Imaginen un campo
sembrado de enormes jarrones de piedra. Grandes búcaros capaces de cobijar a
una persona y que parecen brotar del suelo, conformando un paisaje digno de
Juego de Tronos o alguna otra historia fantástica salida de un cineasta
visionario, un literato imaginativo o un dibujante de cómics de ciencia
ficción. Sólo que realmente hay un sitio así y está en el sudeste asiático; en
Laos concretamente y lo llaman la Llanura de las Jarras.
Ese llano, que se
encuentra al pie de la cordillera Annamita, la más importante de la península
indochina, en las tierras altas del norte, se denomina en realidad Xiangkhoang
pero ya es más conocida popularmente por el apelativo que le dan esos
singulares elementos megalíticos. Y eso que no son recientes: la datación
cronológica apunta a un milenio y medio o incluso dos en sus piezas más
antiguas -la Edad del Hierro-, si bien la mayor parte son algo más recientes,
fechadas entre los siglos VI a.C y IX d.C.
Es decir, abarcan un
espectro temporal bastante amplio, lo que supone todo un misterio ya que, pese
a ello, se ignora a qué cultura adscribirlas. Un agujero en el conocimiento que
ha favorecido el origen y difusión de leyendas sobre su origen; algunas tienen
un matiz mitológico y hablan de un pueblo de gigantes dirigidos por un rey
guerrero llamado Khun Cheung, quien, tras una memorable batalla, mandó colocar
las jarras llenas de viandas para celebrar la victoria con sus hombres. Por
supuesto, arqueólogos y antropólogos buscan otras explicaciones más plausibles.
Por ejemplo, hay quien
propuso la teoría de que servían para recoger agua de lluvia durante la época
del monzón, en previsión de la temporada de sequía, sirviendo así para que
pudieran beber los miembros de las caravanas comerciales de sal que atravesaban
la zona. Esta hipótesis no parece probable pero sí tiene un punto de verdad: la
llanura de Xiangkhoang era un punto de paso para esas caravanas en su ruta
hacia el norte de la India y quizá los viajeros depositaban ofrendas dentro de
las jarras. De hecho, hay piezas parecidas en Tailandia y la India.
Las explicaciones más
aceptadas apuntan a un uso funerario, atendiendo a determinados hallazgos
complementarios y a los análisis tanto de las propias jarras como de su
contenido, pues buena parte de ellas albergaban restos humanos. Aunque no
todos, muchos huesos muestran evidencias de incineración y están envueltos en
ceniza (acompañados a veces de cerámica y herramientas de hierro y bronce),
algo que según la arqueóloga francesa Madeleine Colani, que excavó la llanura
en los años treinta (por cierto, llevándose unas cuantas a su país), explicaría
la presencia en una cueva cercana de una especie de chimeneas: sería un horno
crematorio y los cántaros urnas funerarias.
Sin embargo, no es
algo que acepten todos los expertos y otros opinan que si bien la llanura puede
considerarse una necrópolis, el horno no tenía como finalidad la cremación de
cadáveres sino para hacer moldes de las jarras. Esto también es refutado porque
el material de que están hechas no es metal sino piedra: fundamentalmente de
arenisca pero otras de granito, conglomerado, caliza y, algunas, incluso de
coral. Esas diferencias afectan asimismo a sus formas, pues unas presentan un
aspecto redondeado, como grandes ánforas, frente a las que son más bien
angulares. Las mayoría no muestra decoración, salvo unas pocas con
bajorrelieves y/o pinturas.
Fuente: Leyendas, Mitos, Misterios y Enigmas del Mundo
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