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martes, 11 de agosto de 2015

La Macabra Obsesión De Leonardo Da Vinci.

Corrían los primeros años del siglo XVI y algunas prácticas, como la que obsesionaba al maestro florentino, eran vistas como propias de quien rendía culto al Diablo o practicaba la nigromancia. Por esta razón, el genial Leonardo da Vinci, ya pasada la cincuentena, aprovechaba la tranquilidad, el anonimato y el frescor de la noche para realizar una de sus pasiones favoritas: diseccionar cadáveres.

Además, y puesto que en aquella época carecían de sistemas de refrigeración, los cadáveres se descomponían e hinchaban rápidamente, así que el polifacético artista tenía que aprovechar las horas más frescas para practicar aquellas disecciones.

Es de sobra conocido que Leonardo da Vinci fue mucho más que un genial pintor. Auténtico prototipo del sabio renacentista, Leonardo sintió un enorme interés por todas las facetas del conocimiento, incluyendo la geometría, las matemáticas, la física y, en general, todo lo relacionado con los secretos de la naturaleza.

Fruto de estas inquietudes surgió su interés por la anatomía, no solo porque su conocimiento le permitía mejorar sus obras de arte, sino porque además sentía auténtica curiosidad sobre el funcionamiento de la “máquina humana”.

Tras su regreso a Milán en el año 1508, Leonardo se volcó con sus numerosos proyectos de carácter científico. Y, de forma especial, con su intención de dar forma a varios tratados sobre anatomía humana.

En fechas anteriores ya había mostrado interés por esta disciplina, pero nunca había tenido oportunidad de estudiar y diseccionar otra cosa que no fueran cadáveres de animales.

Fue en esta nueva etapa milanesa cuando cumplió al fin su sueño de escudriñar el interior del ser humano. Así se desprende de las minuciosas anotaciones de uno de sus cuadernos, en el que afirma: “He diseccionado más de diez cuerpos”.

Aunque mal vista, aquella práctica era bien conocida en la época, estando reservada generalmente a médicos y cirujanos que contaban con el permiso de las autoridades.

Parece que Leonardo obtuvo dichos permisos, y de este modo consiguió diseccionar y estudiar varios cadáveres. El genio florentino conseguía los cuerpos en hospitales —donde a menudo nadie los reclamaba— y entre los criminales que eran ejecutados públicamente.

Gracias a esta macabra curiosidad de Leonardo, hoy se conservan más de doscientos dibujos anatómicos que el artista e inventor dejó plasmados en varios de sus cuadernos.

Sabemos que fueron muchos más, pero por desgracia buena parte de ellos se perdieron y es muy probable que nunca aparezcan. La mayor parte de los que se conservan forman parte del llamado Manuscrito A, hoy en la colección Windsor.

Algunos estudios históricos han sacado a la luz que Leonardo colaboró durante algún tiempo con el anatomista Marcantonio della Torre, profesor en la Universidad de Pavía, y auténtico maestro en la disección de cadáveres.

Parece que su intención era publicar un completo tratado de anatomía junto a Della Torre, pero cuando este murió a causa de la peste en 1511 sus planes se frustraron.

Aquel contratiempo, sin embargo, no redujo el interés de Leonardo por la anatomía. Cuando en 1513 las tropas de Maximiliano I ocuparon Milán, el artista decidió trasladarse a Roma acompañado por sus discípulos.

En la Ciudad Santa fue recibido por el mismísimo papa León X, un Médici al que conocía bien, pues Leonardo había trabajado para su padre, Lorenzo el Magnífico.

El Papa le ofreció unos aposentos en la Villa Belvedere, en pleno Vaticano, y le facilitó una renta con carácter regular, además de proporcionarle dos ayudantes para que auxiliaran en todos sus trabajos.

Gracias a aquellas facilidades, Leonardo regresó a sus pinturas y a sus proyectos científicos, entre ellos las disecciones anatómicas. Para realizar estas últimas se encerraba de noche en su estudio, sin la ayuda de nadie.

Sin embargo, los dos ayudantes enviados por el Papa no apreciaban a Leonardo, y cuando descubrieron a qué se dedicaba por las noches, no dudaron en avisar de tales prácticas al pontífice.

A diferencia de lo que ocurría en Milán, Florencia y otras ciudades, en Roma la disección de cadáveres humanos estaba prohibida por la Iglesia.

Por suerte para Leonardo, el papa León X le tenía en gran estima, así que le perdonó, pero advirtiéndole de que no continuara con aquellas prácticas inaceptables.

Para entonces, Leonardo da Vinci ya había practicado al menos un par de decenas de disecciones, tanto de hombres como de mujeres, y había anotado con su minuciosidad habitual todas sus impresiones y descubrimientos, siempre acompañados de sus exactos dibujos.

Según algunos estudiosos actuales, como el biólogo Ron Philo, profesor en la Universidad de Texas y coautor del libro ‘Leonardo da Vinci: the Mechanics of man’, el genio renacentista realizó algunos hallazgos importantes para su época.

Así, Leonardo habría detectado la circulación de la sangre unos 150 años antes de que se explicara de forma detallada y exacta, y casi llegó a comprender la diferencia entre sangre arterial y venosa.

También mostró un gran interés por la formación del feto humano —es muy conocido uno de sus bellos dibujos al respecto—, y describió con gran exactitud las características y el funcionamiento del sistema genitourinario.

Aunque algunos de sus dibujos no estaban exentos de errores, sus diseños de anatomía humana fueron en muchos casos los más exactos durante siglos, y todavía hoy se emplean entre algunos profesionales debido a su belleza y perfección.


Un ejemplo más de la genialidad de un hombre cuya curiosidad y espíritu científico no tuvieron límites.

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