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sábado, 7 de marzo de 2020
Las Profecías de Cazotte
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Supuestamente, tal
exhibición de escalofriante clarividencia tuvo lugar durante la
sobremesa de un banquete celebrado a principios de 1788, al cual
había acudido una numerosa concurrencia formada por cortesanos,
aristócratas y otros personajes ilustres. La conversación giraba en
torno a la política, y en un momento dado Cazotte, que hasta
entonces había permanecido en silencio, tomó la palabra para
anunciar a los presentes que aquella revolución sobre la que tanto
frivolizaban llegaría de forma sangrienta y supondría la muerte de
casi todos ellos.
Con voz grave, se
dirigió a cada una de aquellas personalidades describiéndoles de
forma minuciosa cómo iban a morir, quién perecería en la
guillotina y quién preferiría suicidarse antes de tener que subir
al cadalso, cuál sería el veneno utilizado o cuántos los cortes
que se infligirían para abrirse las venas. Ni él mismo quedaba
fuera de la negra predicción.
Sus palabras fueron
recibidas como la broma macabra de un personaje que, aunque resultaba
generalmente querido y apreciado, tenía fama de excéntrico. Sin
embargo, no pasarían ni cuatro años antes de que se cumplieran con
total exactitud hasta en sus más pequeños detalles.
Es Jean-François de
La Harpe, testigo superviviente de aquel banquete, quien nos describe
la escena en un manuscrito póstumo, y, por tanto, la persona de la
cual depende su veracidad. Pero La Harpe escribe años después de
que los hechos se consumasen, por lo que entra dentro de lo posible
que inventara toda la anécdota o, lo que es más probable, la
exagerase.
Cazotte ya había
expresado su inquietud por el destino del rey en unas cartas
dirigidas a su amigo Pouteau, algo que se puede considerar más fruto
de su natural intuición que de una capacidad sobrenatural para
predecir el futuro. En agosto 1792 estas cartas están a punto de
costarle la vida a manos de un tribunal revolucionario, pero su hija
logra salvarlo en el último momento. Poco después es encarcelado de
nuevo y finalmente ejecutado el 25 de septiembre en la guillotina
instalada en la plaza Carrousel. Se cumple así ese terrible destino
que tal vez el propio Cazotte había conocido siempre.
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