martes, 7 de julio de 2020
De Nada Sirve Rezar
Lamento ser yo quien
se los Informe, pero si bien creo con fervor en Dios jamás le rezo,
¿quieren saber realmente por qué? simple:
"No nos oye"
Sólo escucha a
pocos y te contaré, si te atreves a conocer la historia más triste
jamás escrita, que una vez me topé con dos de ellos al mismo
tiempo.
Nací en las afueras
de Mulpest hace 22 años, me llamaron Lucila, mis padres eran
mendigos de profesión, dar lástima era su negocio y una hija sana
no funcionaba para ellos.
Lo primero que mi
papá hizo fue atarme las piernas con un grueso alambre para que
nunca se desarrollen, cuando comencé a arrastrame rápido para
esquivar sus golpes me llenó de agujeros la cara usando ácido, tres
años después, mientras mendigaba con mamá dando pena a todo aquel
que pasaba, una mujer dijo que en otro barrio había una niña aún
mas enferma, eso empeoró todo.
Recuerdo que mi mamá
le reclamaba a mi padre que yo no servía, no estaba bien preparada,
necesitaba que mi cara se viera aún más trágica, así que sin más,
y con una vieja cuchilla al rojo vivo me derritió un ojo y mamá
afeitó mi cabeza con una navaja tan desafilada que parte del cuero
cabelludo quedó allí.
Gritar no servía de
nada, así que rezaba, cada día mendigando, cada sesión de tortura,
sólo rezaba, mis padres me habían enseñado unas oraciones para
"agradecer" a los donantes que arrojaban una moneda.
No podía caminar,
sólo me arrastraba, ¿a dónde podía huir? ¿quién me iba a
querer?, ni siquiera el joven y solidario Dr Journet podía
acercarse, mis tutores me escondían cada vez que el voluntarioso
muchacho curaba a los mendigos, si hasta me tiraban piedras los otros
chicos.
Me refugié en Dios
y siempre recé, pero fue en vano.
¡Tan destrozada
estaba mi alma luego de años de brutales palizas durante el día,
torturas por la noche y el rechazo del mundo entero! ¿Donde estás
Dios? ¿donde estás? Escúchame por favor, pero nada, a la mañana
todo era peor.
El viejo callejón
de mendigos de Mulpest estaba lleno de desgraciados, pero nadie como
yo, las bestias de mis padres nunca estaban felices, a veces me
rompían los dedos sólo por diversión y debía arrastrarme igual,
salir del callejón hasta la calle principal y mendigar entre los
ricos, jamás se detenían, todos arrojaban sus monedas al suelo,
pero un día de invierno cuando ya había cumplido 17 años algo
diferente pasó.
Un hombre ciego y
bien vestido se detuvo frente a mí, caminó un poco mientras me
arrastraba, como acompañándome, un instante después había seguido
su camino.
Por la tarde, el
hombre ciego volvió, no estaba solo, ahora eran cuatro todos con los
ojos blancos, escuché cosas que no comprendía y me asusté. "no
me parece que debamos molestarlo, podría traer desgracias peores"
decían unos, "desde que se encadena está mas contenido y todos
sentimos lo mismo" dijo otro y algunos asintieron "será
buena para cuidarlo" agregó el último. Me alejé arrastrándome
al callejón.
-Espera mujer-, me
indicó uno ¿acaso podían verme? - volveremos en cuatro días, pase
lo que pase, ese día no puedes abandonar el callejón, prometo que
ahí estaremos.
Ninguna esperanza se
albergó en mi alma, no confiaba en nadie, pero ¿cómo esos ciegos
sabían que estaba ahí? ¿por qué iban a ayudarme?
Mi padre y mi madre
estaban planeando secuestrar un bebé y yo sólo rezaba para que
nadie caiga en sus garras, pero Dios no escucha, no a mí. Al cuarto
día me habían golpeado tanto que los ciegos no pasaron por mi mente
y casi abandono el callejón para mi ronda habitual, cuando mamá y
papá volvieron con un niño hermoso que no paraba de llorar, lo
llevaron oculto tras las cajas de madera que abundaban en el
callejón.
El corazón me dio
un sobresalto cuando vi que mi vil padre tenía un machete y pensaba
amputarle las piernas al bebito, mi madre le había puesto un pie
encima para que el golpe sea mas preciso.
Fui a impedirlo
enfrentándolos por primera vez y recibí un golpe tan fuerte que mi
mano derecha se desprendió casi por completo, no grité, tampoco
recé, mis ojos estaban en ese niñito que lloraba asustado.
El machete de mi
padre amenaza a las otras dos mendigas que corrieron a ayudarnos, mi
madre les grita también para que se vayan y lo logran, ahora somos
sólo nosotros en el callejón.
Los ciegos aparecen
en una pequeña camioneta conducida por una mujer, papá los amenaza,
uno de ellos me grita. ¡el profeta está aquí! la puerta lateral
del vehículo se abre y vi descender de él a un hombre muy fornido,
su cuerpo era una mole de músculos, pero su cara aparentaba unos
cincuenta años, tenía los dedos llenos de anillos gitanos y una
cruz en el pecho, sus manos estaban encadenadas.
Mi padre los amenazó
pero a la distancia, retrocediendo cada vez más, el fornido se
acercó a mí y lo escuché rezando en silencio "Señor dame las
fuerzas, mira a tu protegido, desnudo en este inmundo callejón,
escúchalo llorar, sé que lo oyes, como puedes oirme a mí"
comprendí que no estaban para ayudarme, habían venido por el
bebito, estaba perdida, pero al menos el inocente iba a salvarse.
Algo no está bien,
el de los anillos gitanos empieza a despedir calor, reza en susurros
"Dios escúchame dame las fuerzas" algo no está bien, el
calor me ahoga, nada bien, sus cadenas, las rompe como papel, pone
sus brazos cruzados sobre mi cabeza, mi madre saca un cuchillo y
junto a mi padre arremeten contra el hombre.
El gigante me ordena
- Protege al niño- lo cubro sin aplastarlo con mi cuerpo
ensangrentado, levanto mi cara para ver, el hombre susurra "viles
serpientes"
Y así, con un solo
gesto suave de sus manos, los huesos medios de mis padres obedecieron
al hombre y con un crujido espantoso, salieron de los cuerpos de esos
dos desgraciados partiéndolos a la mitad, tan poderoso era aquél,
que los ladrillos de las paredes del infame callejón se pulverizaron
también a la altura de sus brazos.
Ése que llamaban El
Profeta caminó hacia la camioneta en silencio, antes de subir
dirigió una de sus manos hacia mí y otra vez sentí el calor - Toma
al niño y corre- me ordenó. No entendí, las paredes del callejón
se empiezan a derrumbar sobre nosotros - ¿eres sorda mujer?,
¡levanta al niño y corre!
Como en un sueño me
vi a mi misma flotando sobre piernas insensibles, para caer desmayada
con el bebé en brazos a los veinte metros, justo antes del derrumbe.
Desperté en el
Hospital General en una camilla cómoda como una nube, a mi lado el
bebé está en su cunita y Eliseo Journet, ese hermoso y buen doctor
lo está revisando, cuando él me mira veo que baja la vista, de
seguro nunca vio un monstruo como yo, se acerca con una sábana en la
mano y pienso que va a taparme la cara para no tener que volver a
contemplarme.
Me abriga, ¡ese
ángel me abriga con la sábana! me pide disculpas por mirarme -
Nunca había tenido una paciente como usted, le pido perdón por
verla de eso modo- se disculpó gentil y agregó, -Sin dudas eres la
mujer mas bella que alguien haya visto jamás.
Me incorporé
lentamente, dando cuenta que mi visión era perfecta, saqué la
sábana y encontré piernas largas y fuertes, me paré torpemente
para caminar al espejo del baño, bajo la piel de porcelana de mi
rostro sin marca alguna aún me reconocía.
No di las gracias a
Dios, él no me escucha, ya crecerá el niño y podrá hacerlo por
mi..!.
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