jueves, 1 de agosto de 2019
El Encierro, el Sádico y Macabro Caso de Sylvia Likens
El 26 de octubre de
1965, fue encontrado sin vida el cuerpo desnutrido, torturado y
violado de Sylvia Likens. Una joven de 16 años, la tercera hija de
Lester y Bertha “Betty” Likens, unos padres disfuncionales y con
problemas económicos que, en junio de 1965, decidieron dejarla junto
con su hermana pequeña Jennifer, al cuidado de una ama de casa
llamada Gertrude Baniszewski, quien criaba a sus 7 hijos (de
distintos y fracasados, matrimonios) y a quien habían conocido pocos
días antes en la Iglesia.
Sylvia era una
muchacha callada y agradable a la que todos querían, que además
ayudaba fregando los platos y planchando. Su hermana Jennifer también
era muy callada, y había nacido con una pierna encogida, que había
ido avanzando hasta llegar a poliomielitis. A pesar de su
discapacidad, se las arreglaba para bailar y montar en patineta, y
llevar la vida normal de una niña de su edad. Sus padres pagaron a
Baniszewski unos muy necesitados 20 dólares a la semana por cuidar
de las niñas, y quedaron convencidos de que Gertrude cuidaría de
Sylvia y Jenny como dos más de sus hijos.
Gertrude
Baniszewski pasó una vida de carencias materiales y emocionales. Su
padre murió cuando ella tenía once años, dejando a su madre con
seis niños para criar. Cinco años más tarde, a los dieciséis,
Gertrude dejó el colegio y se casó con John Baniszewski, de
dieciocho años. Tuvo cuatro hijos. Ella y John se divorciaron luego
de diez años de relación.
Ella se casó de
nuevo, esta vez con Ed Gutherie, pero esta unión sólo duró tres
meses. Gertrude se dio cuenta de que había cometido un error. Luego
cometió uno más grande: se volvió a casar nuevamente con su primer
marido, John, y tuvo dos hijos más antes de divorciarse de él por
segunda vez en 1963.
Nunca acostumbrada a
estar sola, Gertrude se mudó con Dennis Lee Wright y, prontamente,
dio a luz al niño número siete antes de que Dennis se fuera.
Durante esta serie de embarazos, Gertrude también tuvo seis abortos.
Para 1965, Gertrude
tenía treinta y siete años y se veía como una persona de sesenta.
Fumaba sin parar, bebía constantemente, sufría de asma y tenía una
serie de achaques. Su única entrada económica consistía en lo que
podía extraer de los padres de sus hijos. Para completar sus gastos,
planchaba ropa a encargo.
Un día, dos
desconocidos llamados Betty y Lester Likens le pidieron a Gertrude
que cuidara de sus dos hijas mientras ellos trabajan para un circo en
Florida. Las dos niñas ya conocían a los hijos de Gertrude: los
habían visto a la salida de la iglesia. Los padres le ofrecieron
veinte dólares a la semana y Gertrude aceptó.
En el verano de
1965, Sylvia de dieciséis años, y Jenny de quince, se mudaron con
Gertrude y sus hijos al 3850 de East New York St., en la pacífica
ciudad de Indianápolis, Indiana.
La primera semana en
la casa de Gertrude no ocurrió nada fuera de lo normal. Las dos
chicas Likens parecían llevarse bien con los chicos Baniszewski.
Siete días después
de que las niñas llegaran a la casa de Gertrude, el cheque prometido
por los padres se retrasó. Gertrude sin mediar palabras, les dijo:
“Bien, perras, he cuidado de ustedes durante una semana por nada”;
acto seguido, las llevó al sótano y las azotó con un cinturón.
Jenny no aguantó el castigo y Sylvia se ofreció para que a ella le
tocara también el castigo de su hermana; Gertrude accedió. Al día
siguiente, llegó un sobre con los veinte dólares por correo; se
había retrasado por una confusión del cartero.
Dos días más
tarde, los Likens se tomaron un tiempo libre del empleo en el circo
para pasar por la residencia de los Baniszewski para ver cómo
estaban sus hijas. Por temor, las jóvenes no se quejaron ni contaron
lo sucedido. Todo parecía estar bien, así que los Likens se
regresaron tranquilos y convencidos de que todo estaba bien.
Poco a poco fueron
pasando los días en aparente calma, hasta que por alguna razón
Gertrude se convenció de que Sylvia estaba pasando demasiado tiempo
en la tienda de alimentos. Sylvia trató de explicarle que había
encontrado unas botellas de refresco vacías y estaba devolviéndolas
para ganar un poco de dinero extra. Gertrude no quería oírla.
