Creada pocos años después de la fundación de la ciudad por
Alejandro Magno en 331 a.C., tenía como finalidad compilar todas las obras del
ingenio humano, de todas las épocas y todos los países, que debían ser
«incluidas» en una suerte de colección inmortal para la posteridad.
A mediados del siglo III a.C., bajo la dirección del poeta
Calímaco de Cirene, se cree que la biblioteca poseía cerca de 490.000 libros,
una cifra que dos siglos después había aumentado hasta los 700.000, según Aulo
Gelio. Son cifras discutidas –otros cálculos más prudentes les quitan un cero a
ambas–, pero dan una idea de la gran pérdida para el conocimiento que supuso la
destrucción de la biblioteca alejandrina, la desaparición completa del
extraordinario patrimonio literario y científico que bibliotecarios como
Demetrio de Falero, el citado Calímaco o Apolonio de Rodas supieron atesorar a
lo largo de decenios.
Sin duda, la desaparición de la Biblioteca de Alejandría
constituye uno de los más simbólicos desastres culturales de la historia,
comparable tan sólo con la quema de libros que siguió a la toma de
Constantinopla por los cruzados en 1204 o la que tuvo lugar en 1933 en la
Bebelplatz de Berlín a instancias del ministro de propaganda Joseph Goebbels;
eso por no hablar del incendio de la biblioteca de Bagdad, en 2003, ante la
pasividad de las tropas estadounidenses.
LA PRIMERA DESTRUCCIÓN
Es difícil señalar el momento exacto en que se produjo la
destrucción de la Biblioteca de Alejandría. El hecho está envuelto en mitos y
tinieblas, y hay que indagar en las fuentes para hacerse una idea de la
secuencia de los acontecimientos. La primera información al respecto se remonta
al año 47 a.C. En la guerra entre los pretendientes al trono de Egipto, el
general romano Julio César, que había acudido a Alejandría para apoyar a la
reina Cleopatra, fue sitiado en el complejo palacial fortificado de los Ptolomeos,
en el barrio de Bruquión, que daba al mar y donde seguramente se emplazaba la
biblioteca de los «Libros regios» así como el Museo.
César se defendió bravamente en el palacio, pero durante un
ataque se produjo en el arsenal un incendio que se extendió a una sección del
palacio. Entonces se habrían quemado numerosos libros que el propio César
pretendía transportar a Roma –las fuentes hablan de 40.000 rollos–; algunos
afirmaron incluso que ardió la biblioteca entera. Este último extremo no es
verosímil, sobre todo debido a la magnitud que habría tenido ese incendio para
el propio palacio. De cualquier modo, se dijo que años más tarde, Marco
Antonio, mientras estaba en Alejandría en compañía de Cleopatra, donó un gran
número de libros procedentes de la biblioteca rival de Pérgamo, quizá como una
manera de compensar la anterior destrucción.
COMIENZA EL DECLIVE
Con la caída de Antonio y Cleopatra y el consiguiente
hundimiento del reino ptolemaico de Egipto, que cayó en manos de Roma,
Alejandría fue entrando en una lenta e inexorable decadencia, y con ella
también su Biblioteca. Ciertamente, ésta siguió atrayendo a estudiantes y
sabios, como Diodoro Sículo o Estrabón, y su fama rebasaba las fronteras. Pero
ya no existía una corte real propia que se preocupara por dotarla, y la ciudad
egipcia perdía empuje ante Roma, la capital del Imperio.
El carácter de la Biblioteca evolucionó. Se abandonó la
pretensión de totalidad que tuvieron los primeros Ptolomeos, ansiosos de
recopilar todo el saber, incluido el de otros pueblos no griegos, como las
tradiciones egipcias y judías o los himnos de Zoroastro, que fueron
convenientemente traducidos al griego.
Las diversas crisis del siglo II, como la terrible peste
Antonina que asoló Egipto, y sobre todo del siglo III, repleto de usurpaciones
políticas y graves conflictos, tuvieron repercusiones muy negativas para la
vida cultural de la ciudad y en particular para la conservación de los libros
de la Biblioteca. Para colmo de males, en el año 272 el emperador Aureliano arrasó
Alejandría en el transcurso de su campaña contra la reina Zenobia de Palmira.
Años después, bajo el reinado de Diocleciano, la urbe sufrió otra importante
devastación que afectó al complejo palacial.
La proclamación del cristianismo como religión oficial del
Imperio en el siglo IV tuvo consecuencias más graves para la biblioteca
alejandrina. En sus anaqueles se habían compilado los saberes del paganismo
clásico, justamente el tipo de cultura que rechazaban algunos movimientos
cristianos. Eran los años en que figuras como San Antonio huían al desierto o a
comunidades monásticas donde se dedicaban sólo a orar y meditar sobre las
Escrituras.
Inevitablemente, los viejos libros de la biblioteca
ptolemaica dejaron de interesar a los adeptos de la nueva religión. Pero eso no
fue todo. Las leyes contra el paganismo promulgadas por el emperador Teodosio
fueron aprovechadas por los cristianos más exaltados para legitimar sus ataques
contra templos e instituciones del paganismo.
De este modo, la importante biblioteca del Serapeo,
fundación de Ptolomeo Evergetes –que algunos autores confunden con la
biblioteca real, la propiamente dicha Biblioteca de Alejandría–, fue arrasada
en el año 391 durante un «pogromo» antipagano instigado por el patriarca
Teófilo.
Años más tarde, en 415, la filósofa y científica Hipatia de
Alejandría, tal vez la última representante de la tradición filosófica
alejandrina, moría a manos de una horda de monjes cristianos instigados por el
patriarca Cirilo, a la sazón sucesor de Teófilo, y junto con ella desapareció
su valiosa biblioteca. Por esa misma época, el teólogo hispano Orosio informaba
de que al visitar la ciudad sólo halló anaqueles vacíos en los templos, sin
ningún libro en ellos, pese a la fama libresca de Alejandría.
Si la Biblioteca no había desaparecido del todo, no hay duda
de que en los decenios posteriores su declive se agudizó. La violencia sacudía
una y otra vez la ciudad, con constantes guerras y enfrentamientos por el
poder. A comienzos del siglo VII, la sangrienta disputa por el trono de
Bizancio entre el usurpador Focas y el futuro emperador Heraclio dejó un rastro
de destrucción en Alejandría. No fueron menores los daños que causó, en 618, la
conquista de Egipto por los persas de Cosroes, quienes llegaron a robar la reliquia
de la Vera Cruz de Jerusalén, aunque Heraclio logró recuperar la ciudad y todo
Egipto para Bizancio.
LA INVASION ÁRABE
El golpe de gracia para la Biblioteca llegó en el año 640,
cuando el Imperio bizantino sufrió la arrolladora irrupción de los árabes y
Egipto se perdió totalmente. La propia Alejandría fue capturada por un ejército
musulmán comandado por Amr ibn al-As. Y fue justamente este general quien,
según la tradición, habría destruido la Biblioteca cumpliendo una orden del
califa Omar.
El episodio es relatado en detalle por un autor siríaco
cristiano del siglo XIII, Bar-Hebraeus, quien se refiere incluso a una gestión
desesperada para salvar los libros por parte del teólogo Juan Filópono. Según
esta fuente, el general árabe Amr ibn al-As era una persona sensible y
cultivada, y tras escuchar las alegaciones de Filópono dirigió al califa Omar
una carta en la que le pedía instrucciones sobre lo que había que hacer con los
libros de la biblioteca.
Omar, estricto en sus creencias, repuso: «Si esos libros
están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si éstos se
oponen al Corán, deben ser destruidos». La orden era clara y fue ejecutada sin
contemplaciones. También las fuentes árabes, aunque muy posteriores a los
hechos, reconocían la destrucción; una de ellas dice incluso que los libros se
usaron como combustible en los baños de la ciudad y que se necesitaron seis
meses para quemarlos todos.
Este desenlace ha sido muy discutido por los estudiosos. En
el siglo XVIII, el gran historiador británico Edward Gibbon consideró que la
historia era inverosímil, una invención para imputar a los musulmanes lo que en
realidad había sido responsabilidad de los cristianos. Algunos autores creen
que la Biblioteca desapareció de forma progresiva y que a la llegada de los
musulmanes apenas quedaba nada, aunque cabe también pensar que para entonces
hubiera muchos libros nuevos, de teología cristiana, junto a otros de mayor
antigüedad, como las obras aristotélicas a las que se refirió el propio Filópono
y que, según se dice, logró salvar.
Sea o no cierta la historia, lo cierto es que el rastro de
la Biblioteca de Alejandría se perdió para siempre, cumpliendo lo que parece
ser
el sino de muchas de las grandes bibliotecas, el de perecer víctimas de la violencia, la intolerancia o el infortunio. La historia está plagada de episodios similares. Sin ir más lejos, el 18 de diciembre de 2011 se incendió la biblioteca de la Academia de Ciencias de Egipto, en El Cairo, que albergaba 200.000 documentos que se remontaban al siglo XVIII –entre ellos, una valiosa copia original de la Descripción de Egipto– y que contenían valiosísimas fuentes para la investigación del país del Nilo.
Fuente: Leyendas, Mitos, Misterios y Enigmas del Mundo
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