martes, 11 de julio de 2017
Juegos Públicos Antigua Grecia
En la antiguedad se establecieron los juegos públicos, que
eran a manera de espectáculos que se celebraban en el circo, en el estadio o en
otros lugares destinados a este fin. No había en Grecia ni en Roma juegos que
no estuviesen consagrados a alguna divinidad, y nunca se procedía a su
celebración sin antes haber ofrendado sacrificios a los dioses.
Los cuatro principales juegos de Grecia eran los Olímpicos,
los Píticos o Pitios, los Istmicos o Istmios, y los Nemeos.
Juegos olímpicos
Fueron establecidos en honor de Júpiter y se celebraban cada
cinco años en Olimpia, ciudad de la provincia de la Elide, en el Peloponeso;
empezaban el 22 de junio y duraban cinco días. Eran los más antiguos, solemnes
y brillantes de toda la Grecia.
Su origen es muy dudoso, pero comúnmente se cree que fueron
instituidos por Pelops, hijo de Tántalo. Atreo ordenó por segunda vez que
fuesen celebrados, hacia el año 1250 a.C. Al volver Hércules de la expedición a
la Cólquide, reunió en Olimpia a los argonautas para celebrar de nuevo allí
estos nobles ejercicios en memoria del éxito de la expedición, y cada
espectador y cada atleta se comprometieron a volver a Olimpia para el mismo
fin, después de transcurridos cuatro años. Las guerras intestinas de Grecia
interrumpieron tales fiestas hasta el reinado de Ifito, rey de la Elide y
contemporáneo de Licurgo, es decir, durante tres siglos.
La celebración de estos juegos se regía por un lapso de
cuatro años, período que recibió el nombre de olimpíada y que —a partir del año
776 antes de Jesucristo, en que se fijó la primera— fue adoptado por los
griegos como unidad para contar el tiempo.
Los ejercicios que se verificaban habitualmente eran los
cinco siguientes: 1. la carrera, que al principio se efectuaba a pie, después a
caballo y por fin en carro; 2. el salto, que consistía en salvar un foso o una
elevación cualquiera; 3. el disco, que era una piedra muy pesada que debía ser
lanzada lo más lejos posible; 4. la lucha o combate de dos atletas, cuerpo a
cuerpo; 5. el pugilato, que era una especie de esgrima a puñetazos. Los dos
atletas, antes de salir al combate, armaban sus vigorosas manos con un guante
de cuero provisto de trozos de plomo, se lanzaban uno sobre otro y se
aporreaban a puñetazos hasta que uno de los dos se declaraba vencido o expiraba
en la lid. El combate constituido por los ejercicios consecutivos de la lucha y
el pugilato, recibía el nombre de pancracio, y cuando se quería designar todos
ellos con una sola palabra, se les llamaba el pentatleo, o sea los cinco combates
reunidos.
Estas fiestas eran presididas por jueces elegidos entre los
eleos, que cuidaban de mantener el orden e impedir que para ganar el premio se
pudiese recurrir al fraude o a la superchería. Los vencedores obtenían por toda
recompensa una corona de olivo, pero eran conducidos en triunfo a su patria,
sobre un carro tirado por cuatro caballos blancos y, como mayor homenaje,
entraban en la ciudad por una brecha expresamente abierta en sus muros. Horacio
llega a afirmar que el laurel ganado en Olimpia elevaba al atleta victorioso
por encima de la condición humana: «No es ya un hombre —dice— es un dios».
Juegos píticos
Fueron instituidos en Delfos por el mismo Apolo con motivo
de la victoria por él obtenida sobre la serpiente Pitón. Se celebraban cada
cinco años, y al principio fueron verdaderos certámenes de poesía y música: el
premio era otorgado al concursante que había compuesto y cantado el himno más
hermoso en honor del dios cuyas flechas habían causado la muerte al monstruoso
reptil. Tiempo después se añadieron a éstos los otros combates de los juegos
olímpicos. El laurel fue la recompensa concedida a los vencedores.
Juegos ístmicos
Fueron instituidos en honor de Neptuno por Teseo, hacia el
año 1260 antes de Jesucristo, y se celebraban siempre con gran esplendor en el
istmo de Corintio —circunstancia a la que deben su denominación— cada tres
años, durante el verano. La afluencia de espectadores era tan grande que
solamente los’ notables de las ciudades griegas podían contar con un puesto. En
estos juegos, como en los olímpicos, se disputaba el premio de la carrera, el
salto, el disco, la lucha y el pugilato, sin excluir los certámenes de la
poesía y la música. Una rama de pino coronaba la frente de los atletas
victoriosos.
Según algunos autores, estos juegos fueron establecidos por
los corintios en honor de Melicerto, hijo de Afamante, cuyo cadáver había sido
depositado por las olas en las riberas del istmo.
Juegos Nemeos
La institución de estos juegos se remonta hasta la victoria
obtenida por Hércules sobre el león de Nemea, o, según otros, fueron creados
por los habitantes de Argos con motivo del trágico fin del joven Arquemoro,
cuya historia abreviada es como sigue.
Licurgo, rey de Nemea, entregó su hijo Arquemoro a
Hipsipile, después de haberla reducido a la esclavitud, para que lo amamantase.
Un día en que la nodriza vagaba placenteramente por el campo con el niño en
brazos, acercáronse a ella los siete jefes argivos, que cruzando el bosque
nemeo marchaban a la expedición contra Tebas, en súplica de que les indicase
una fuente próxima en que satisfacer la sed intensísima que les abrasaba y
descansar un momento. La esclava, sin medir lo peligroso de lo que hacía o
quizá ofuscada por la turbación, dejó al niño sobre una mata y acompañó a los
expedicionarios hasta una fuente algo distante. Mientras tanto, la criatura
moría ahogada por una serpiente.
Hipsipile fue condenada por Licurgo a prisión, y la muerte
hubiera sido el castigo de su descuido, pero los jefes argivos intercedieron en
su favor, obtuvieron su libertad y dedicaron al pequeño Arquemoro magníficos
funerales.
Desde entonces, cada tres años, se celebró en este mismo
lugar y con la misma suntuosidad, la conmemoración de esta desgracia. Sólo los
argivos contribuyeron a los gastos de estos juegos, cuya presidencia ocupaban
vestidos de riguroso luto, y los vencedores eran coronados con apio silvestre,
que es una planta fúnebre.
Ruinas De Copán
La zona arqueológica de Copan se encuentra ubicada en la
parte más occidental de Honduras, dentro de los límites lingüísticos del área
Chortí, dialecto derivado de la antigua lengua Maya. La parte restaurada se
conoce como “Parque Arqueológico de las Ruinas de Copan” en el que hay cinco
plazas o atrios y varios templos, con las esculturas más sobresalientes y
monumentos arquitectónicos construidos por los Mayas de la época clásica. En
Copan la fecha inscrita más antigua encontrada hasta hoy es 9.3.6.17.18. año
501 después de Cristo; y, la más reciente es 9.18.10.0.0. año 800 D.C.; sin
embargo, se encuentran indicios de que grupos de recolectores y cazadores se
encontraban establecidos en esta zona 2,000 años antes de Cristo, más o menos.
En Copan es frecuente encontrar cerámica Mamón o abuela, y también: Chicanel,
Tzokol y Tepeuh.
Ruinas de Copán
La zona arqueológica de Copan se encuentra ubicada en la
parte más occidental de Honduras, dentro de los límites lingüísticos del área
Chortí, dialecto derivado de la antigua lengua Maya. La parte restaurada se
conoce como “Parque Arqueológico de las Ruinas de Copan” en el que hay cinco
plazas o atrios y varios templos, con las esculturas más sobresalientes y
monumentos arquitectónicos construidos por los Mayas de la época clásica. En Copan
la fecha inscrita más antigua encontrada hasta hoy es 9.3.6.17.18. año 501
después de Cristo; y, la más reciente es 9.18.10.0.0. año 800 D.C.; sin
embargo, se encuentran indicios de que grupos de recolectores y cazadores se
encontraban establecidos en esta zona 2,000 años antes de Cristo, más o menos.
En Copan es frecuente encontrar cerámica Mamón o abuela, y también: Chicanel,
Tzokol y Tepeuh.
Datos del mapa ©2017 Google
Condiciones del servicio
Mapa
Satélite
Rastros fehacientes del período formativo de la Civilización
Maya de Copan, se encuentran en los grupos de El Sapo y de Titoror. En el
primero tallas toscas en la roca bruta, y sus montículos sin explorar no se
sabe qué ocultan. Titoror muestra una época en que los mayas quizás no conocían
o dominaban el estuco y menos la talla, apenas sabían como labrar la piedra
pero conocían como pigmentaria. La primitiva estela de Quebrada Seca y frente a
ella tres quemadores de copal y un altar, nos hacen meditar en aquellos ritos
dedicados al sol naciente.
La entrada por la avenida principal del Parque Arqueológico
de las Ruinas de Copan, con montículos a sus lados, aún sin explorar, cubiertos
de arboleda tropical, dá al visitante un impacto de esplendor lleno de paz;
luego, se empieza a meditar, pareciendo increíble que aquél sitio haya sido el
centro científico de la época clásica de los Mayas, “la ciudad en donde aparece
el uso más antiguo de los numerales en forma de cabeza”; lugar en donde el
nuevo método de computar los meses lunares se empleó en el año 682 D.C.; el
lugar en donde se hizo el cálculo más completo del año trópico, acontecimiento
que aparece conmemorado en el Altar “Q”, con una reunión de la Academia Maya de
Ciencias, con astrónomos de otros centros mayas de la época.
Causa gran admiración poder apreciar en COPAN las distintas
esculturas, estelas y altares; los golpes precisos dados por los talladores con
herramientas rudimentarias, cinceles hechos de rocas durísimas, encontradas en
la toba volcánica y otros de pedernal y de obsidiana. Estos artistas en la
talla, lograron hacer sobresalir de los bloques de roca andesita, acarreados de
las canteras que están a la vista del Parque, las figuras humanas de sus altos
personajes, algo que no pudieron lograr los talladores de otros centros mayas
del viejo imperio o época clásica. Se nos pregunta: ¿por qué en Copan no hay
tallas de figuras guerreras? . La respuesta es simple: en Copan la clase de
dirigentes fue de científicos y no de guerreros.
El pequeño museo de San José de Copan, muestra una rica
colección de tesoros de incalculable valor arqueológico; cuchillas de
obsidiana, cerámica, collares de Jade, pendientes y placas de obsidiana y de
jade, esculturas variadas; las cuchillas de obsidiana encontradas en el Templo
11 que se encuentran en una de las vitrinas, parece ser que fueron empleadas
para afeitarse y para hacerse tatuajes cicatrizables. Debe tenerse presente,
además, que una de las expediciones del Museo Peabody encontró en Copan, las
primeras pruebas de dentistería prehistórica que constituye el primer
testimonio de incrustaciones hechas hace más de mil años según la exposición
hecha por el Doctor en Dentistería R.R. Andrews en el Primer Congreso Médico
Panamericano realizado en la ciudad de Washington.
Escribir sobre Copan con toda la amplitud deseada,
necesitaría de varios volúmenes y aún así, se corre el riesgo de olvidar
aspectos interesantes; solamente visitando Copan, con detenimiento y estudios,
puede valorarse su riqueza.
La Leyenda Del Poás - El Sacrificio de Rualdo
Costa Rica es un hermoso país de la América Central cuya
exótica Geografía exhibe selvas espesas y montañas jalonadas por fieros
volcanes. Uno de ellos es el Poás.
En las selvas que se extienden en los alrededores del
coloso, viven infinidad de aves cantoras, muchas de ellas con nombres curiosos
y muy originales. Sólo una, la más bella por los colores de su plumaje, es muda.
Se llama Rualdo y es el principal protagonista de una hermosa leyenda indígena.
Cuenta esta leyenda que hace muchos siglos, antes de la
llegada de los conquistadores, el Rualdo era un ave de plumaje corriente pero
su canto era el más bello y melodioso de toda la selva.
En los límites de la jungla, cerca del volcán, había un
poblado indígena. En una de sus chozas vivía una hermosa muchacha huérfana,
amiga de los pájaros…
Todas las mañanas, al dirigirse al río con un pequeño
cántaro, la doncella caminaba lentamente, mientras escuchaba extasiada el
hermoso canto de las pequeñas aves…
En cierta ocasión, una pareja de Rualdos anidó cerca de su
choza. Día a día la joven observaba complacida el alegre ir y venir de los
pajaritos, llevando alimentos a su pequeñuelo.
Una mañana…
Qué extraño, hace dos días no oigo el canto de los rualdos y
el pequeño no hace más que piar desesperadamente.
Algo tuvo que haberle ocurrido a los padres… jamás podrían
abandonar a su cría así por así…
Ven conmigo amiguito, yo te cuidaré hasta que seas grande y
fuerte. Conmigo nadie te hará daño.
Desde entonces la muchacha se dedicó con sumo esmero al
cuido del indefenso paj arillo. El animalito pronto creció y se hizo vivaz y
cantarín, alegrando con sus trinos la morada de la solitaria joven.
El vínculo que se estableció entre el Rualdo y su ama, llegó
a ser entrañable. El ave acompañaba a la joven en todo momento y lugar, ella le
contaba sus cuitas y confidencias.
Un día…
¡La furia del Poás se ha desatado!
La tierra tembló violentamente y los habitantes del poblado
salieron de sus chozas, presas del pánico. Mientras bajaban torrentes de lava
por las laderas del volcán.
¡El dios del volcán está molesto, hay que calmar su furia
antes de que sea demasiado tarde!
¡Reverenciamos tu grandeza gran dios del fuego y del trueno…
compadécete de nosotros!
Los brujos pronunciaban oraciones ininteligibles y le
ofrecían al dios volcánico animales y frutas. Mientras tanto, la joven huérfana
corrió a esconderse al interior de su choza.
No temas pequeño Rualdo, pronto pasará la furia del gran
dios. El volcán rugía cada vez con mayor furia.
El gran dios no se conforma con nuestras ofrendas… parece
pedir algo más…
Sí… y yo creo saber que quiere…
El brujo más anciano decidió acercarse a la lava para
confirmar sus corazonadas
Quiere un sacrificio humano
¡Soy tu confidente, gran dios del fuego… dime con qué
ofrenda calmaremos tu furia!