Decidió castigar a Sylvia pegándole con una paleta. La paleta tenía
un espesor de casi un centímetro.
Luego de esa primera
vez, Sylvia siempre era culpada por romper las reglas de la casa.
Cuando Gertrude se cansaba de sufrir de asma, ponía a su hija mayor,
Paula como encargada de la paleta. Paula, una obesa chica de ochenta
kilos, amaba su nuevo poder. Ella le aplicaba la paleta a Sylvia una
buena cantidad de veces.
A medida que
avanzaba el verano, parecía que para Gertrude todas las desgracias
del mundo eran culpa de Sylvia. A la hora de la cena, en la mesa,
Sylvia generalmente no recibía comida. Se le obligaba a observar
cómo comían los otros. A veces, su hermana Jenny robaba un poco de
pan para ella, pero era tanto el temor que sentía hacia Gertrude que
nunca se atrevió a desafiarla.
Los castigos
empezaron a aumentar en intensidad y frecuencia. En una ocasión,
Paula acusó a Sylvia de que hablaba mal de ella. Gertrude tomó a la
niña, la puso en la sala, delante de todos, y comenzó a quemarle
los brazos con un cigarrillo encendido. Todo se convirtió en un
juego perverso, orquestado por una mujer diabólica que estaba
descargando las desgracias de su vida en una niña indefensa. El
abuso continuó, interrumpido solamente cuando los de afuera entraban
en la casa.
Un día, el
reverendo Roy Julian pasó a saludar. Se fue bastante preocupado por
Gertrude, pues en su condición de enferma era difícil soportar tal
contingente de niños. La señora Saunder, enfermera de salud
pública, hizo una llamada. Gertrude explicó que una de las niñas a
su cuidado, Sylvia Likens, era una prostituta y estaba corrompiendo a
sus hijos. La señora Saunders se compadeció, pero nunca regresó.
Gertrude decidió que Sylvia no estaba a la altura para dormir arriba
con el resto de la familia.
La niña fue
arrojada escaleras abajo con un empujón, al sótano que se parecía
a un calabozo privado. Desde ese momento, sólo la alimentaron con
galletas saladas y agua. Se desnutrió y deshidrató.
Cada cierto tiempo,
los chicos la sumergían en baños hirvientes. Cuando era sacada, su
cuerpo estaba rojo por el calor. Una vez se desmayó y fue arrastrada
fuera del agua por el cabello. Sylvia, ahora cubierta por quemaduras
de cigarrillos y otras heridas causadas luego de ser lanzada por el
aire y arrastrada por el piso de cemento, recibió el tratamiento de
Paula: le pasó sal por las heridas.
En varias
ocasiones, ataban a Sylvia Likens a una viga de madera que había en
el sótano, después de una gran cantidad de golpes que le propinaban
ambos. En una ocasión, Richard Hobbs acogotó a Sylvia durante tanto
tiempo que todo el mundo pensó que se había muerto.
Durante ese largo
período, la señora Baniszewski contó por todo el vecindario que
Sylvia era una prostituta, lo que causó que los vecinos no la
miraran con buenos ojos. Luego obligó a la niña a escribir varias
cartas donde detallaba escabrosos asuntos sexuales y confesaba que
era una prostituta. Gertrude dijo además que Sylvia no había hecho
más que causar problemas desde que llegó a su casa y que era una
muchacha inmanejable, y que justamente por eso la había enviado al
Reformatorio de Indiana.
Los vecinos y
vecinas que vivían a lado de la casa de la señora Baniszewski oían
gritos, lamentos, gemidos y golpes, pero no hicieron nada al respecto
porque pensaron que era mejor no meterse en problemas.
El espíritu de
Sylvia terminó por romperse y dejó de pelear por su vida. Fue el
día en que Gertrude le ordenó a Jenny que cacheteara continuamente
la cara de su hermana hasta que se pusiera totalmente roja. Luego del
incidente, Sylvia ya no se resistió al abuso. Gertrude le arrancó
la blusa y los pantalones cortos para dejarla totalmente desnuda; así
permaneció de allí en adelante.
Atada en el sótano,
tiritaba de frío y sufría hambre y sed, además del abuso de todos
los que deseaban solazarse en su dolor. Muchos niños y adolescentes
convirtieron en rutina su viaje vespertino al sótano para golpearla,
quemarla, tirarla al piso y patearla entre varios, morderla, besarla
y abusarla sexualmente. Otros iban a presenciar las vejaciones y a
burlarse. Llevaban a sus novias e invitaban a otros amigos.
