lunes, 3 de octubre de 2016
Los Sonidos Biológicos
Tanto en los comienzos del universo, sea cual fuera la
manera en que ocurrió, como en los inicios de la vida humana en el útero
materno, el sonido ha estado presente a través de movimientos y vibraciones,
acompañando ambos procesos evolutivos. Por eso decimos que el sonido es el
aliento primordial de la creación, es como la voz de los átomos y de las
células.
Al principio de los tiempos, los sonidos dominaban la
tierra: el viento, las mareas, las montañas plegándose con temblores inmensos,
las tempestades… todo ello ocurría acompañado de un gran despliegue de energía
sonora, aunque los hombres no pudieran oirla.
Desde tiempo inmemorial, el sonido se ha asociado con la
“vibración primera” o creación del universo. En India, el poema “Mahabharata”
(siglo XV–XVI a JC) nos ofrece un relato sobre la formación del cosmos a través
de los sonidos y el silencio. Es como un juego que va en aumento y poco a poco
se va constituyendo en la creación del mundo. ¡Es curioso porque es una de las
pocas cosmogonías sonoras que tenemos! En ella se utiliza el silencio y el
sonido como contrapunto y tensión para el inicio de la vida. Posteriormente,
también en el norte de la India (siglo VI a JC), cuentan que a Siddharta, Buda
o Shakyamuni (el sabio del clan de los Shakya, de la familia Guatama), una vez
le preguntaron: ¿por qué eres iluminado? Y él contestó: sólo porque estoy
despierto. En sánscrito Buda significa “el despierto”, el que despierta a la
verdad alejándose de las ilusiones y falsedades del mundo. ¿Podría
interpretarse que si estamos verdaderamente despiertos y conscientes de nuestro
entorno viviríamos en una continuidad de sonido y presencia?
En China, el “Libro de las Mutaciones” también conocido bajo
el titulo “Oráculo de Cambios” o “I Ching” (siglo VI a JC), refleja una
comprensión armónica similar. En la cultura china los sonidos se utilizan
además con fines terapéuticos como queda reflejado en sus tratados de medicina
tradicional china (MTC), lo que podría ser equivalente a nuestra musicoterapia.
En occidente, el Evangelio nos dice que en el principio era
el verbo, la palabra, el logos (el vocablo griego “logos” no sólo significa
palabra sino también sonido). Asimismo, la física moderna explica el posible
comienzo del universo mediante una “Gran Explosión” o “Big–Bang” que debió
suponer un colosal y apocalíptico ruido, absoluto y sobrecogedor.
La humanidad ha hecho uso de los sonidos desde “la noche de
los tiempos” utilizando el movimiento de todo su cuerpo tanto para producirlos
como para acompañarlos. Numerosas leyendas cuentan cómo los dioses inventaron
los instrumentos y cómo emplearon la magia para engendrar el mundo y sus
criaturas a partir de sonidos. Todavía hoy, algunas tribus africanas creen que
los instrumentos musicales poseen poderes sobrenaturales. En la selva
amazónica, los indios Xingú tocan las flautas sagradas, que ninguna mujer puede
ver a riesgo de su propia vida, para entablar comunicación con los espíritus de
sus antepasados y con las divinidades.
Cuando el hombre conquistó el fuego, aprendió a avivarlo
soplando suavemente por una caña hueca. Tal vez la primera flauta del mundo
nació así, por pura casualidad, hace unos 40.000 años. Sin duda, el hombre
prehistórico utilizaba todo su cuerpo como instrumento musical; marcaba el
ritmo golpeando el suelo con los pies, batía palmas, sacudía collares y
pulseras de hueso, de semillas o de conchas, rodeándose de sonido y música para
hablar con los dioses. Desde la prehistoria, existen las “bramaderas” que
emiten un sonido parecido al bramido del viento y consistían en una tabla
delgada con una cuerda que se hace girar a gran velocidad; los indios
americanos las agitaban para invocar la lluvia y los aborígenes australianos
para hablar con sus antepasados. Los “zumbadores”, hechos con huesos de frutos,
vértebras o conchas perforadas, son pequeñas bramaderas que también se
utilizaban por sus sonidos mágicos que reproducían los emitidos por la naturaleza.
En un principio, todos los pueblos han transformado los
cuernos de animales o caracolas en trompas capaces de emitir sonidos terribles,
utilizados como instrumentos de llamada, con una finalidad religiosa o
guerrera. El origen de los instrumentos de percusión estuvo muy ligado a los
sonidos cotidianos. El hombre prehistórico golpeaba el sílex para tallar su
herramienta, las mujeres dejaban caer acompasadamente la mano en el mortero
para machacar el grano, una y otra vez el remo del pescador raspaba el costado
de la piragua, y así se oían los golpes, roces, restallidos… de esa forma los
instrumentos de percusión nos recuerdan esos sonidos recreándolos nuevamente.
El educador japonés Michio Kushi nos dice:
“El nacimiento del ser humano recapitula 2.800 millones de
años de evolución biológica:
el útero imita el océano primordial en el que comenzó la
vida,
el embarazo dura nueve meses o alrededor de 280 días
y cada día en el útero representa unos diez millones de años
de evolución”.
A nivel individual, nacemos con el sonido del “primer grito”
y terminamos exhalando un último suspiro: el sonido final de la muerte, por lo
que en todo momento de nuestra existencia estamos envueltos en sonido y
vibración.
Nuestro cuerpo nunca permanece en silencio mientras estamos
vivos, aunque no todos los sonidos que emite sean audibles. De todas las ondas
sonoras existentes, el oído humano sólo percibe las que tienen una frecuencia
entre 15 y 20.000 hercios (ciclos/segundo), denominándose ultrasonidos a las de
frecuencia mayor e infrasonidos a las de frecuencia menor. La frecuencia es una
de las características físicas del sonido junto a la amplitud y la forma de las
ondas. Estas tres características físicas se corresponden con las tres
características de su percepción: tono o altura, intensidad o volumen y timbre
o color.
La mayoría de los sonidos producidos por los movimientos de
las diferentes partes y fluidos de nuestro cuerpo ocurren en la intimidad del
organismo, sobre todo en su vasta y diversificada red de tuberías (venas,
arterias, tubo digestivo, etc.) y son los que denominamos “ruidos biológicos”.
Desde los primeros momentos de la existencia intrauterina,
los ruidos biológicos, acompañan al embrión en su progresión vital. A las pocas
semanas de la concepción y a medida que el embrión va desarrollándose en el
seno materno, aparecen los oídos rudimentarios. El universo de sonidos en que
está sumergido dicho embrión es particularmente rico en calidades o timbres
sonoros de todo tipo: rumores internos, movimiento del quilo durante la
digestión, ritmos cardíacos como una especie de galope, respiración rítmica
como un flujo y reflujo distante, y desde luego la voz de su madre. A los
cuatro meses y medio, los oídos ya están completos y funcionando de modo que,
durante la mitad del tiempo que pasa el niño en el vientre materno, es capaz de
oír bien y de reaccionar a los sonidos, sobre todo a la música. El feto oye
toda una gama de sonidos predominantemente de baja frecuencia. Sesiones de
relajación escuchando música, la madre y el niño no nacido, así como un fondo
musical apacible durante el parto, resultan tranquilizadoras y útiles.
El doctor Alfred Tomatis, médico especialista en trastornos
de la audición, nacido en Niza en 1920 y criado en un ambiente musical ya que
su padre era cantante de ópera, empezó a desarrollar sus trabajos de
investigación sobre la función del sonido en el feto a partir del año 1950. La
aportación más importante del Dr. Tomatis fue descubrir que el feto oye sonidos
en el vientre materno y además que la voz de la madre funciona como “cordón
umbilical sónico” potenciando el desarrollo del bebé y constituyendo así una
fuente primaria de estimulación. De esta forma estableció que dicho “cordón
umbilical sónico” estaba constituido por el conjunto de sonidos percibidos por
el feto durante su estancia en el útero materno y que éstos podían provenir de
los ruidos corporales de la madre (masticar, eructar, tragar, ritmo
respiratorio, ritmo cardíaco, sistema nervioso, etc.) y también de su voz
(gritos, susurros, timbre de voz, etc.).
