sábado, 1 de julio de 2017
Los Piratas Más Antiguos
Lo monstruos, que cierta mañana llegaron silenciosamente por
el mar, lucían una espantosa cabeza de dragón, escamas amarillas y negras a lo
largo de sus flancos, dieciséis delgadas patas que nadaban con ritmo perfecto y
una cola afilada y extraña.
Los habitantes de aquel lugar de la costa gálica, que se
habían refugiado aterrorizados tras los escollos, vieron a fornidos y rubios
guerreros saltar fuera de las misteriosas embarcaciones, con cascos adornado;
de alas brillantes y toscas vestimentas de piel.
Bien pronto se apercibieron de cuan crueles y sanguinarios
eran aquellos hombres de fríos ojos azules que hablaban una lengua dura y
fuerte, y supieron que se trataba de los Vikingos o “normandos”, hombres del
norte, ¡piratas que arrasaban los pueblos!
En todas las costas de Europa eran conocidas aquellas naves
en forma de dragón, con una sola vela cuadrada a listas rojas amarillas. Las
islas Oreadas, las Hébridas, las Shetland, las Faróe, ricas en ovejas, la misma
Gran Bretaña, Sajonia, Irlanda e Islandia habían llegado a ser dominio de los
Vikingos.
Estos normandos inquietos! abandonaban Escandinavia, su
tierra de origen, todas las primaveras porque aquella tierra, cubierta casi
siempre de nieves y bosques, los lanzaba en procura del sol.
Mas eran precisamente aquellos oscuros bosques los que
proporcionaban el material para sus magníficas naves. Poco mayores que las
pesqueras que hoy día se aventuran a lo largo de las as costas del Tirreno y
del Adriático, aquellas embarcaciones tenían el armazón, la quilla y el
revestimiento hechos de durísimo roble. Las tablas habían sido encorvadas y
pulidas con arte consumado y entre una y otra el calafateo se hacía a base de
delgadas trenzas de pelo de animales. El único mástil era de abeto, un esbelto
abeto arrancado al bosque; dieciséis remos asomándose entre los escudos —las
escamas del dragón— semejaban patas monstruosas.
Con estas naves los Vikingos remontaban los ríos de Flandes
y Francia. Empujados por una audacia rayana en la temeridad llegaron, 500 años
antes que Colón, a la América del Norte, a la que ellos, en sus leyendas
llamaron “tierra del vino”.
Durante el día permanecían resguardados en los refugios
solitarios de la costa o a la sombra de los grandes bosques. Al atardecer,
cuando todos los marinos buscaban el reparo de sus puertos, rápidos como aves
de rapiña, los Vikings extendían sus grandes velas al viento, y entraban,
aprovechando la marea, en los grandes estuarios de los ríos.
Así, a lo largo de la ruta que conducía a las hospitalarias
tierras del sur, los Vikingos buscaron y hallaron la paz en la Italia
meridional, tierra que les brindaba el sol que tanto habían ansiado.
Sus leyendas conservaron el recuerdo de sus antiguos viajes,
de sus aventuras piratescas, de sus batallas heroicas, de sus gentiles
amabilidades. En sus letanías, los pueblos costeros dejaron de rogar:
“Líbranos, oh Señor, de la furia de los normandos.”
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