El monstruo confió sus secretos al gran brujo…
Quiero en sacrificio a la doncella más hermosa del poblado…
la doncella más hermosa del poblado…
… La doncella más hermosa del poblado… yo sé bien donde
vive… en la vieja choza con su Rualdo.
El brujo convocó a todos los líderes del poblado y los
enteró sobre los deseos del dios del Poás.
No hay tiempo que perder, vamos por esa doncella antes de
que sea demasiado tarde.
En el interior de la choza, la joven yacía escondida en un
rincón, acompañada de su Rualdo. Su corazón parecía avisarle del peligro que
corría su vida.
De pronto…
Sabemos que estás ahí muchacha, hemos venido por ti para
sacrificarte al gran dios del fuego.
No por favor, no quiero morir.
Es inútil que implores piedad muchacha, todo el pueblo
atiende los deseos del gran dios del volcán.
La doncella pronto comprendió su imposibilidad de luchar
contra los designios de su pueblo. Su vida y su belleza eran inevitablemente el
precio a pagar para salvar a los suyos de una muerte segura.
Si me niego al sacrificio, el dios del volcán aniquilará
entonces a todo este poblado y yo, de todas formas, moriré. Ofrendaré mi vida
para cumplir la voluntad de mi raza y salvar así a muchas vidas inocentes.
Venciendo sus temores, la muchacha se entregó a los supremos
sacerdotes.
A lo alto, el monstruo volcánico esperaba impaciente a su
víctima.
El sacerdote condujo a la doncella cerca del cráter. Ahí,
mascullando oraciones, la dejó en libertad para que avanzara hacia el fuego. No
podría ya retroceder, a sus espaldas esperaban los cuchillos del pedernal…
Por el bien de mi pueblo, por la salvación de mi raza,
acógeme en tus entrañas, gran dios del fuego y de la lava…
La muchacha dio unos pasos vacilantes y entonces…
Gran dios del Poás, te imploro el perdón para mi ama…
Volando en círculos sobre el cráter, mientras burlaba las
lenguas de fuego, el Rualdo habló al volcán en el lenguaje misterioso de la
naturaleza…
A cambio de su vida te ofrezco la armonía de mi voz
Y el Rualdo cantó como nunca antes lo había hecho. La maravilla
de sus melodiosos trinos vibraron en el ambiente, ahogando el rugido del coloso
volcánico.
El Poás se enterneció, la dulzura de los cantos hicieron
saltar sus lágrimas, llenándose con ellas el cráter en medio de una gran
humadera.
El fuego y la lava se extinguieron, ocupando en su lugar una
hermosa laguna que cubrió gran parte de la oquedad del volcán.
Testigos maravillados de tan soberbio espectáculo fueron la
hermosa doncella huérfana y su noble Rualdo, el cual seguía volando en círculo
sobre el enorme cráter…
Las ardientes emanaciones del fuego extinto habían secado su
voz para siempre pero el calor doró sus plumas y las matizó de hermosos colores
azul y verde.
En adelante la selva jamás volvería a deleitarse con la
mágica armonía de sus trinos, pero su hermoso plumaje sería una melodía visual
para todos aquellos que gozaban del privilegio de verlo volar sobre bosques y
montañas. La doncella regresó a la aldea, en medio del asombro y el silencio
reverencial de toda la población.
Cuenta la leyenda que el Poás, ennomblecido por el
sacrificio del Rualdo, nunca dejó de llorar. De cuando en cuando deja escapar
chorros de vapor caliente… son los llantos tardíos del gran dios del fuego y de
la lava…
domingo, 9 de julio de 2017
La Fuente Del Sacrificio
Al desprenderse un terraplén de tierra, cerca del yurro
cantarina, dejó al descubierto una pared casi vertical, como si ella hubiera
sido hecha a propósito por la cuchilla de un aparato mecánico moderno.
Examinada por los vecinos de la ranchería cercana,
encontraron que ciertas líneas transversales simulaban el cuerpo de una joven
india, acostada con la cara al cielo.
Aquella buena gente de la Sabana de la Concepción, del
cantón de Buenos Aires, se quedó “pasmada” de asombro, porque ese tatuaje en la
pared del cerro, venía a recordar una vieja y extraña leyenda indígena, casi
olvidada, del tiempo de la conquista y la pacificación.
Y diz los vecinos más ancianos, que a su vez lo escucharon
de sus progenitores, que fue precisamente en ese mismo sitio, que siempre se llamó
la Fuente del Sacrificio, donde un padre indígena sorprendió a su hija con un
soldado español de los que acompañaron en su gira, por aquellos lados, a
Vázquez de Coronado. Y continúa la leyenda diciendo que aquel padre, enardecido
por la ira, de un flechazo mató al arcabucero, al verlo entretenido
deleitándose en acariciar los senos de la india, y que, a continuación, para
limpiar la impureza, procedió a rebanar a aquellas partes de la belleza
aborigen.
Pero la leyenda no concluye ahí, porque notada la ausencia
del deseatriado soldado aventurero en la expedición, Vázquez de Coronado ordenó
la búsqueda encontrándoselo muerto con una flecha en la espalda.
Hechas las averiguaciones, y convicto de asesinato el indio,
que no negó los cargos, fue condenado a morir a garrote “para escarnio de uno y
otro”.
La joven india, arrepentida y mordida por la pena de
sentirse causante de tan gran tragedia, después de esconderse varios días,
retornó al sitio y se dejó morir.
Por algunas lunas y muchos soles aquellos graves sucesos
fueron el plato de conversación de la indiada, pero los años fueron pasando
poniendo su polvito de olvido en la mente de todos y nadie volvió a
recordarlos. Es decir, sí se recordaban; allá de cuando en cuando, un abuelito
en la tertulia familiar hacía triste reminiscencia de esa historia.
La Leyenda Del Turrialba
Hace muchísimos años, antes de que los españoles vinieran a
estas tierras, vivían en la región de lo que hoy conocemos como Turrialba,
indios fuertes y valientes, dispuestos a defender su territorio y a las gentes
de su tribu. Estos indios eran artistas y trabajaban el barro con mucha
maestría. Ellos hacían vasijas y ollas, adornadas con lindos dibujos, también
figuras de gente y de sus dioses. Eran inteligentes y cultos. Tenían su música
y sus danzas. Los instrumentos musicales los fabricaban ellos mismos con pieles
y cueros de animales que cazaban.
En ese tiempo, el cacique de la tribu era un hombre entrado
en años, que había quedado viudo. Tenía una hija. La cuidaba como su mejor
tesoro. Ella se llamaba Cira. Cira era una india muy bella, de quince años, de
cuerpo esbelto, pechos en maduración y carnes morenas provocativas. Su cabello
era largo y de color negro, era además caritativa y amorosa con todos; manejaba
el arco y la flecha con destreza. Ella iba a bañarse al río, bien custodiada
por otras mujeres de la tribu, que peinaban sus largos cabellos y los
perfumaban con aceites de flores.
