipo de
homicida sin escrúpulos.
Se sabe que fue a la
edad madura cuando despertó su instinto criminal, tendría unos
cincuenta años cuando empezó a matar, y hay quien dice que a causa
de su herencia genética: su madre era alcohólica y sufría una
neurosis aguda y su padre era también alcohólico. Por este motivo,
su cerebro fue estudiado por distintos médicos, que no pudieron
determinar el origen del instinto homicida, pero llegaron a la
conclusión de que su capacidad mental no estaba oscurecida y que se
trataba de un vulgar asesino con un grave trastorno de la sexualidad.
La caza al asesino
fue constante por parte de las autoridades, y finalmente el
Sacamantecas pudo ser detenido gracias a la ayuda casual de una niña
pequeña, a la que los padres también amenazaban con llamar al
Hombre del Saco si no era buena. La niña, sin haberlo visto nunca,
pero imaginándose que alguien tan terrible debía tener aspecto
feroz, se asustó al ver un día por la calle a Díaz de Garayo y
comenzó a gritar “¡Es el Sacamantecas!”. Eso hizo que los
vecinos creyesen que el hombre había tratado de agredir a la niña y
lo acorralaron hasta que llegaron las autoridades para detenerle. En
el interrogatorio rutinario, cual sería la sorpresa de la policía y
de los vecinos cuando Díaz de Garayo confesó que él era el autor
de los brutales asesinatos.
Le condenaron a la
pena de muerte por seis asesinatos, aunque se sospechó que habían
sido muchos más, por los largos intervalos de tiempo entre un crimen
y otro, pero no pudieron ser demostrados más que esos seis. Murió
en la horca en el Polvorín de Vitoria el 11 de mayo de 1881, y jamás
dio muestras de arrepentimiento por los asesinatos que había
cometido, aunque perfectamente consciente de cada uno de ellos.
EL CRIMEN DE GADOR
Otro hecho que
despertó la leyenda del Hombre del Saco fue el llamado Crimen de
Gádor, un pueblo a 15 km de Almería.Allí se cometió un terrible
infanticidio en el verano de 1910 con el fin de quitarle la sangre y
la grasa a un niño de siete años para curar a un hombre enfermo de
tuberculosis, que había pagado previamente una suma de dinero
considerable para este fin.
La madre del niño
había denunciado su desaparición a la Guardia Civil y casi todo el
pueblo colaboró en el rastreo de los bosques, hasta que uno de los
vecinos al que llamaban Julio “el tonto” se presentó en el
cuartel de los guardias diciendo que había encontrado al niño
muerto y tapado con piedras en un barranco.
El cadáver
presentaba una serie de lesiones externas, que fueron determinadas en
detalle tras la autopsia. Entre éstas, las más importantes eran:
múltiples heridas en la cabeza con rotura craneal, pequeños cortes
por todo el cuerpo, y una gran herida desde la boca del estómago al
pubis que dejaba los intestinos al exterior del cuerpo y por donde se
le había extraído todo el peritoneo con el saco seroso, es decir,
toda la grasa, y además, parte de la sangre.
Las sospechas pronto
recayeron sobre un vecino poco querido por los demás habitantes de
Gádor, un curandero y sanador llamado Francisco Leona, pero este
negó todos los hechos que se le inculpaban aludiendo como coartada
que ese día no había salido del pueblo, y prefirió acusar a su vez
a Julio “el tonto”, el que había encontrado el cadáver. Los
agentes de la Guardia Civil empezaron a sospechar del curandero por
la frialdad de su conducta, pues ni se había inmutado cuando fueron
a interrogarle, pero también era sospechosa la actitud “del
tonto”, y para quitarse de dudas detuvieron a los dos hombres.
Una vez en la cárcel
fueron sometidos a numerosos interrogatorios, pero sin resultado en
un principio. A veces los detenidos negaban la autoría del
homicidio, se contradecían otras, se acusaban entre ellos, pero no
aclaraban lo que en realidad había sucedido.Finalmente, tras
numerosos interrogatorios y presión de la Guardia Civil, el
curandero se confesó autor de los hecho y “el tonto”, cómplice.
Tras esta confesión
fue posible elaborar la reconstrucción del crimen, y lo más
inquietante, el móvil, el porqué estas dos personas habían
destripado a un niño de siete años. Como todos los vecinos
sospechaban ya, el hecho de que se extrajese del cadáver el saco
seroso, estaba relacionado con las extrañas prácticas del
curandero.
La sangre todavía
caliente, según confesó Francisco Leona, era un reconstituyente
extraordinario para recuperar la salud que se administraba tras una
dura enfermedad o en casos de vejez. El motivo que le hubiesen
extraído la sangre al niño no tenía otro fin que el ofrecerla como
bebida a un enfermo.En el caso de las grasas, también se asociaba
con la sanación, pero esta vez para casos específicos, como por
ejemplo en emplastos para combatir la tuberculosis.El enfermo para
quién estaban destinados estos órganos resultó ser un vecino
llamado Francisco Ortega “el moruno”, un hombre afectado por la
tuberculosis y tremendamente obsesionado por su enfermedad, que tras
visitar a varios curanderos sin que lograsen mejorar su salud,
decidió recurrir a las medidas más extremas que le había propuesto
Francisco Leona ofreciéndole una gran suma de dinero para que
cometiese el infanticidio, si esto era capaz de curarlo.
Finalmente los tres
hombres fueron condenados a muerte por el asesinato con premeditación
y ensañamiento del pequeño de siete años.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario