Durante muchos meses fue bastante complicado tener pacientes regulares, pero con la confianza que muchos habitantes del pueblo le tenían a Isabel ella les mostró las ventajas de la medicina y se ganó el título de “La doctorcita” si aún serlo, pero iba logrando su propósito poco a poco. De pronto las cosas empezaron a cambiar a su alrededor, en medio de la noche tocaban a su puerta, cuando ella abría no era nadie, horribles pesadillas invadían sus sueños, se sentía siempre observada, e intranquila.
Aunque vivía aun con sus padres, un miedo incomodo se apoderó de ella poco a poco. Pensó estar sufriendo epilepsia, pues al encontrarse sola, su cuerpo se ponía rígido, levantándose de manera bruscamente de la cama. Se lo dijo al doctor, pero este no pudo encontrar nada malo en ella. En unos cuantos días en los ojos de Isabel podía apreciarse una tristeza profunda y algo de decepción.
No quiso salir de su cuarto, ni siquiera para bañarse o comer, permanecía en la oscuridad impidiendo la entrada de los demás, cuando por fin alguien pudo verla, ella lucia sucia, su bata blanca era ahora gris, rota, con sangre sobre ella, su cabello estaba enmarañado, a pesar de su corta edad le había salido canas, y en su cuerpo y cara tenia marcas de latigazos, su rostro se veía hinchado, la dentadura podrida, y sus ojos amarillos.
El susto de su familia fue tal, que acudieron al curandero en busca de ayuda, ya que el doctor no pudo hacerlo, este dijo que el mal que ella tenía no le correspondía, que llevara a un Padre, que como Hombre de Dios tenía más autoridad ante la desgracia de su hija.
Cuando el Padre entró a la casa, una risa macabra resonó por las paredes, un viento frio congeló la sangre de las personas alrededor, y vieron a Isabel bajar por las escaleras, pero no daba un paso, solo flotaba lentamente hacia abajo… de espaldas a los que observaban atentos… al llegar al último escalón, arqueo su cuerpo hacia atrás para ver a la gente que la esperaba, quedándole la cabeza hacia abajo, la volteó hacia arriba como si no tuviera huesos en el cuello, clavó su mirada en el Padre y corrió hacia él como un cangrejo, estando frente a él se incorporó, alcanzando una altura mayor que la que correspondía a Isabel, con voz ronca le dijo –No intervengas que esta batalla no es tuya- abriendo su boca a tamaños insospechados, una baba verde cubrió el rostro del religioso, este sacó su frasco de agua bendita, rociándolo sobre el cuerpo extraño de Isabel decía –Vete de aquí demonio, libera a esta niña- pareció entonces despertar su ira, de un salto el cuerpo estaba pegado en la pared, escondiéndose en las esquinas, moviéndose sobre cuatro patas. Gruñía y se retorcía… hasta que su madre llena de angustia, se acercó a ella estirando su mano le dijo –Ven aquí amor- lo amarillo de sus ojos se esfumó, tomó la mano de su Madre, esta entonces la miró fijamente, nadie mas que su propia madre pudo ver en los ojos de Isabel, que cargaba consigo una profunda tristeza, y esto la había hecho presa de espíritus oscuros que aprovecharon de entrar en su cuerpo en los momentos en que estaba indefensa.
La madre comprendió la necesidad de la chica y en señal de apoyo dijo a todos los demás –Es una batalla que ella tiene que luchar, y nosotros la vamos a acompañar, pero nadie intervendrá- bajando sus cabezas, todos aceptaron la situación, estuvieron ahí para ella, dándole de comer, sirviéndole de compañía, volviendo su cuerpo a la cama cuando ella terminaba tirada por ahí… curando sus heridas, pero nadie detuvo el mal que ella tenía dentro, la dejaron luchar por si misma.
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