Frecuentemente, estos otros invitados también decidían participar
en los tormentos a la niña.
Gertrude llegó en
una ocasión a obligar a Sylvia a que se introdujera por la vagina
una botella de cristal de Coca Cola, ante la mirada lasciva y
divertida de sus hijos y sus amigos. La botella se rompió estando
dentro de la niña y le desgarró las paredes vaginales. Todos
celebraron el hecho con risas y aplausos mientras Gertrude fumaba un
cigarrillo tras otro.
Gertrude se cansó
de la tarea, pero Hobbs se hizo cargo del trabajo y lo completó. Esa
tarde, Coy Hubbard pasó por la casa. Golpeó a Sylvia en la cabeza
con un palo de escoba, dejándola inconsciente.
A la mañana
siguiente, Sylvia estaba incoherente y hablaba sobre irse con sus
padres y alcanzarlos en la feria donde se encontraban. Tenía
moretones por todo el cuerpo, hedía a causa de la falta de aseo y
sus cicatrices de quemaduras resaltaban por todas partes de su piel.
Gertrude decidió que debía mojarla con la manguera. Una manguera de
jardín fue llevada hasta el sótano. Todo el mundo se rió mientras
el agua salpicaba sobre el demacrado cuerpo de Sylvia. En un momento,
ella ya no se movió. Sylvia Linkens estaba muerta.
Richard Hobbs llamó
a la policía con la vaga noción de que ellos le aplicarían
respiración boca a boca para resucitarla y todo estaría bien. Al
ver el cuerpo, los oficiales y médicos declararon que el de Sylvia
Likens era el peor caso de abuso físico que habían investigado en
la historia del estado de Indiana.
Sylvia Likens murió
por hemorragia cerebral, shock y desnutrición.
Los juicios fueron
una sucesión de testimonios autoinculpatorios. Todos los
adolescentes y niños aceptaron su culpabilidad y detallaron ante el
horrorizado jurado los castigos a que habían sometido a la pequeña.
Solamente Gertrude intentó zafarse de todo y lanzar la culpa sobre
sus hijos y sobre los demás chicos. Declaró que ella no había
sabido nada de lo que ocurría en su sótano, pero todos los demás
dieron la misma versión: ella alentaba la tortura y participaba en
ella. Jenny, la hermana de Sylvia, declaró lo mismo.
La mayoría de las
personas que fueron invitadas a ver como torturaban a Sylvia,
terminaban maltratandola también, la humillaron y violaron, y ellos
parecían deleitarse con todos esos gritos de dolor y querían
también maltratarla, en el momento del juicio, el fiscal les
pregunto el porqué de su actitud, por qué maltrataban también a
Likens, por qué no hicieron nada para ayudarla, todos contestaron
que no sabían, ninguno de ellos supo justificar su actitud.
Gertrude Baniszewski
fue hallada culpable de asesinato en primer grado y sentenciada a
cadena perpetua. Se le recluyó en la Prisión de Mujeres de Indiana.
Obtuvo su libertad condicional el 4 de diciembre de 1985, luego de
estar veinte años en prisión. Poco antes de morir en 1990, Gertrude
Baniszewski aceptó finalmente su culpabilidad, responsabilizando a
sus problemas personales y a una serie de medicamentos que ingería.
Paula Baniszewski
fue hallada culpable de asesinato en segundo grado y sentenciada a
cadena perpetua. Obtuvo su libertad condicional el 23 de febrero de
1973, luego de servir siete años en prisión. Tuvo una hija en ese
mismo año y la llamó Gertrude.
Coy Hubbard fue
hallado culpable por homicidio impremeditado y sentenciado a 21 años
de prisión. Se convirtió en un delincuente y volvió a la cárcel
con frecuencia.
Richard Hobbs fue
hallado culpable por homicidio involuntario y sentenciado a 21 años
de prisión. Murió a los 20 años de cáncer de pulmón.
John Baniszewski
Jr., pese a tener trece años de edad, fue sentenciado a cumplir 21
años de cárcel; fue el preso más joven del reformatorio de la
historia de ese estado. Tras cumplir su condena, se convirtió en
pastor laico, para contar su historia.
Stephanie
Baniszewski fue hallada culpable por cómplice y fue sentenciada a
cumplir 12 meses en prisión. Ella junto con Coy Hubbard arrojaron a
Sylvia por las escaleras del sótano, lo que le produjo una
hemorragia cerebral.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario