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Equipo Infinito.



miércoles, 9 de junio de 2021

Arrebatados por Yahvé ¿Abducciones en la Biblia?

 


Enoc, Elias, Baruc, Felipe o Esdras son algunos de los muchos personajes bíblicos que fueron arrebatados a los cielos por misteriosos torbellinos y carros de fuego. Algunos jamás volvieron. ¿De dónde venían esos portentosos aparatos voladores?

Elías jamás regresó… Aquel «torbellino» le arrebató para siempre ante los ojos de 50 profetas y del propio Eliseo, el mismo que más tarde, pertrechado con las vestiduras y el manto rasgado de Elías caídos desde el cielo, golpeó las aguas del Jordán, que se abrieron en dos. Para los exegetas de la Iglesia Católica, Elías sufrió un «transporte extático»; es decir, el profeta entró en trance místico y se «imaginó» el arrebatamiento. Lo cierto, empero, es que a Elías «no se le vio más». Y todo apunta a que este episodio ocurrió realmente —según parece, en el Monte Carmelo, hace aproximadamente 2.850 años—, aunque los comentaristas bíblicos lo niegan: «La desaparición misteriosa —dicen— ha de explicarse conforme al género literario de este ciclo de historias sobre el gran profeta». La Iglesia, pues, considera «ciencia-ficción» el episodio, así como otros muchos similares. Pero la realidad puede ser bien otra.

El clan de los «arrebatados» Otro «arrebatado» y personaje enigmático donde los haya es Enoc, cuyo nombre, en hebreo, significa ‘iniciado’. Según cuenta el Génesis, Enoc «no murió, sino que fue arrebatado y llevado a los cielos en un carro de fuego». Poco más se dice de él en la Biblia, pero contamos con un sorprendente apócrifo, El libro de Enoc, en el que se relatan los viajes del misterioso personaje a bordo de esos «carros de fuego». En ese texto se narra, por ejemplo, cómo entró en «contacto» con misteriosos seres celestiales: «(…) se me aparecieron dos hombres de gran estatura; sus rostros brillaban como el sol y sus ojos eran como antorchas». Y le dijeron: «Hoy mismo estarás con nosotros en los cielos».

El relato de sus viajes celestiales resulta sorprendente: «Condujéronme entonces a los cielos. Entré hasta detenerme frente a un muro, que parecía hecho de sillares de cristal, y estaba rodeado de lenguas de fuego (…) Me vi ante un gran palacio de cristal labrado, con suelo embaldosado de placas de vidrio, y el piso era también de cristal». Y aún añade otras extrañas pistas sobre sus travesías: «Después de aquellos días transcurridos en un lugar donde se me permitió ver lo que está oculto, después de haber sido arrebatado por un remolino y conducido hacia el Poniente (…)». Tras el último de aquellos «viajes», Enoc no volvió. Al igual que Elias, fue «arrebatado» para siempre. Sólo que no fueron los únicos… En otro apócrifo llamado La Ascensión de Isaías se cuenta cómo este profeta también subió a los cielos en un sospechoso «trance», acompañado de varios ángeles que le invitaron a vestirse con sus ropajes y cómo a bordo de aquella «nave» visitó los siete cielos. Y también en el Segundo Libro de Baruc se cuenta algo similar: «Una fuerza —puede leerse— me levantó y me colocó sobre el muro de Jerusalén».

La sospecha de abducción

En Los hechos de los apóstoles se narra otro «arrebatamiento»: el de Felipe, uno de los Padres de la Iglesia. A partir del versículo 26 del capítulo VIII, podemos leer: «El ángel del señor habló a Felipe diciendo: “Levántate y marcha por el camino que baja de Jerusalén a Gaza”. Se levantó y partió. Y he aquí que un etíope eunuco regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías…». Más adelante, ambos se pararon a beber agua, momento que Felipe aprovechó para bautizar al eunuco, pero «saliendo del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y ya no le vio más el eunuco. Felipe se encontró en Azoto y recorría evangelizando todas las ciudades hasta llegara Cesárea». ¿Qué era aquel «espíritu del señor» que arrebató al apóstol y lo transportó 40 kilómetros? ¿Otra fantasía literaria?, ¿una nueva metáfora? ¿No se parecen demasiados estas descripciones a las que actualmente informan los testigos de abducciones ovni? Lo cierto es que aquellos «torbellinos», «carros de fuego» o «ruedas voladoras» aparecen muchas veces a lo largo de la Biblia y otros textos apócrifos. Realizan maniobras extrañas, son «habitados» por ángeles de gran estatura, luminosos, de rostros extraños… Para algunos son demasiadas coincidencias. E investigadores prestigiosos de la temática lo tienen claro: se trataba de naves extraterrestres.

Pero aún hay más: esos misteriosos objetos —y su enigmática función «arrebatadora»— ya fueron conocidos por Jesús. Así, en el apócrifo Historia de José, el carpintero (capítulo XVIII), podemos leer, en boca de Jesús, la siguiente expresión: «¿Y qué me impide ahora que yo ore para que mi Padre envíe un gran carro luminoso que eleve a José y que le traslade al lugar de reposo, para que viva allí con mis ángeles incorpóreos?». En cualquier caso, ni siquiera hace falta bucear en los apócrifos, porque en el Evangelio de San Mateo (capítulo 17,1-13), en donde se narra el extraño episodio de la Transfiguración, se dice que a Jesús le «brilló su rostro como el Sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz». Y allí aparecieron dos seres e, instantes después, les cubrió una «nube resplandeciente». Al abrir los ojos, todo volvió a la más absoluta normalidad. Lo más curioso es que aquellos dos seres luminosos fueron identificados como Elías —arrebatado para siempre— y Moisés, cuyo cadáver, después de haber mantenido contacto abierto con misteriosos seres que viajaban en extrañas «nubes», jamás fue encontrado.

Ezequiel da la clave: eran ovnis

Ezequiel tuvo la primera de sus «visiones» allá por el año 600 a.C. Cuatro de ellas aparecen relatadas en el libro que lleva su nombre. Él es otro «arrebatado», aunque con billete de vuelta. De aquel primer encuentro, Ezequiel ofrece detalles excepcionales: «Vi venir un viento huracanado, una nube densa en torno a la cual resplandecía un remolino de fuego, que en medio brillaba como bronce en ignición». Más adelante habla de «criaturas vivientes», de «portentosos cristales tras los cuales se observa el firmamento», de «ruedas que giran» posándose sobre el suelo…

En suma, para muchos estudiosos aquellos seres con caras de «toro», «águila» o «león» no eran más que astronautas con escafandras, tomas de oxígeno o antenas. Luego, la imaginación de aquella gente hizo el resto.

 

Fuente: Leyendas, Mitos, Misterios y Enigmas del Mundo

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