Un rey muy orgulloso, un día escuchó el presagio de una
adivina: unos pobres campesinos acababan de tener un niño que en catorce años
se casaría con su hija la princesa. Sin dudarlo, el cruel monarca se dirigió a
la campiña para engañar a los felices padres y abandonar al pequeño a orillas
de un río muy profundo. Y no habría vuelto a pensar en esto si no fuera que,
años más tarde, un molinero le dijo:
– Hace catorce años encontramos a este joven al borde del
río, y lo criamos como si fuera nuestro hijo.
El rey comprendió enseguida lo que había sucedido y quiso
volver a deshacerse del muchacho redactando su sentencia de muerte. Pero un
pícaro bandido cambió aquella orden por otra, gracias a la cual el joven se
casó con la princesa. Aun así, el rey porfiado no se rindió y le impuso a su
yerno una terrible misión: “Irás al infierno y me traerás tres pelos de oro del
diablo”. Para cumplir con el pedido, el joven debía cruzar dos ciudades y un
río. En la primera, un centinela le preguntó porqué la fuente de la plaza, que
solía dar vino, se había secado. En la segunda, un guardia quiso saber porqué
el árbol de la ciudad ya no daba manzanas de oro. Y en el río, el barquero se
preguntaba porqué era él y no otro el que debía ejercer ese oficio, del que ya
estaba cansado. A los tres hombres, el joven prometió darles una respuesta a su
regreso.
Una vez en el infierno, la mujer del diablo decidió ayudarlo
pues se apiadó de su historia. Así que, entre aullidos del diablo, fue
arrancando uno a uno de la cabeza de su esposo los tres pelos de oro que
necesitaba el muchacho, al tiempo que por cada pelo que le arrancaba, le
formulaba una de las preguntas que sucesivamente le habían hecho al joven
príncipe el centinela, el guardia y el barquero, pues nadie más que el diablo
podía contestarlas.
Ya con los tres pelos del diablo en su mano y las tres
respuestas en su poder, el joven salió raudo del infierno.
Así que el joven le advirtió al centinela de la primera
ciudad: “Si encuentras al sapo que se ha metido en la fuente, volverás a tomar
vino”.
Más tarde, al cruzar la segunda ciudad, le aconsejó al
guardia: “Si sacas el ratón que está comiendo las raíces de tu árbol, volverás
a tener manzanas de oro”.
-Tú, barquero- le dijo el príncipe al hombre que había hecho
la última pregunta cuando ya iba de regreso al reino con los tres pelos de oro
del diablo- "ponle los remos en la mano al primero que te pida cruzar este
río y entonces esa persona te reemplazará en tu labor para siempre".
Y como muestra de agradecimiento, el centinela, el guardia y
el barquero, colmaron al joven príncipe de múltiples riquezas.
Cuando el rey vio que su yerno había vuelto del infierno con
los tres pelos de oro del diablo y con tantas riquezas, cegado por la avaricia,
no dudó en realizar la misma travesía. Pero quiso el destino que el barquero
pusiera en sus manos los remos malditos.
Y dicen que el rey, cruel y orgulloso, todavía sigue remando, remando y remando, y que lo seguirá haciendo... por toda la eternidad...
Fuente: Leyendas, Mitos, Misterios y Enigmas del Mundo
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