domingo, 5 de julio de 2020
Mi Hija Tiene Esquizofrenia
Antes de que mi
esposo muriera, nuestra hija, Veronica, fue diagnosticada con
esquizofrenia infantil. La llevamos a infinidad de especialistas, y
casi todos llegaron a la misma conclusión. Su condición era rara,
pero ciertamente no era insólita. Estábamos devastados.
Los
doctores sugirieron que no empezáramos a medicarla de inmediato.
Tenían la preocupación de que los químicos podrían interferir con
el desarrollo de su cerebro. A los cinco años de edad, cuando el
desarrollo cerebral apropiado es crítico, no querían arriesgarse.
Solo iban a prescribirle antipsicóticos si las alucinaciones se
tornaban demasiado severas. Paul dijo que nos podría ser útil
identificar las alucinaciones en el transcurso del año siguiente,
antes de que comenzara la escuela, para que pudiéramos saber qué
era lo que debíamos anticipar.
Se me hizo bastante difícil estar de
acuerdo con eso, pues yo había querido que comenzara el kínder
enseguida. Veronica había demostrado ser lo suficientemente
inteligente y más que capaz, pero al final cedí. Simplemente no
quería admitir que Veronica necesitaba atención especial. Debíamos
aislar sus alucinaciones de la imaginación normal y diaria que todo
niño de su edad tiene. Empezamos a notar unos cuantos casos
atípicos. Uno era un perro grande que jugaba con ella mientras se
suponía que debía estar durmiendo. El otro era un pez que la seguía
de un lado a otro y le hablaba sobre caricaturas.
Pero el más
desconcertante para nosotros era el hombre oscuro sin ojos, nariz u
orejas que le decía cuán divertido sería si saliera corriendo
hacia afuera y jugara en la calle. En más de una ocasión, Paul me
dijo que había perseguido a Veronica después de que ella abrió la
puerta mosquitera y se precipitó hacia la calle congestionada.
Tras
la tercera ocasión, Paul se levantó por la madrugada, se reportó
como enfermo en su trabajo y pasó el día colocando una cerca. Era
verano, y por más que quería mantener a Veronica adentro, sabía
que la luz del sol y el aire fresco eran demasiado importantes como
para que se los perdiera. Aun así, siempre que Veronica jugaba
afuera, se iba en línea recta hacia la cerca y empezaba a llorar
cuando no podía saltarla. Recuerdo haber estado sentada con ella -en
la grama a un lado de la cerca— mientras sollozaba y hablaba con el
pez sobre cómo el hombre oscuro estaba enojado con ella y le había
dicho al perro que fuera grosero cuando jugaran. Luego se puso a
gritar por un largo tiempo.
Cuando finalmente logré que me contara
lo que estaba sucediendo, lo único que dijo fue que el pez había
sido arrollado por un auto y que se había muerto. Hice mi mejor
esfuerzo para consolarla, pero fue inútil. Paul y yo tuvimos una
plática extensa esa noche. Decidimos que su condición se encontraba
lo suficientemente mal como para que requiriera de la medicación que
habíamos estado tratando de evitar desesperadamente.
Después de un
viaje al doctor, quien escuchó con atención todas las observaciones
que hicimos, se concordó en que su condición era potencialmente
severa y le prescribió las drogas. Se nos dijo que la observáramos
muy, muy cuidadosamente.
La medicación podía provocar que las
alucinaciones empeoraran antes de que mejoraran. Al tercer día con
el experimento de la medicación de Veronica, sus alucinaciones se
hicieron violentas. Nunca había visto a nuestra hija tan
atemorizada. Durante el transcurso de dos días horrorosos, nos había
descrito cómo el pez se había convertido en un monstruo después de
su muerte, y ahora hacía que el agua tuviera un sabor fétido; cómo
el perro la hería siempre que se encontraba sola; cómo el hombre
oscuro sin nariz, orejas u ojos rasguñaba su barriga con tanta
fuerza, que había empezado a sangrar.
En una ocasión que vi por
debajo de su camisa, encontré arañazos frescos por todos lados en
su barriga. Revisé sus uñas y, efectivamente, podía ver restos de
sangre y piel por debajo. Paul y yo no sabíamos qué hacer. El
estrés por los episodios de Veronica tensó la relación entre mi
esposo y yo. Podía notar que su depresión había resurgido. Aun
así, me preocupaba más por mi hija inocente que por mi marido
adulto. Los doctores nos pidieron que comenzáramos a ir amainando la
medicación de Veronica para ver si las cosas mejoraban en algo.
No
pude notar la diferencia. Veronica siempre estaba asustada y
continuaba rasguñándose a sí misma cuando nosotros no estábamos
cerca, usualmente después de la hora de dormir. Paul y yo empezamos
a intercalar noches en las que dormíamos en la habitación de
Veronica para vigilarla. Pero encontraba sangre en sus sábanas, ropa
y debajo de sus uñas casi siempre que revisaba.
Cada una de sus
alucinaciones se había vuelto agresiva. El pez la mordía, el perro
se recostaba encima de ella para que no pudiera respirar y el hombre
oscuro la arañaba. Consideraba seriamente si Veronica necesitaba ser
institucionalizada. Paul se disparó en la cabeza un sábado por la
mañana mientras Veronica y yo estábamos en la cocina comiendo el
desayuno. No me molestaré en detallar la conmoción, el sentimiento
de traición y la desesperanza pura que le siguieron.
Se me dejó
sola para cuidar a una hija terriblemente enferma. Un par de semanas
después de su funeral, estaba limpiando la casa con Veronica a mi
lado, quien mostraba orgullosamente los nuevos guantes de felpa que
mi hermana le había comprado con la esperanza de que dejara de
lastimarse.
Hasta entonces, había funcionado bastante bien. Por
alguna razón, Veronica se encontraba en uno de sus infrecuentes
estados de ánimo positivos mientras escudriñábamos la casa. Estaba
empacando cosas pequeñas que le habían pertenecido a Paul. Me dolía
demasiado verlas cada día. Veronica me comentaba distraídamente que
había estado durmiendo mucho mejor, sin ninguna pesadilla, y que el
perro ya no se estaba subiendo en ella y el pez había vuelto a ser
amigable y gracioso. Le dije cuán feliz me hacía escuchar eso y
llevamos la caja que estaba cargando al cobertizo de Paul.
Pensé en
preguntarle si el hombre oscuro con el rostro aterrador aún le
estaba pidiendo que se lastimara. Antes de que pudiera hablar, la vi
rasguñándose su barriga furiosamente. Gracias a Dios por los
guantes de felpa.
Después de probar
alrededor de quince de las treinta y tantas llaves que Paul había
mantenido en su llavero, finalmente escogí la indicada para el
cobertizo.
Abrí la puerta y
Veronica corrió hacia adentro para explorar. Ella giró hacia la
izquierda, y yo a la derecha, buscando un lugar en donde pudiera
poner la caja. Veronica rio por lo bajo y exclamó: «¡Ahora yo
estoy encima de ti!». Me di la vuelta para ver a quién le estaba
hablando. Arrugado en una esquina, debajo de Verónica, había un
disfraz de perro ...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario