Un vasto manto de oscuridad envolvió al minúsculo pueblo de
Trasmoz en 1512. Un conflicto que tiene su origen en un problema de riego,
provocó que el Monasterio de Veruela lanzara una maldición a esta pequeña aldea
maña situada a las faldas del Moncayo y custodiada por un imponente castillo.
Pero no sólo arrastra esta condena, sino que, doscientos años antes, fue
excomulgado del catolicismo por los siglos de los siglos y no ha encontrado su
revocación en los últimos meses de vida de 2019.
El halo de misterio que se apropió de este diminuto pueblo
no sólo perdura, sino que se ha extendido como la pólvora. Una historia que
hace las delicias de los idólatras de lo oculto. Un destino que embruja al
turista que se atreve a deslizarse por sus calles vacías de humanidad, pero
plenas de enigmas y un embaucador romanticismo becqueriano.
Con la Iglesia toparon
En 1255, el abad del Monasterio de Veruela, Andrés de
Tudela, arrancó el catolicismo de cuajo de las vidas de los vecinos de Trasmoz.
El motivo de este castigo divino halla su explicación en un conflicto por la
leña. El clérigo, hastiado de las discusiones con los habitantes del pueblo por
la provisión de madera del Monte de la Mata, excomulgó a la aldea, apartándola
del Reino de los Cielos para toda la eternidad.
Pero Dios le tenía preparado un destino aún más cruel para
la supersticiosa población que moraba por aquel pueblo rebelde. Casi tres
siglos más tarde, de nuevo, el Monasterio de Veruela, dirigiría sus iras contra
los habitantes de Trasmoz. Esta vez, la leña se sustituía por el agua como eje
de un nuevo conflicto con la Iglesia.
El señor de Trasmoz en 1511, Pedro Manuel Ximénez de Urrea,
se enfrentó al abad del Monasterio debido a que el curso del agua transitaba
por zonas que pertenecían al convento. Los clérigos de Veruela desviaron la
natural circulación del agua y esta no llegaba a las familias trasmoceras. Las
Cortes de Aragón mediaron en el conflicto en favor del señor de Trasmoz. Pero
al abad hizo oídos sordos y maldijo al pueblo.
Según relatan algunos expertos, el abad, en plena madrugada,
cubrió el crucifijo del altar con un velo negro y recitaron el salmo 108 de la
Biblia – una maldición de Dios contra sus enemigos -. Cada frase iba acompañada
de un toque de campana para que los vecinos del pueblo lo escuchasen y constase
en acta. Trasmoz fue maldita con nocturnidad y alevosía.
Fiestas paganas
Desde entonces, la leyenda ha marcado con letras tétricas y
negras al pueblo de Trasmoz. Brujas, aquelarres, nigromancia… Todas las
actividades insalubres para el alma humana transcurrían entre las lindes de
esta aldea incómoda para los vecinos con hábito que moraban a escasos
kilómetros.
Las oscuras leyendas sobre este área de terreno maldito han
perdurado hasta nuestros días. Incluso han inspirado a algunos de los grandes
autores de la literatura española. El misterio que envolvió a este pueblo y las
supersticiones propias de tiempos pasados en los que el temor a un Dios que les
había abandonado se sobreponía a la razón.
Leyendas Románticas
El paso del tiempo moldeó y alimentó estos mitos a su
antojo, habitando de por vida en el imaginario colectivo de los trasmoceros y,
por supuesto, del resto del país. Pero las llamas de estas leyendas se vieron
avivadas gracias a la maestría de un enfermo Gustavo Adolfo Bécquer.
En pleno Romanticismo, el poeta y escritor sevillano, se
mudó durante un tiempo al ínclito Monasterio de Veruela para respirar el aire
puro que le despojara de la tuberculosis que le perseguía desde 1857. Un lugar
idóneo para un romántico, tan apasionado de lo oculto y lo fantástico.
Durante su estancia en el pueblo, Bécquer gestó algunas de
sus narrativas más emblemáticas, como el relato de la Tía Casca. En Cartas
desde mi Celda, el poeta andaluz, a caballo entre un relato y una crónica
periodística, cuenta las andanzas de este misterioso y ‘peligroso’ personaje
que habitaba en Trasmoz.
“Los sábados, después de que la campana de la iglesia dejaba
oír el toque de las ánimas, unas sonando panderos, y otras, añafiles y
castañuelas, y todas a caballo sobre escobas, los habitantes de Trasmoz veían
pasar una banda de viejas, espesas como las grullas, que iban a celebrar sus
endiablados ritos a la sombra de los muros de la ruinosa atalaya que corona la
cumbre del monte”. Así relató Bécquer la información que en este pagano resquicio
de España pudo recabar.
En la actualidad, la historia de Trasmoz sigue presente, aunque no muchos conocen sus sutilezas. De hecho, Javier Olivares realizó un pequeño homenaje a esta desconocida historia de nigromancia y paganismo en su magistral creación que lleva por título El Ministerio del Tiempo. En el capítulo Tiempo de Hechizos (3x03), se narra con precisión quirúrgica lo acontecido en esta aldea condenada, a la par que presenta la figura de un Gustavo Adolfo Bécquer atraído por la historia de Trasmoz.
Fuente: Leyendas, Mitos, Misterios y Enigmas del Mundo
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