El cacique quería darla en matrimonio a un joven de la
tribu, guapo y famoso cazador. Este joven regalaba a Cira conchas de colores
para adornar su cuello y sus brazos. Pero Cira no lo quería. Ella estaba
enamorada de un indio de otra tribu. Su amor era secreto y nadie, ni siquiera
sus más íntimas amigas, lo sabían. Solo una vez lo había visto, cuando se
reunieron todas las tribus de la región para danzar y jugar. Pero desde esa
vez, la imagen del indio quedó grabada en su mente. Sólo quería verlo. Muchas
veces, guiada por aquella idea, Cira se había adentrado en el bosque con la
ilusión de encontrarse con él. ¡Nada! Parecía habérselo tragado la tierra.
Un día, las ganas de ver al muchacho no la dejaban dormir.
Cira se levantó. Echó a andar como llamada por una voz extraña. La luna estaba
clarísima. Alumbraba todo el campo. Silenciosa se alejó del campamento de su
tribu. Estaba asustada y oía latir su corazón. Tenía miedo de que alguien de su
tribu la hubiera seguido. Sus pies quebraban las ramitas secas, sintió miedo,
gritó, pero las tinieblas devoraban su grito; comenzó a llorar. Los animales
nocturnos huían asustados. Caminó y caminó, internándose cada vez más. Ya
cansada de vagar se sentó a la par de un enorme tronco de un viejo árbol para
recuperar las fuerzas por un momento, pero se quedó dormida. Los árboles
dejaron penetrar hilos de plata que iluminaban el rostro de aquella virgen
salvaje. Entonces tuvo un hermoso sueño: el hombre que ella quería llegó y le
dio un beso. Cira se despertó sobresaltada, llamándolo. Cuando abrió los ojos
vio a un joven indio, alto, y apuesto, que le sonreía dejando entrever una
dentadura blanca y parejita ¡Era su amado! Efectivamente, él se había detenido
ante aquel diamante rodeado de esmeraldas.
La alegría de encontrarse fue tanta que los jóvenes se
abrazaron y se besaron una y otra vez. El hombre le cantó su amor acompañado
del leve suspiro de las hojas que crujían ante el alba que nacía, débil cinta
de plata iluminaba la pareja feliz; las estrellas temblorosas, como pétalos de
rosa que se marchita, comenzaban a huir. Y allí nació un amor vigoroso y bello,
como bella es la naturaleza que les sirvió de escenario. Mientras tanto, en la
tribu de Cira había confusión, el padre de Cira había ordenado la búsqueda de
la muchacha. Muchos indios andaban por todo el bosque llamándola
desesperadamente, los caracoles punzaron el espacio con su grito de alerta. El
viejo cacique, el primero, se internó en la selva que ocultaba a su diosa.
Todos los indios con sus arcos lisos, le seguían de cerca. Caminaron,
caminaron; el sol se desprendía alegre y coquetón de la cima.
Los dos amantes estaban ahí al pie del tronco, muy
abrazados. Cuando su padre vio a ambos jóvenes, su enojo no tuvo límite y lanzó
un grito que hizo temblar la selva, pues el indio pertenecía a otra tribu.
Entonces quiso separarlos y matarlos, pero al levantar su arco para
atravesarlos, la tierra se agitó y abrió sus entrañas y se tragó a los dos
jóvenes. Luego salió una columna de humo sagrado, como testimonio o apoteosis
del amor eterno entré ambos jóvenes de dos razas y de la tierra brotó lava y
piedras hasta convertirse en un volcán.
Guanina y Sotomayor (Leyenda Taina)
Guanina era una india taina, hermana de Agüeybaná el Bravo,
jefe de la tribu y de un grupo de bravos guerreros, el cacique supremo de toda
la isla de Puerto Rico. Guanina significa en el lenguaje taíno:
“Resplandeciente como el oro”.
Los conquistadores españoles se habían apoderado de la isla
de Borinquén, que así se llamaba entonces la isla de Puerto Rico.
En aquel tiempo, un indio llamado Guarionex vivía enamorado
de Guanina. Guanina era la hermana del cacique supremo, o sea el jefe de todas
las tribus de la isla.
Cada vez que Guarionex veía a Guanina, el corazón le latía
de tal manera que parecía que se le quería salir del pecho. Cada vez que él la
veía le declaraba su amor. Ella no le correspondía porque vivía enamorada de un
conquistador español llamado Don Cristóbal de Sotomayor, alcalde mayor y
fundador de un poblado al que había bautizado con su propio apellido.
Guarionex, lleno de odio mortal hacia Sotomayor, le gritaba:
– ¡Don Cristóbal, uno de los dos debe de morir! Tú no mereces vivir porque me
robaste el amor de Guanina, y yo no quiero seguir viviendo si me falta su amor.
Los indios ya no podían soportar más el trato cruel de los
españoles. Los indios taínos los habían recibido con amistad y habían celebrado
la ceremonia del guatiao ( pacto de fraternidad que sellaban con el intercambio
de nombres). Por eso al cacique Agüeybaná también se le llamaba Don Cristobal.
Los españoles, haciendo caso omiso al pacto, se repartieron
a los indios como siervos. Los explotaban especialmente en los yacimientos de
oro. Así explotados, los indios anhelaban volver a ser libres. Una noche,
celebraron un areito (reuniones para celebrar sus fiestas, recordar
tradiciones, y tomar decisiones, sobre todo cuando era necesario resolver sobre
una guerra). Esa noche Agüeybaná y los taínos decidieron que los españoles
tenían que morir para ellos poder ser libres otra vez.
Guarionex quiso el poblado de su enemigo mayor, que era Don
Cristóbal de Sotomayor. Güarionex no pudo matar a Don Cristobal de Sotomayor
porque en ese momento Sotomayor estaba llegando al bohío de Agüeybaná donde
Guanina le advirtió que se salvara pues los indios se habían levantado en su
contra.
Sotomayor se fue con sus soldados a La Villa de Caparra para
ver al Gobernador. Agüeybaná le prestó a Sotomayor a unos Naborías para que lo
ayudaran con la carga. Pero en secreto les dijo que cuando empezara el ataque,
huyeran con las vitualles. Guanina no quiso dejar a Sotomayor huir solo y se
fue con él.
Los indios tainos los persiguieron y el ataque empezó.
Sotomayor peleaba ferozmente con su espada mientras los golpes de las macanas
de los indios le iban abriendo profundas heridas. En el momento de mayor
peligro, Guanina se interpuso entre Sotomayor y los indios y recibió en su
cuerpo la herida mortal que iba dirigida a su amado. En ese momento de
distracción de Sotomayor, Agüeybaná aprovechó para traspasarlo con su flecha.
Cayó Sotomayor en los brazos de su amada Guanina.
Agüeybaná mandó a que los enterraran juntos, pero que a
Sotomayor le dejaron los pies fuera de la tumba para que no pudiera encontrar
el camino a la tierra de los muertos.
Poco después los españoles rescataron los cuerpos y los
enterraron, uno al lado del otro, al pie de un risco empinado y a la sombra de
una enorme ceiba.
Desde entonces, los jíbaros dicen que cuando el viento agita
de noche las ramas del árbol frondoso, se oye un murmullo, que no es el rumor
de las hojas, y se ven dos luces muy blancas, que no son luces de luciérnagas o
cucubano, sino los espíritus de Guanina y Sotomayor que flotan, danzan y se
funden, cantando la dicha de estar unidos siempre.
cucubano = insecto volador que despide una luz azulada
durante la noche.
viernes, 7 de julio de 2017
El Señor Wolo y El Señor Kuta
Esta es la historia del señor Wolo y el señor Kuta. El señor
Wolo es un pájaro y el señor Kuta es una tortuga. El señor Wolo tenía hambre.
¡Papapapapaap! ¡Tenía mucha hambre! ¡El señor Wolo siempre tenía hambre!
Acostumbraba a coger algunas semillas de los campos. Pero ese año había pocas
semillas. Las lluvias habían llegado tarde y se fueron pronto. Los granjeros
estaban preocupados porque no podían llenar sus graneros. Lo hicieron todo para
proteger sus cosechas. Uno de los granjeros se había construido una pequeña
cabaña en su campo. Se sentaba allí todo el día para mirar su campo. Estaba muy
preocupado. Cada tarde inspeccionaba su campo. Cada tarde algunas semillas se
perdían.
-Debe de ser ese pájaro -se decía-. Durante todo el día lo
veo sentado en el árbol. Estoy seguro que ese pájaro se come mis semillas.
¡Pero espera, ave! Te cogeré.
En efecto, ese pájaro era el señor Wolo. Miraba con cuidado
al granjero. Cuando este se marchaba, el señor Wolo se apresuraba a coger
algunas semillas.
Un día el granjero no vio al señor Wolo. Pensó:
-Ese pájaro no osa volver. Tiene miedo, la cogeré.
El granjero estaba muy contento.
¿Qué pasó? ¿Por qué el granjero no vio al señor Wolo? Esa mañana,
de camino hacia el campo, el señor Wolo se encontró al señor Kuta.
-Buenos días, señor Kuta. ¿Cómo va la mañana? ¿Y cómo va
usted?
-La mañana está aquí, señor Wolo, y yo estoy bien. Pero la
vida está difícil en estos días. No hay mucha comida -dijo el señor Kuta.
-Tienes razón -dijo el señor Wolo- pero, ¿por qué no te unes
a mí? Conozco un lugar donde podemos recoger un montón de semillas.
-Ea, conozco el campo de donde sacas las semillas. Es ése de
ahí. El granjero mira su campo cada día. Tiene un arco y flechas. Tiene un
cuchillo. Es muy peligroso sacar semillas de ahí.
-No te preocupes, señor Kuta. Te ayudaré.
-¿Cómo puedes ayudarme? ¿No ves mis piernas? Son demasiado
cortas. Si el granjero viene detrás de mí, no podré escapar. Soy demasiado lento.
-Te ayudaré a escapar -dijo el señor Wolo.
-No puedes ayudarme. Tú tienes alas y puedes volar muy
lejos, pero yo no tengo alas. El granjero me cogería.
-Sí, señor Kuta, tengo alas. Tienes razón. Puedo volar si
veo que se acerca el granjero. Así es como voy a ayudarte. Te llevaré conmigo.
Volaremos muy lejos juntos.
El señor Wolo pensó para sus adentros: “Debo persuadir a
este estúpido para que se una a mí. El granjero le verá y pensará que es el
único que coge sus semillas”.
-Pienso, señor Kuta, que te preocupas demasiado. Juntos
podemos coger más semillas que si estamos solos. Tú tienes hambre y yo tengo
hambre. Prometo ayudarte. Si no nos apresuramos, otros cogerán las semillas.
Vayamos al campo.
-De acuerdo -dijo el señor Kuta- confío en ti. Vayamos.
Llegaron al campo. El granjero no estaba.
-¿Lo ves, señor Kuta? El granjero no está. Podemos comer
todas las semillas que queramos.
Entonces empezaron a escarbar para coger las semillas.
Escarbaron y escarbaron. El señor Kuta escarbaba y el señor Wolo recogía los
granos. De vez en cuando se comían algunos.
-Voy a descansar un rato -dijo el señor Wolo, y se puso a
volar hacia la cima de un árbol.
-¡Eh! ¿Qué estás haciendo? -gritó el señor Kuta, asustado.
-Quiero descansar. He comido mucho. No te preocupes
-contestó el señor Wolo.
¡Tap, tap
tap! ¡Bang, bang! El señor Kuta oyó que alguien se acercaba.
-¡Malditos ladrones! -oyó.
Al señor Kuta le entró el pánico. “El granjero viene, el
granjero viene. ¿Dónde está el señor Wolo?” Se apresuró a esconderse debajo de
un montón de ramas. El granjero ya estaba allí..
-¿Qué es esto? -gritó-. ¿ Dónde están mis semillas? ¿Dónde
está el ladrón?
Miró a su alrededor. No había nadie.
-Has desaparecido, ladrón, pero sé que volverás.
El granjero volvió a su cabaña. El señor Kuta salió de su
escondite.
-¡Uf! -dijo-. El granjero se ha ido, pero… ¿dónde está el
señor Wolo?
-Estoy aquí -dijo el señor Wolo-. Te he estado observando
todo el rato. Estaba aquí para protegerte. No perdamos más tiempo. Tenemos que
acabarnos las semillas antes de la puesta del sol.
Los dos continuaron escarbando y comiendo semillas. ¿Qué
hizo el granjero? Se quedó en su cabaña espiando a través de un agujero.
-¡Ajá! -dijo-. El ladrón ha vuelto. Veo movimiento allí
detrás. Ahora lo cogeré.
Esta vez el granjero no se acercó andando, se deslizó como
una serpiente. El señor Wolo y el señor Kuta estaban es ese momento trabajando
duro, por eso no lo oyeron llegar.
“Hoy es mi día de suerte” pensó el señor Wolo. “Este señor
Kuta es un poco estúpido, pero es muy trabajador. Lo voy a dejar trabajando un
rato mientras yo me tomo un descanso”.
-Lo estás haciendo bien, señor Kuta -le dijo-. ¿Sabes? Voy a
ir volando a buscar a mi hijo para que nos ayude.
-De acuerdo, señor Wolo. Tu hijo puede ayudarnos. Estoy
cansado. Pero asegúrate de volver pronto.
El señor Kuta estaba solo y cansado.
¡Bang, bang! ¿Qué estaba pasando?
-¡El ladrón! ¡El ladrón! ¡He cogido al ladrón! Mira a esa
tortuga, ahora no puede escapar.
El granjero bailaba y gritaba.
“El granjero me ha cogido. ¿Qué puedo hacer?”, se decía el
señor Kuta.
-Buenas tardes, señor granjero -dijo-. Soy el señor Kuta y
he venido a ver sus semillas.
-¡Oh sí! Tú has venido a ver mis semillas. ¡Has venido a
comértelas! No me mientas. Tú eres el ladrón y voy a matarte. Vas a venirte
conmigo. Mi mujer va a cocinarte y voy a comer una estupenda sopa.
El señor Kuta estaba asustado.
-Se trata de un malentendido, señor granjero. Déjeme que le
cuente algo antes de matarme.
-No me hagas perder el tiempo. He estado esperando durante
días para cogerte, ladrón. Ahora tengo hambre. Aquí está mi cuchillo. Voy a
matarte.
-Espere, espere, señor granjero. No debería matarme así. Voy
a cantar una canción para usted. Déjeme que le cante una canción.
-De acuerdo, tortuga. Puedes cantar una canción mientras
afilo mi cuchillo.
El señor Kuta había ganado algún tiempo. Debía hacer
cualquier cosa para escapar. Pero ese señor Wolo lo había decepcionado, no
tenía el corazón limpio.
El señor Kuta cantó su canción:
El ave me decepcionó
El ave me decepcionó
En el campo del granjero
Me dijo que fuéramos a robar semillas
Pero yo le dije que no tenía pico
Me dijo que fuéramos a robar semillas
Pero yo le dije que no tenía piernas
Aún así me dijo que fuéramos a robar semillas
Y yo le dije que no tenía alas
El ave me decepcionó
El ave me decepcionó
En el campo del granjero
Al principio el granjero casi no lo oyó. No estaba
interesado. Aún estaba enfadado por las semillas que había perdido. Estaba
hambriento y su mente sólo pensaba en comida. Pero como el señor Kuta continuó
cantando, algo extraño le sucedió al granjero. Le empezó a gustar la canción. Era
tan dulce. El granjero notó cómo sus piernas se movían. Estaba bailando.
La canción terminó.
Señor granjero -dijo el señor Kuta- si quiere que sus
esposas oigan la canción, podemos ir al lavadero y voy a cantar para ellas.
-Tortuga, eres un ladrón y estoy decidido a matarte. Pero
mis mujeres deben oír tu canción. Les va a gustar. Vamos.
Se marcharon hacia el lavadero.
-Mujeres, les he traído al ladrón que robaba mis semillas.
Lo vamos a matar para hacer sopa. Pero primero va cantar una canción para nosotros.
El señor Kuta cantó su canción:
El ave me decepcionó
El ave me decepcionó
En el campo del granjero
Me dijo que fuéramos a robar semillas
Pero yo le dije que no tenía pico
Me dijo que fuéramos a robar semillas
Pero yo le dije que no tenía piernas
Aún así me dijo que fuéramos a robar semillas
Y yo le dije que no tenía alas
El ave me decepcionó
El ave me decepcionó
En el campo del granjero
Las mujeres lo escucharon y les gustó la canción. Eran
felices. Todo el mundo bailó.
-Veo que les gusta mi canción -dijo el señor Kuta-. Si
quieren disfrutar más, puedo cantarla otra vez. Pero hace mucho calor aquí.
Déjanos ir a la orilla del río, hay árboles y se está más fresco.
Todos estuvieron de acuerdo. Todos siguieron al señor Kuta
hasta la orilla del río. El señor Kuta cantó su canción. La cantó dos veces.
Cantó, cantó y cantó. La gente escuchaba y bailaba.
El señor Kuta también bailaba. Se movía lentamente hacia
todos los lados. Se acercó al agua. Nadie se dio cuenta de los movimientos del
señor Kuta. Se acercó más y más al agua.
La gente bailaba. No se dieron cuenta de que allí no había
nadie cantando la canción. No habían visto al señor Kuta deslizarse hasta el
agua. Se había marchado. El señor Kuta había desaparecido. Era afortunado por
haber escapado del peligro.
El señor Kuta llegó a la otra orilla del río. Dio gracias a
Dios.
-La gente todavía está bailando. Mi canción les ha hecho
felices, pero ahora se ha acabado. Es hora de marcharme y descansar.
Cuento anónimo africano
El Avaro Que Perdió Su Oro
El granjero salió del bosque y llegó al claro que estaba en
el linde de la maleza. En aquella soledad encontró a un anciano que tiritaba
lastimeramente. Sólo una harapienta capa le cubría el cuerpo del crudo frío
invernal. Sus cabellos grises estaban” insertados como plumas alrededor de la
cabeza, y su barba era larga y desaliñada. Con manos trémulas se secó las
lágrímas, pero siguió gimiendo.
El buen granjero se apiadó de él y le dijo, bondadosamente:
-Dime, amigo mío, ¿qué te sucede?
-¡Algo terrible! ¡Espantoso! -exclamó el viejo, entre
sollozos- Vendí mi casa, mis tierras y todo lo que tenía, y oculté en este
agujero el oro que me dieron por ellos. Y ahora, ha desaparecido …,
desaparecido …,¡desaparecido!
Y, nuevamente, las lágrimas le resbalaron por las mejillas.
-Temo que estás sufriendo el castigo del avaro -dijo
sabiamente el granjero-. Has permutado tus cosas buenas y útiles por un montón
de oro inservible, que no puedes comer ni usar como ropa. ¡Aquí tienes!
-agregó-. Mira esta piedra. ¡Entiérrala y piensa que es tu pedazo de oro!
¡Nunca notarás la diferencia!
Y el granjero siguió su camino, abandonando al lloroso
viejo.
El Ganso Que Ponía Huevos De Oro
La muchedumbre se apretujaba contra el puesto del vendedor
de huevos en el pequeño mercado pueblerino. Los que estaban del lado exterior
se esforzaban en abrirse paso a codazos hacia el centro, mientras que los del
frente trataban de acercarse más al mostrador. En muchos kilómetros a la
redonda habían oído hablar del maravilloso ganso de plumas blancas que ponía
huevos de oro y venían a ver aquello con sus propios ojos. Ahora; el hecho
sucedía ante su vista, tal como lo habían descrito. Sobre el mostrador, reluciendo
bajo el sol, yacía un hermoso huevo de oro.
Oprimieron su dinero con fuerza, en las manos calientes y
sudorosas, y las elevaron sobre las cabezas de los que estaban delante,
gritando que querían comprar un huevo. Pero el comerciante, desesperado ante
aquella aglomeración de compradores, sólo podía proveer a un cliente por día.
Los demás tenían que esperar. Porque un ganso únicamente puede poner un huevo
diario.
Como el codicioso mercader no estaba satisfecho de su
asombrosa buena suerte y ansiaba más huevos, se le ocurrió de pronto una idea
espléndida. ¡Mataría al ganso y así en el interior del animal, hallaría todos
los huevos de una vez! Entonces, no tendría que esperar para ser rico.
La multitud gritó excitada, cuando supo lo que se proponía hacer
el mercader. Éste afiló cuidadosamente su cuchillo y lo hundió en la pechuga
del pájaro. La gente contuvo el aliento, mientras miraba surgir la sangre,
goteando entre las blancas plumas. Poco a poco, se esparció sobre el mostrador
en una gran mancha roja.
-¡Ha matado a su ganso! -dijeron algunos.
-Sí -dijo sabiamente una vieja-. Y no habría podido cometer
un error más grave.
Ahora que el animal ha muerto, veréis que sólo es un ganso
como cualquier otro.
Y había dicho la verdad. Allí estaba aquel ganso, con el
cuerpo bien abierto y sin un huevo dentro. Apenas servía para asarlo.
-Ha matado al ganso que ponía huevos de oro -dijo con
tristeza un viejo agricultor.
La gente se apartó con disgusto del puesto y se alejó
lentamente.
miércoles, 5 de julio de 2017
El Enano De Uxmal
Hace muchos años, en los tiempos del esplendor maya, vivía
en la ciudad de Kabah, cerca de Uxmal, una vieja hechicera, que deseaba tener
un hijo que la acompañase en la vejez. Y un buen día tuvo la ocurrencia de
envolver en un paño un huevo de gallina y depositarlo en un rincón de su choza.
Algún tiempo después, con gran sorpresa de las gentes de la comarca, del huevo
salió un niño, tan extraordinario, que aprendió rápidamente a andar y a hablar
como un hombre. La hechicera estaba muy orgullosa de su hijo y no se apenó
cuando al cumplir el año el niño dejó de crecer.
