sábado, 11 de julio de 2020
La Perra Que Pario Una Niña
Allá en el pueblo,
un apuesto joven y una muchacha encantadora del lugar se enamoraron
locamente, y luego con el tiempo, se casaron.
Tras el matrimonio
iniciaron los problemas, pues la esposa no cedió desde el primer
momento a las exigencias amorosas que en la vida íntima le hacía su
esposo, movida quizás por la falta de orientación de sus padres en
lo concerniente a las relaciones sexuales.
La vida se fue
agudizando en aquel matrimonio porque la muchacha no cedía en ningún
momento, a pesar de las caricias y ternura que le prodigaba el esposo
anhelante y desesperado.
Transcurría el
tiempo y él, valiéndose de las mañas masculinas, fracasaba en sus
intentos.
La invitaba al lugar
donde trabajaba, pero aún fuera de la casa siempre se negaba a las
insinuaciones amorosas de su marido.
El muchacho tenía
una perra, que fiel con su amo lo acompañaba por todas partes, en
las mañanas, las tardes y las noches.
Un día, impulsado
por la necesidad biológica, enmmmmmmmmmmmmmsesperado,tuvo relaciones
sexuales con la perra.
Transcurrió el
tiempo y el mozo siguió practicando las relaciones contranaturales.
Pasaron los meses, y
a pesar de la anormalidad de los sucesos y de la intranquilidad
hogareña, los jóvenes esposos seguían amándose a su manera.
Una tarde, mientras
la pareja paseaba por el campo, la madre del muchacho, que estaba
ocupada en la cocina, escuchó con sorpresa que debajo de la cama de
los jóvenes esposos lloraba un niño.
El estupor llenó el
corazón de la noble anciana cuando vio que la perra envolvía con una
de sus patas a una recién nacida, lamiéndola y arrullándola
mimosamente.
La buena señora,
después del gran susto, cubrió la niña con una sábana blanca y la
depositó en la cama que se encontraba vacía.
Cuando llegó la
pareja, sin salir aún de su sorpresa, la anciana les contó lo
ocurrido.
¡Casi me muero
cuando vi que la perra había parido esa niña!
¡Nopuedo explicarme
ese fenómeno! El muchacho, agobiado por el peso de las
circunstancias, bajó la cabeza avergonzado.
Sin decir nada
encaminó sus pasos hacia la iglesia del pueblo para confesar su
culpa.
El sacerdote, al
escuchar la extraña confesión, manifestó: “Hijo mío, grande es
tu pecado”, Vea tu casa y trae a tu esposa, que tengo algo que
decirle.
Al comparecer la
muchacha ante el sacerdote, éste la contempló detenidamente con el
rostro severamente contraído, y dijo: “Mujer, tú tienes que
cargar con parte de esta terrible culpa, porque esto ha sucedido al
no complacer los deseos legítimos de tu esposo”.
Esto es un castigo
divino…, ahí está esa criatura…
¡llévatela!
Es tuya y tienes que
quererla y cuidarla como si fuera el fruto de tus entrañas.
Pasaron los años,
los verdes parajes seguían mostrando la opulencia natural y las
campiñas se revestían de singular policromía.
Nada parecía
recordar el extraño suceso que llenó de consternación a los
personajes de nuestra historia.
La niña se
convirtió en una hermosa mujer, con la belleza sumisa y agreste de
la hembra del campo.
Muchos hombres la
enamoraban insistentemente, pero ella ya tenía novio, al que amaba
profundamente y con el que pronto se casaría.
Cierto día un joven
campesino se encaminaba hacia la casa de su novia para visitarla.
Una vecina dada al
chisme y acostumbrada a meterse en lo que no le importaba, lo llamó:
Hijo, ven acá.¿Qué desea, doña?.
Sólo quiero
preguntarte una cosa.!!
Pregunte pues. ¿Es
cierto que te vas a casar con aquella muchacha bonita que vive en la
otra casa?
Sí, es cierto.
Pues te aconsejo que
no lo hagas.
¿Por qué?
La mujer tardó
intencionalmente en proporcionar la respuesta al apuesto joven, y
luego destiló el veneno:
¡Porque esa
muchacha es HIJA DE UNA PERRA!
El joven, preso de
furor, empujo fuertemente a la vieja, disponiéndose a castigar a
quien ofendía en forma tan grosera a su prometida.
Pero la perversa
mujer, sin perder la calma, gritó:
¡Suéltame
ignorante! Si no crees lo que te digo, te lo voy a demostrar.
El mozo, trastornado
y sin poder ordenar sus ideas, se sumió en un largo silencio.
La vieja lo
observaba con calma, saboreandose de antemano los acontecimientos que
llegarían.
El campesino pidió
a la vieja que le demostrara lo que aseguraba con sus palabras.
Nada más fácil.
Espera a que llegue
la noche y espía por la cerradura del cuarto de tu amada, y vaya que
te convencerás!
Así lo hizo, se
asomó por la cerradura observando atentamente los movimientos de la
muchacha que se preparaba para acostarse; la belleza imponente de la
virgen se expuso a la vista penetrante del muchacho, al caer del
cuerpo femenino las ropas que cubrían sucuerpo de diosa.
Poco después, y
ante el asombro del hombre, ella dio varias vueltas antes de
acostarse plácidamente en el fresco petate de su cama.
No había duda, su
novia tenía la misma costumbre de los perros, de dar vueltas antes
de acostarse.
Las lágrimas lo
traicionaron y abandonó el lugar precipitadamente.
Así pasaron los
días y ella, llena de inquietud, notaba la ausencia de su prometido.
Extrañada por
aquella conducta, decidió escribirle exigiéndole una explicación
por haber suspendido sus visitas intempestivamente.
La respuesta no se
hizo esperar.
Creí estar
enamorado, pero mi amor no llega al grado de casarmecon un ser
irracional, ya que me di cuenta por mis propios ojos de que tú eres
una perra.
El golpe emocional
fue tremendo, la agarró por sorpresa y desde aquella fecha su vida
fue de sufrimiento.
El mal de la
tristeza, el llanto y el profundo dolor de un frustrado amor
produjeron en la bella joven una prolongada enfermedad que culminó
en la agonía, y con ella una muerte lenta.
Antes de morir, la
buena muchacha, que sólo irradió bondad durante su vida, viendo la
proximidad de la muerte, dijo a sus afligidos padres:
Concédanme un
deseo, mi último deseo.
Quiero que lleven mi
cadáver a la iglesia para que allí me velen; quiero que la vecina
de enfrente sea la única persona que acompañe mi cuerpo, las
puertas deben estar cerradas.
Eso es todo.
Y diciendo esas
palabras, murió.
En las primeras
horas de la noche la trasladaron a la pequeña iglesia del pueblo, y
su acongojado padre se dirigió a la casa de su vecina,
convenciéndola para que acompañara el cadáver de su hija; pero la
vieja sólo se dejó convencer cuando le ofrecieron una fuerte suma
de dinero para que desempeñara tan misterioso acto.
La malvada mujer
sintió que el temor la asaltaba, pero el interés por el dinero la
obligó a dirigirse a la iglesia.
Cuando quedó junto
al cadáver, las puertas de la iglesia se cerraron a su espalda
produciendo un sonido seco, lejano, como si viniera de otro mundo.
Pasaron las horas,
el silencio apenas era interrumpido por el silbido del viento que
penetraba en el recinto sagrado moviendo suavemente las pequeñas
llamas que coronaban siniestramente las candelas rodeando el ataúd.
Doce campanadas se
dejaron escuchar, haciendo vibrar la iglesia; eran las doce de la
noche.
Poco después, la
puerta principal de la pequeña iglesia se abrió, dando paso a una
monja que sin detenerse se dirigió al féretro, se arrodilló ante
la muerta y luego se dirigió a la sacristía.
Pocos minutos
después apareció un sacerdote que hizo una reverencia ante el
ataúd, desapareciendo en igual forma que la monja.
Nuevamente se
escucharon unos pasos firmes, y por la puerta principal apareció un
obispo, llegó hasta donde estaba el cuerpo inerte e hizo lo mismo
que la monja y el sacerdote, desapareciendo detrás de la sacristía.
Fue entonces cuando
el ataúd empezó a moverse y se alzó un brazo de la muerta, luego
el otro, hasta que la mujer se incorporó lentamente dirigiéndosea
la vieja que le causara tanto mal, hablándole con voz lejana,
impersonal y fría.
Mala mujer, ¿viste
pasar ante mí a una monja, un padre y un obispo?
El cuerpo de la
interrogada se convulsionaba, el color escapaba de su rostro mientras
sus ojos reflejaban un terror indescriptible.
Sí… sí… lo…
los vi pe… pero…
Esos eran los hijos
que Dios me había destinado en el matrimonio que con tu maldad
impediste.
Ahora que estoy
muerta por tu culpa, los he perdido.
Diciendo esto, se
abalanzó sobre la vieja y, abriéndole la boca, le arrancó la
lengua.
Después volvió al
ataúd, quedando nuevamente sin vida.
Llegó la luz del
nuevo día.
Cuando abrieron la
iglesia, el pánico fue general entre dolientes y curiosos cuando
comprobaron que en vez de una muerta, había dos.
Al aproximarse,
observaron con estupor que la joven difunta sostenía en su mano la
lengua de la vieja.
¿Qué es esto, Dios
mío?
No podemos quitarle
la lengua de la mano para meter el brazo dentro del ataúd.
Pues tenemos que
llevarla así al cementerio.
Así fue.
El cortejo fúnebre
salió de la pequeña iglesia hacia el cementerio llevando a la joven
mujer que murió de tristeza con un brazo de fuera, exhibiendo la
lengua como un ejemplo para la humanidad, y especialmente para las
personas que acostumbran meterse en donde no les importa.
Pero lo más extraño
del caso fue que al llegar al camposanto, la mano soltó la lengua y
el brazo bajó lentamente, hasta quedar dentro del ataúd.
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