Ya en otras ocasiones su madre le había dicho de los peligros de alejarse de su casa sin fijarse por cuál camino regresar, dado que el extenso follaje de aquel lugar y más aún durante la noche daba la impresión de estar dentro de un laberinto.
La chica empezó a sentir mucho terror cuando se dio cuenta que sus pasos no la llevaban a ningún lado. Caminó por varios minutos hasta que entrevió que frente a ella se hallaba lo que parecía ser una pequeña choza.
Por su cabeza pasaron cientos de ideas, como por ejemplo pedir el teléfono prestado para llamar a sus familiares o solicitar alojamiento por una sola noche. Al final se decidió por la segunda debido al iracundo carácter de su padre, quien seguro le daría unos buenos azotes cuando regresara a su hogar.
La adolescente se aproximó a la puerta de la choza y la golpeó en repetidas ocasiones, aguardando a que alguien le abriera. No obstante, al asomarse por una de las ventanas notó como el sitio estaba aparentemente abandonado. Entonces tomó una gruesa rama que descansaba sobre el césped y rompió una de las maltrechas ventanas de la cabañuela.
En cuanto ingresó, el cabello se le erizó ya que había muchísimas puertas cerradas:
– Esto no es posible. Desde fuera parece que sólo hay lugar para tres o cuatro habitaciones. Sin embargo, aquí hay más de diez puertas. Pensó mientras rememoraba una tenebrosa leyenda de terror.
La experiencia se volvió aún más macabra, cuando algunos rayos lunares iluminaron las paredes del recinto. Éstas estaban tapizadas de retratos de personas de aspecto cadavérico. Además los ojos de los individuos plasmados en las pinturas parecían seguir con la mirada a la joven, provocándole alteraciones en el ritmo de los latidos de su corazón.
No obstante, se armó de valor y continuó caminando como pudo hasta que llegó a un cuarto que estaba abierto. Ahí pernoctó hasta las seis de la mañana, hora en la que despertó ya más tranquila, pues creyó que sus temores habían sido infundados.
Se levantó del camastro y al salir de la habitación quedó perpleja al ver que las pinturas habían desaparecido. Ni siquiera los clavos que las sostenían se hallaban ahí. Transitó velozmente por el pasillo con el propósito de llegar al tragaluz que había roto la noche anterior.
Más para su desconcierto se topó con que en la choza tampoco había ventanas, las paredes de madera empezaron a compactarse hasta eliminar la más mínima brizna de oxígeno en el ambiente. La chica cayó muerta al centro de la cabaña y en cuestión de horas su cuerpo desapareció.
Gente que años después compró el terreno, me comentó que sobre el suelo hallaron una pintura de una calavera vestida con los mismos ropajes que la chica en cuestión traía la última vez que fue vista.
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