Pasó el tiempo, y el enano de Uxmal conservó la reputación
de su gran talento. Llegó un día en que quiso descubrir el misterio que
encerraba el fogón de la bruja. Ésta se pasaba a su lado largas horas y parecía
cuidar de él de una manera especial. Apenas salía de casa; solamente lo hacía
por poco tiempo, cuando iba a buscar agua. Un día el enano hizo un agujero en
el fondo del cántaro, y mientras la bruja intentaba inútilmente llenarlo, cogió
un pico y cavó en el fogón, encontrando al poco rato un maravilloso tunkul y
una sonaja.
Sorprendido por el hallazgo, tocó ambos instrumentos, y un
penetrante y agudo sonido se dejó oír en todos los alrededores. La vieja
reconoció al momento los instrumentos que lo habían producido, y dejando el
cántaro, corrió apresuradamente a su casa. Pero el enano no quiso confesar lo
que había hecho y atribuyó el extraordinario ruido a un graznido del pavo.
Según una antigua profecía, el que tocase el tunkul
maravilloso se apoderaría del trono de Uxmal. El Rey, que oyó tan singular
sonido, queriendo hacer frente a su destino, envió emisarios en busca del
tocador. Consiguieron éstos dar con el paradero del enano y llevarle a la
presencia real. Entonces el Monarca le desafió de la siguiente singular manera:
ambos soportarían que se machacasen sobre sus cabezas todos los cocoyoles que
cupiesen en cuatro canastas, estableciéndose que el que resistiera la prueba se
quedara en el trono. Así fue acordado, y el enano pidió que se construyera una
calzada de Kabah a Uxmal y una gran plataforma donde tuviera lugar el desafío.
Llegó el día señalado para éste, y ante un público numeroso,
el enano, según se había convenido, subió el primero a la plataforma. El Rey
esperaba verle sucumbir al primer golpe y quedar así libre de él; pero la vieja
hechicera había colocado bajo su cabello una placa de pedernal y pudo soportar
la prueba sin la menor consecuencia. El Rey, sobrecogido de terror y deseoso de
ganar tiempo, planteó al enano una serie de adivinanzas que fueron contestadas
con sorprendente exactitud, aumentando el asombro de los presentes. Y cuando el
soberano de Uxmal, no pudiendo retardar más el momento fatal, sufrió la prueba
que él mismo había ideado, sucumbió al tercer golpe. La profecía había quedado
cumplida.
El enano gozó por algún tiempo de su nueva situación. Se
construyó un suntuoso palacio, que hoy se llama Casa del Enano o del Adivino;
recompensó a la vieja hechicera con un gran edificio, que hoy se conoce con el
nombre de Casa de la Vieja, y cuando ésta murió mandó que le levantasen una
estatua, cuya cabeza se ostenta todavía en Mérida, en la calle Segunda del
Progreso, Sur. El pueblo no creyó nunca en la muerte de la hechicera, y se dice
que vive todavía en un subterráneo, junto a un estanque, y que cambia a los
transeúntes jícaras de agua por niños, que devora después una serpiente que la
acompaña.
Cuenta también la leyenda que el monarca enano perdió, por
sus vicios y su orgullo, la protección del dios al que la hechicera le había
dejado encomendado, y que, en su soberbia, quiso él mismo crear un nuevo dios.
Mandó construir un ídolo de madera, que no resistió la prueba del fuego, y
después un ídolo de piedra, que al pasar por la misma prueba se convirtió en
cal. Finalmente mandó fabricar uno de barro, que con el fuego se endureció.
Entonces el enano le dio vida y la estatua habló. Durante algún tiempo los
habitantes de Uxmal le adoraron, por lo que fueron llamados en la antigüedad
Kul Katob; esto es, los adoradores del barro.
Pero los dioses, ofendidos por el sacrilegio, enviaron
guerreros que destruyeron la ciudad de Uxmal y aniquilaron a todos sus
habitantes.
El Milagro De La Flor De Nochebuena
La FLOR DE NOCHEBUENA ¿Sabías que la flor de Nochebuena, esa
hermosa planta de diminutas flores y grandes hojas rojas en forma de estrella
con las que adornamos las casas en Navidad, proviene de México? Los misioneros
españoles las bautizaron así porque el día de máximo esplendor de estas flores
es precisamente el 24 de diciembre. Su nombre en idioma azteca es cuetlaxóchitl
y en México existe una bella leyenda que narra su origen.
UNA NOCHEBUENA DISTINTA
A Camila, como a todos los niños y niñas de la aldea mexicana
de Olinalá, le encantaba la Navidad. Y su momento preferido era cuando en la
Nochebuena llegaba la hora de la Misa del Gallo y todos en el pueblo se
acercaban hasta la iglesia para dejar una ofrenda al niño Jesús.
Pero aquella Nochebuena era distinta. El padre de Camila se
había quedado ese año sin trabajo y por eso Camila no tenía dinero para
comprarle frutas, o dulces, o juguetes al niño Jesús. Así que la pequeña pasó
toda la tarde muy preocupada, pensando cómo podría conseguir al menos unas
monedas para comprar algo de valor.
EN EL MERCADO
—Feliz Navidad, señorita Adela —dijo la niña a la vendedora
de frutas, mientras admiraba las relucientes manzanas y las cestas de fresas.
Si al menos tuviera dinero para comprar una cesta pequeñita y llevarla hasta el
altar.
—Feliz Navidad, señorita Camila —le respondió con simpatía
la joven vendedora.
—¿Me dejaría ayudarla en la frutería para sacar algunas
monedas? —preguntó la niña.
—Hoy no será posible, querida Camila. La gente ya se está
preparando para la Misa del Gallo, así que voy a cerrar el puesto muy pronto.
Pero toma unos caramelos para ti y tus hermanos.
Camila dio las gracias a la joven y se marchó
apresuradamente hacia su casa, pues ya estaba anocheciendo y todavía tenía que
cenar y encontrar el regalo antes de la misa.
EN CASA
En Olinalá, igual que en muchos otros pueblos de México,
durante las nueve noches anteriores a la Navidad, las familias y amigos solían
reunirse para ir cantando de casa en casa. Después de eso, cenaban juntos en la
posada de la aldea para celebrar la Nochebuena.
Sin embargo, aquella noche Camila y su familia celebraron la
Nochebuena juntos en casa. Hicieron una sencilla cena de tortitas con arroz y
frijoles y Camila repartió los caramelos entre sus hermanitos.
—Debemos estar contentos —dijo su papá—. El próximo año
tendré un nuevo trabajo y celebraremos la Nochebuena en la posada, con una
sabrosa cena y una piñata.
MISA DE GALLO
Poco antes de la medianoche, las campanas comenzaron a sonar
para anunciar la hora de la Misa del Gallo.
—Ven aquí, Camila, voy a arreglarte esa trenza —le dijo su
mamá—, que ya es hora de ir a misa.
—No, mamá, este año no puedo ir —dijo Camila casi llorando—.
Es imposible, no tengo ningún regalo para ofrecerle al niño Jesús.
—¿Qué tontería es esa, mi niña? Claro que vendrás a misa con
todos nosotros. Y quiero que entiendas algo muy importante: no hay regalo más
valioso que aquel que lleves en tu corazón.
Camila dijo que lo entendía y contuvo su llanto, pero sólo
para no entristecer a su mamá.
LA IGLESIA
Todas las calles del pueblo se llenaron de gente que iba a
la iglesia, con sus mejores ropas y con ofrendas para celebrar el nacimiento de
Jesús. Camila iba detrás de sus padres, un poco rezagada a propósito, y cuando
llegó ante la puerta de la iglesia se detuvo y no los siguió hasta el interior.
¿Cómo iba a entrar sin tener ni siquiera una vela que colocar en el altar?
Camila entonces se escondió entre las sombras de la vieja
sacristía y se puso a llorar. Dentro de la iglesia se oía la música de los
mariachis con sus guitarras y alegres cantos.
El milagro de la flor de Nochebuena
El milagro de la flor de Nochebuena
Leyenda mexicana
La FLOR DE NOCHEBUENA ¿Sabías que la flor de Nochebuena, esa
hermosa planta de diminutas flores y grandes hojas rojas en forma de estrella
con las que adornamos las casas en Navidad, proviene de México? Los misioneros
españoles las bautizaron así porque el día de máximo esplendor de estas flores
es precisamente el 24 de diciembre. Su nombre en idioma azteca es cuetlaxóchitl
y en México existe una bella leyenda que narra su origen.
UNA NOCHEBUENA DISTINTA
A Camila, como a todos los niños y niñas de la aldea
mexicana de Olinalá, le encantaba la Navidad. Y su momento preferido era cuando
en la Nochebuena llegaba la hora de la Misa del Gallo y todos en el pueblo se
acercaban hasta la iglesia para dejar una ofrenda al niño Jesús.
Pero aquella Nochebuena era distinta. El padre de Camila se
había quedado ese año sin trabajo y por eso Camila no tenía dinero para
comprarle frutas, o dulces, o juguetes al niño Jesús. Así que la pequeña pasó
toda la tarde muy preocupada, pensando cómo podría conseguir al menos unas
monedas para comprar algo de valor.
EN EL MERCADO
—Feliz Navidad, señorita Adela —dijo la niña a la vendedora
de frutas, mientras admiraba las relucientes manzanas y las cestas de fresas.
Si al menos tuviera dinero para comprar una cesta pequeñita y llevarla hasta el
altar.
—Feliz Navidad, señorita Camila —le respondió con simpatía
la joven vendedora.
—¿Me dejaría ayudarla en la frutería para sacar algunas
monedas? —preguntó la niña.
—Hoy no será posible, querida Camila. La gente ya se está
preparando para la Misa del Gallo, así que voy a cerrar el puesto muy pronto.
Pero toma unos caramelos para ti y tus hermanos.
Camila dio las gracias a la joven y se marchó
apresuradamente hacia su casa, pues ya estaba anocheciendo y todavía tenía que
cenar y encontrar el regalo antes de la misa.
EN CASA
En Olinalá, igual que en muchos otros pueblos de México,
durante las nueve noches anteriores a la Navidad, las familias y amigos solían
reunirse para ir cantando de casa en casa. Después de eso, cenaban juntos en la
posada de la aldea para celebrar la Nochebuena.
Sin embargo, aquella noche Camila y su familia celebraron la
Nochebuena juntos en casa. Hicieron una sencilla cena de tortitas con arroz y
frijoles y Camila repartió los caramelos entre sus hermanitos.
—Debemos estar contentos —dijo su papá—. El próximo año
tendré un nuevo trabajo y celebraremos la Nochebuena en la posada, con una
sabrosa cena y una piñata.
MISA DE GALLO
Poco antes de la medianoche, las campanas comenzaron a sonar
para anunciar la hora de la Misa del Gallo.
—Ven aquí, Camila, voy a arreglarte esa trenza —le dijo su
mamá—, que ya es hora de ir a misa.
—No, mamá, este año no puedo ir —dijo Camila casi llorando—.
Es imposible, no tengo ningún regalo para ofrecerle al niño Jesús.
—¿Qué tontería es esa, mi niña? Claro que vendrás a misa con
todos nosotros. Y quiero que entiendas algo muy importante: no hay regalo más
valioso que aquel que lleves en tu corazón.
Camila dijo que lo entendía y contuvo su llanto, pero sólo
para no entristecer a su mamá.
LA IGLESIA
Todas las calles del pueblo se llenaron de gente que iba a
la iglesia, con sus mejores ropas y con ofrendas para celebrar el nacimiento de
Jesús. Camila iba detrás de sus padres, un poco rezagada a propósito, y cuando
llegó ante la puerta de la iglesia se detuvo y no los siguió hasta el interior.
¿Cómo iba a entrar sin tener ni siquiera una vela que colocar en el altar?
Camila entonces se escondió entre las sombras de la vieja
sacristía y se puso a llorar. Dentro de la iglesia se oía la música de los
mariachis con sus guitarras y alegres cantos.
El milagro de la flor de Nochebuena
EL ÁNGEL
—Camila, pequeña, deja ya de llorar.
¿Quién le hablaba? Camila alzó la cabeza y miró a su
alrededor muy sorprendida, pues allí no había nadie, y además esa no era la voz
de su mamá ni de su papá. Parecía más bien la voz de un niño.
—Camila, ¿ves esas hojas verdes que crecen alrededor de mis
alas? Recógelas y llévalas a la iglesia.
¿Alas? Si hablaba de alas sólo podía ser un pájaro, o tal
vez… ¡un ángel! Camila entonces dirigió la vista hacia el ángel de piedra que
había en la puerta de la sacristía. A su alrededor crecían unos hierbajos muy
feos. ¿Cómo iba a llevarle eso al niño Jesús?
—No dudes ni tengas miedo, Camila. Arranca estas hierbas
silvestres y llévalas hasta el altar del niño Jesús.
Camila no veía que la estatua de piedra moviera los labios
pero ya no había duda de que el ángel le estaba hablando. A ella le daba
vergüenza entregar semejante regalo al niño Jesús, pero no se atrevía a
desobedecer al ángel, así que tiró con fuerza de las agrestes hierbas hasta
tener en sus brazos un gran manojo de frondosas hojas verdes.
EL MILAGRO
Camila entró en la iglesia nerviosa y asustada. ¿Se reiría
la gente al ver su triste ofrenda? Avanzó hacia el altar con manos temblorosas
y sin mirar a los demás, aunque nadie se rió. Y allí, ante los cientos de velas
que rodeaban la figura del niño Jesús, se arrodilló y dejó caer una lágrima
sobre la pobre ofrenda que llevaba en los brazos.
Al contacto con esa lágrima de amor, aquellas vulgares hojas
verdes, de manera milagrosa, cobraron un intenso color carmesí y adquirieron
forma de estrella. Toda la gente dejó escapar una exclamación, pues eran las
flores más bellas que jamás habían visto.
—Feliz Navidad, dulce niño Jesús —susurró Camila, que ahora
se sentía plenamente feliz con su ofrenda.
* * *
Desde ese día, los mexicanos llamaron a la espléndida planta
“Flor de Nochebuena”. Ésta comenzó a crecer abundantemente por todas partes y
cada Navidad decora las casas y las iglesias del mundo entero.
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