Enoc, Elias, Baruc, Felipe o Esdras son algunos de los
muchos personajes bíblicos que fueron arrebatados a los cielos por misteriosos
torbellinos y carros de fuego. Algunos jamás volvieron. ¿De dónde venían esos portentosos
aparatos voladores?
Elías jamás regresó… Aquel «torbellino» le arrebató para
siempre ante los ojos de 50 profetas y del propio Eliseo, el mismo que más
tarde, pertrechado con las vestiduras y el manto rasgado de Elías caídos desde
el cielo, golpeó las aguas del Jordán, que se abrieron en dos. Para los
exegetas de la Iglesia Católica, Elías sufrió un «transporte extático»; es
decir, el profeta entró en trance místico y se «imaginó» el arrebatamiento. Lo
cierto, empero, es que a Elías «no se le vio más». Y todo apunta a que este
episodio ocurrió realmente —según parece, en el Monte Carmelo, hace
aproximadamente 2.850 años—, aunque los comentaristas bíblicos lo niegan: «La
desaparición misteriosa —dicen— ha de explicarse conforme al género literario
de este ciclo de historias sobre el gran profeta». La Iglesia, pues, considera
«ciencia-ficción» el episodio, así como otros muchos similares. Pero la
realidad puede ser bien otra.
El clan de los «arrebatados» Otro «arrebatado» y personaje
enigmático donde los haya es Enoc, cuyo nombre, en hebreo, significa
‘iniciado’. Según cuenta el Génesis, Enoc «no murió, sino que fue arrebatado y
llevado a los cielos en un carro de fuego». Poco más se dice de él en la
Biblia, pero contamos con un sorprendente apócrifo, El libro de Enoc, en el que
se relatan los viajes del misterioso personaje a bordo de esos «carros de
fuego». En ese texto se narra, por ejemplo, cómo entró en «contacto» con
misteriosos seres celestiales: «(…) se me aparecieron dos hombres de gran
estatura; sus rostros brillaban como el sol y sus ojos eran como antorchas». Y
le dijeron: «Hoy mismo estarás con nosotros en los cielos».
El relato de sus viajes celestiales resulta sorprendente:
«Condujéronme entonces a los cielos. Entré hasta detenerme frente a un muro,
que parecía hecho de sillares de cristal, y estaba rodeado de lenguas de fuego
(…) Me vi ante un gran palacio de cristal labrado, con suelo embaldosado de
placas de vidrio, y el piso era también de cristal». Y aún añade otras extrañas
pistas sobre sus travesías: «Después de aquellos días transcurridos en un lugar
donde se me permitió ver lo que está oculto, después de haber sido arrebatado
por un remolino y conducido hacia el Poniente (…)». Tras el último de aquellos
«viajes», Enoc no volvió. Al igual que Elias, fue «arrebatado» para siempre.
Sólo que no fueron los únicos… En otro apócrifo llamado La Ascensión de Isaías
se cuenta cómo este profeta también subió a los cielos en un sospechoso
«trance», acompañado de varios ángeles que le invitaron a vestirse con sus
ropajes y cómo a bordo de aquella «nave» visitó los siete cielos. Y también en
el Segundo Libro de Baruc se cuenta algo similar: «Una fuerza —puede leerse— me
levantó y me colocó sobre el muro de Jerusalén».
La sospecha de abducción
En Los hechos de los apóstoles se narra otro
«arrebatamiento»: el de Felipe, uno de los Padres de la Iglesia. A partir del
versículo 26 del capítulo VIII, podemos leer: «El ángel del señor habló a
Felipe diciendo: “Levántate y marcha por el camino que baja de Jerusalén a
Gaza”. Se levantó y partió. Y he aquí que un etíope eunuco regresaba sentado en
su carro, leyendo al profeta Isaías…». Más adelante, ambos se pararon a beber
agua, momento que Felipe aprovechó para bautizar al eunuco, pero «saliendo del
agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y ya no le vio más el eunuco.
Felipe se encontró en Azoto y recorría evangelizando todas las ciudades hasta
llegara Cesárea». ¿Qué era aquel «espíritu del señor» que arrebató al apóstol y
lo transportó 40 kilómetros? ¿Otra fantasía literaria?, ¿una nueva metáfora?
¿No se parecen demasiados estas descripciones a las que actualmente informan
los testigos de abducciones ovni? Lo cierto es que aquellos «torbellinos»,
«carros de fuego» o «ruedas voladoras» aparecen muchas veces a lo largo de la
Biblia y otros textos apócrifos. Realizan maniobras extrañas, son «habitados»
por ángeles de gran estatura, luminosos, de rostros extraños… Para algunos son
demasiadas coincidencias. E investigadores prestigiosos de la temática lo
tienen claro: se trataba de naves extraterrestres.
Pero aún hay más: esos misteriosos objetos —y su enigmática
función «arrebatadora»— ya fueron conocidos por Jesús. Así, en el apócrifo
Historia de José, el carpintero (capítulo XVIII), podemos leer, en boca de
Jesús, la siguiente expresión: «¿Y qué me impide ahora que yo ore para que mi
Padre envíe un gran carro luminoso que eleve a José y que le traslade al lugar
de reposo, para que viva allí con mis ángeles incorpóreos?». En cualquier caso,
ni siquiera hace falta bucear en los apócrifos, porque en el Evangelio de San
Mateo (capítulo 17,1-13), en donde se narra el extraño episodio de la
Transfiguración, se dice que a Jesús le «brilló su rostro como el Sol y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz». Y allí aparecieron dos seres e,
instantes después, les cubrió una «nube resplandeciente». Al abrir los ojos,
todo volvió a la más absoluta normalidad. Lo más curioso es que aquellos dos
seres luminosos fueron identificados como Elías —arrebatado para siempre— y
Moisés, cuyo cadáver, después de haber mantenido contacto abierto con
misteriosos seres que viajaban en extrañas «nubes», jamás fue encontrado.
Ezequiel da la clave: eran ovnis
Ezequiel tuvo la primera de sus «visiones» allá por el año
600 a.C. Cuatro de ellas aparecen relatadas en el libro que lleva su nombre. Él
es otro «arrebatado», aunque con billete de vuelta. De aquel primer encuentro,
Ezequiel ofrece detalles excepcionales: «Vi venir un viento huracanado, una
nube densa en torno a la cual resplandecía un remolino de fuego, que en medio
brillaba como bronce en ignición». Más adelante habla de «criaturas vivientes»,
de «portentosos cristales tras los cuales se observa el firmamento», de «ruedas
que giran» posándose sobre el suelo…
En suma, para muchos estudiosos aquellos seres con caras de «toro», «águila» o «león» no eran más que astronautas con escafandras, tomas de oxígeno o antenas. Luego, la imaginación de aquella gente hizo el resto.
Fuente: Leyendas, Mitos, Misterios y Enigmas del Mundo
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