Este médico observó en sus investigaciones que el bebé,
después de nacer, suele relajarse muy poco hasta que la madre habla, momento en
que el cuerpo del bebé se inclina en dirección a su madre, reaccionando al
sonido de una voz determinada que es la única voz que conocía mientras estaba
en la fase fetal. La madre, como si percibiera instintivamente ésto, le canta
al bebé, lo induce a dormir con nanas, lo aprieta contra su pecho con dulces
melodías y le entona canciones infantiles para favorecer su bienestar y
equilibrio. Sospechando que una ruptura de esa cadena habitual de contacto
sónico podría ser la responsable de muchos trastornos infantiles, comenzó a
inventar formas de recrear el ambiente auditivo dentro del útero materno
teniendo en cuenta que el feto oye sonidos en un medio líquido y alrededor de
diez días después del nacimiento, cuando se deseca el líquido amniótico de los
oídos, el bebé comienza a oír en un ambiente aéreo. El oído externo y el oído medio
se adaptan al aire, mientras que el oído interno retiene el medio acuoso del
líquido amniótico en el cual estuvo inmerso durante nueve meses.
Así, emprendió la tarea de simular el ambiente auditivo que
experimenta el feto en desarrollo: grababa la voz de la madre, usando filtros
para eliminar todos los sonidos de baja frecuencia, y la recreaba tal como la
oía el feto dentro del útero. Ideó un método basado en la escucha de sonidos
grabados y filtrados que simulaban la voz de la madre y el ambiente sonoro
uterino que lo llamó “el renacimiento sónico” con el fin de tratar
discapacidades de escucha, trastornos del aprendizaje y problemas emocionales.
Cuando no era posible grabar la voz materna para distorsionarla y poder imitar
lo que el feto escuchaba en el seno materno, Tomatis descubrió que la música de
Mozart, distorsionada también en función del oído de su paciente, era la más
efectiva para corregir sus deficiencias auditivas y psicológicas cumpliendo el
papel de sustitución de la voz materna a la perfección, especialmente con los
conciertos de violín que es el instrumento más parecido a la voz humana.
Las investigaciones científicas actuales indican que el feto
es sensible no sólo a los sonidos y la música (sonidos ordenados), sino al
timbre emocional de la voz materna ya que las emociones intensas de la madre,
desde enfado y resentimiento a profunda serenidad, gratitud y aceptación,
pueden generar en ella cambios hormonales e impulsos neurológicos que afectan
al feto y recomiendan que, cuando el bebé haya nacido es conveniente cantarle
nanas, canciones e incluso música clásica que se les cantó o tocó cuando
todavía estaban en el útero materno a fin de tranquilizarlo y reforzar su
capacidad de escucha y desarrollo neuronal.
Muchas sociedades reconocen desde muy antiguo que todas las
influencias a las que está expuesto el bebé en gestación contribuyen a su salud
y bienestar o, de manera opuesta, a su enfermedad. En Japón, hasta la primera
parte del siglo XX, se daba mucha importancia a la educación embriónica o
“Tai–kyo”, que formaba parte de la preparación de las familias para recibir al
recién nacido. Se creía que las voces, los pensamientos y sentimientos de la
madre, el padre, los abuelos y los demás familiares que convivían con la madre
o se relacionaban con ella influían en el feto, y se evitaban todo tipo de
vibraciones no armoniosas o sonidos que podrían perturbar o hacer daño al
futuro bebé. Actualmente, entre éstas estarían el televisor puesto a todo
volumen, las películas de violencia con sus gritos, la música estridente y
demás sonidos que puedan perjudicar al equilibrio del bebé en gestación.
Asimismo, investigaciones realizadas en las últimas décadas
han confirmado que el oído tiene una importancia vital durante los primeros
meses de vida intrauterina. Cuando el niño no nacido percibe un sonido y, sobre
todo cuando lo percibe por primera vez mueve sus ojos rápidamente (estado REM
que significa “movimiento rápido de los ojos” en inglés) y gira la cabeza
intentando localizar la fuente sonora. Los datos obtenidos demuestran que,
incluso en esta primera etapa intrauterina, los sonidos se almacenan en el
banco de datos de la memoria auditiva del cerebro aportando recursos para la
coordinación física y psíquica así como para el desarrollo intelectual en la
vida posterior.
Después de su nacimiento, el bebé empieza a emitir sus
ruidos biológicos básicos. Éstos se dividen en ruidos reflejos que son los
emitidos en estados de hambre, dolor o incomodidad dando lugar a llantos y
agitaciones, y los ruidos vegetativos emitidos al respirar, chupar, comer,
tragar, estornudar, toser, eructar, excretar y demás actividades corporales que
provocan una amplia gama de sonidos.
Cuando crecemos y durante nuestros años de desarrollo
aparecen otros ruidos biológicos como el castañeteo de dientes que se produce
por un movimiento involuntario de la musculatura mandibular en respuesta al
frío, la fiebre o a una situación de estrés y miedo. Se ha calculado que al
castañetear, los dientes chocan unos contra otros entre 240 y 260 veces por
minuto.
La acción de rechinar o apretar los dientes con movimientos
laterales del maxilar inferior se conoce técnicamente como bruxismo y
habitualmente éste es el resultado de una tensión psicológica, que conlleva una
contractura alrededor del maxilar y se produce durante el sueño entre las fases
de sueño ligero y REM.
Durante el sueño también se produce el ronquido que es un
ruido ronco y gorgoteante producido al respirar mientras se duerme, debido a
dificultades en las vías respiratorias superiores que dan lugar a la vibración
del paladar blando. Hay dos clases de ronquidos: el que se produce estando el
durmiente con la boca abierta y la cabeza extendida y el que se produce estando
el durmiente con la cabeza en flexión y la boca cerrada. Según una encuesta de
la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica un 39,5 por 100 de la
población española ronca y los mayores roncadores son hombres de más de 35 años
de edad. La intensidad de los ronquidos oscila entre 35 y 40 decibelios aunque
se han descrito casos excepcionales que han llegado a los 90 decibelios, los
mismos que produce un camión.
Los ruidos biológicos que están presentes desde el comienzo
de nuestra trayectoria vital y emitimos con mayor frecuencia son los
siguientes:
El estornudo o expulsión violenta de aire comprimido por la
nariz y la boca, practicada después de una inspiración profunda, se debe a
estímulos mecánicos, químicos y térmicos sobre la mucosa nasal que irritando
las terminaciones nerviosas locales provocan la estimulación del centro
nervioso cerebral del estornudo y genera una contracción de la musculatura del
aparato respiratorio para despejar las vías nasales de elementos extraños. El
aire es expulsado con gran velocidad llegando, en algunos casos, hasta un
máximo de 110 kms/hora.
La tos es un movimiento de aire voluntario o involuntario,
súbito, ruidoso y violento consistente en una o más espiraciones rápidas y
bruscas practicadas con la glotis cerrada al que recurre el organismo para
expulsar de las vías respiratorias (bronquios, tráquea, laringe) elementos
irritantes o cuerpos extraños introducidos en las mismas y — 140 — que puede
alcanzar hasta los 200 kms/hora. Existen muchos tipos de tos: bitonal llamada
así porque da lugar a la producción de dos tonos sonoros, blanda, seca, perruna
o canina propia de la tosferina, entre otras.
El bostezo es una inspiración profunda y prolongada,
acompañada de abertura de la boca generalmente involuntaria. Con frecuencia
forma parte de un movimiento general de estiramiento de todas las partes del
cuerpo, lo que se conoce genéricamente por pandiculación. Ocurre en estados de
aburrimiento y también de cansancio físico o mental.
El hipo se caracteriza por la brusca rigidez y excavación
del vientre y por la típica producción del ruido espiratorio. Surge cuando un
estímulo activa los nervios que controlan el diafragma, es decir, la membrana
músculotendinosa que separa la cavidad torácica de la abdominal. El sonido se
produce por los espasmos repetidos del mismo seguido del cierre rápido de la
glotis y la apertura de las cuerdas vocales que controlan el flujo de aire que
entra en los pulmones. Durante una crisis se generan entre 15 y 50 hipos por
minuto, con una duración de 0,5 segundos cada uno. Existen numerosos remedios
caseros para silenciarlos como contener la respiración, beber un vaso de agua
sin respirar o simplemente dar un susto.
El eructo es la expulsión por la boca de los gases, inodoros
o fétidos, que han entrado en el estómago durante la comida, un ejercicio
intenso o también debido a trastornos digestivos de origen diverso. Aunque goza
de una mala reputación en la mayoría de las culturas, los árabes eructan
educadamente después de haber comido en lugar ajeno como señal de complacencia.
También es esperado y apreciado por las mamás durante la primera etapa de
crecimiento de sus hijos al terminar su lactancia.
La mayor parte del aire que es tragado junto con los
alimentos es posteriormente eructado, pero una pequeña parte pasa del estómago
al resto del tracto gastrointestinal y junto con los gases producidos por el
metabolismo de los alimentos y las bacterias que viven en el intestino, es
expulsado por el ano en forma de ventosidades. Un adulto puede expulsar a
través de sus ventosidades hasta 2 litros de aire en diez veces al día como
media.
Centrándonos en los sonidos emitidos por el bebé, se expone
a continuación los considerados más característicos: el llanto, las
protopalabras y los proto–ritmos.
Durante las primeras semanas de vida, desde 0 a 8 semanas,
el “llanto básico normal” del bebé consta de una serie de pulsos de un segundo
de duración separados por breves pausas. El sonido que emite es similar a la de
una vocal “a”. Todos los sonidos vocales de un bebé son muy importantes porque
expresan de forma directa su estado biológico y sus actividades.
Los llantos de hambre y dolor tienden a fundirse en uno solo
de angustia, aunque los provocados por el dolor son a menudo mucho más tensos y
tienen un ritmo diferente. Los llantos de incomodidad son mucho más breves
(medio segundo) y también ocurren en secuencias breves. Los ruidos vegetativos
son todavía más breves (un cuarto de segundo) y contienen sonidos más parecidos
a una consonante.
En Suecia, aproximadamente en 1970, se desarrolló un
instrumento al que los estudiosos llamaban el “analizador del llanto”, que
tenía como finalidad analizar de forma automática el llanto de los niños. Este
aparato controlaba de modo continuo la actividad, el tono, la duración del
llanto infantil, las tasas cardíacas y respiratorias concomitantes e imprimía
los datos numéricos obtenidos en una tira de papel para su posterior análisis y
valoración. Se utilizaba principalmente para niños con complicaciones
postnatales y supuso una gran aportación como complemento para diagnosis y
prognosis dentro del período neonatal. Otro grupo escandinavo, asistido por el
profesor A. Arvola, comenzó a interesarse más y más por la emisión sonora en
los seres humanos y realizaron un estudio con neonatos abarcando las emisiones
sonoras que éstos vertían al nacer y frente a situaciones de hambre, dolor y
placer. Analizaron el llanto de 419 niños y lo dividieron en cuatro categorías:
a) llanto de nacimiento, b) llanto de hambre, c) llanto de dolor y d) grito de
placer. Observaron gran diferencia entre el llanto de un niño sano con el de un
niño enfermo y, sobre todo, en ciertas enfermedades. Por ejemplo, los niños con
aberraciones en los cromosomas (síndrome de Down, trisomía del par 21), tenían
rasgos muy específicos en el llanto. En las conclusiones de sus muy valiosos
trabajos insisten en que el pediatra debe prestar atención a las vocalizaciones
y tratar de interpretarlas porque percibir una forma inusual del llanto del
bebé hace que se pueda comprender que algo raro le está pasando y es muy útil
para alertar a padres y profesionales de posibles alteraciones en el neonato.
El primer vagido o llanto del recién nacido es, desde el
punto de vista biológico, común a la especie humana como también el inicio de
una posibilidad funcional ya que depende de la respiración, necesidad básica y
vital. El llanto no se establece en forma inmediata, generalmente está
precedido por sonidos explosivos o balbuceos provocados por la entrada de aire.
En sus comienzos es desorganizado pero en cuanto el neonato logra establecerlo,
éste se afirma y se torna más efectivo y el recién nacido parece hacer menos
esfuerzos por mantenerlo.
Todo ello se produce a través de la característica
dinamogenética del reflejo. Nadie enseña a un bebé a llorar. Este hecho tan
simple es sumamente relevante. Del llanto surgirá la palabra y la manifestación
musical teniendo ambos un tronco en común: los proto–ritmos entonados.
Los estudios sobre el llanto son cada vez más abundantes en
muchos centros de investigación en todo el mundo. No es la exactitud absoluta
de la expresión del llanto lo que más interesa sino cómo las expresiones
vocales sonoro–rítmicas son emitidas por el niño durante su crecimiento y cómo
formarán parte de su lenguaje posteriormente, que será instrumento de su
comunicación verbal y musical. Muchas disciplinas se relacionan al abordar este
tema por lo que se considera importante discutirlo con distintos especialistas,
no sólo estudiar el llanto en sí, sino la conducta que presenta el niño sobre
todo por la gran influencia que tiene en el desarrollo del habla, del canto y
de la comunicación.
Durante las primeras 8 a 20 semanas, se producen los
primeros sonidos de “arrullo”, por lo general cuando el bebé se encuentra
tranquilo. El arrullo tiene menos volumen y un tono más bajo y musical que el
llanto. Algunas de las secuencias “ga” “gu” comienzan a parecerse a sílabas del
habla posterior. Luego, en torno a los cuatro meses, surgen las primeras
risillas guturales y risas.
Más tarde, entre las 20 a 30 semanas, aparecen los sonidos
del “juego vocal” que son mucho más estables y prolongados que los del arrullo.
La mayoría de sus segmentos duran más de un segundo y constan de secuencias de
sonidos similares a consonantes y vocales, sonidos nasales y fricativos, que se
repiten con frecuencia. Por último, los sonidos se combinan en secuencias más
largas para producir las primeras emisiones balbuceadas.
Posteriormente, entre las 25 a 50 semanas, el balbuceo es
mucho menos variado que los sonidos del juego vocal. Se produce el “ba–ba–ba” y
otras secuencias conocidas como balbuceo reduplicado debido al uso repetido del
mismo sonido consonante. El ritmo de la emisión y la longitud de la sílaba
están mucho más próximos entonces a lo que es habitual en el habla. Los
patrones de balbuceo infantil varían debido a los distintos ambientes
lingüísticos en que se desarrollan aunque hay consonantes “m” y “b” que están
presentes en todos los ambientes lingüísticos. En esta fase, el bebé se
comunica con su madre más a través del tono musical de su balbuceo que por el
contenido fonético de sus expresiones y responden mejor a los contornos
melódicos exagerados que a las sílabas articuladas claramente. Los bebés son
más sensibles a los patrones rítmicos en el oído izquierdo y, en cambio, para
el oído derecho corresponde el tono y el timbre.
Entre los 9 a 18 meses de vida, la emisión melódica de lo
sonidos se produce fácilmente. Las variaciones en ritmo, melodía y tono de voz
se convierten en un rasgo fundamental de las emisiones del niño hacia el final
del primer año. Los padres comienzan a advertir intenciones tras las emisiones,
que ya tienen una forma más definida, y a menudo les atribuyen un significado
interrogativo, de llamada, de bienvenida o de deseo de algo. Las sílabas
individuales se utilizan con una melodía fija, produciendo las “protopalabras”
que son sonidos claros pero que todavía no es posible conocer con seguridad su
significado, ya que no se han perfeccionado totalmente.
En cuanto a la conducta gestual que manifiesta el bebé,
pedagogos, psicólogos, lingüistas y neurólogos han estudiado con precisión, en
la etapa de comunicación preverbal, el gesto de “señalar con el dedo” a lo
largo de su ontogénesis, ya que es en el niño, en el único ser vivo en el que
aparece espontáneamente este gesto. A los 9–10 meses, el niño extiende primero
todos los dedos hacia el objeto deseado, mira en esa dirección, después grita
cuando constata que no llega a alcanzar el objeto y se echa hacia atrás no
tardando en agredirse mordiéndose las manos. Para la madre, el niño se pone
caprichoso, los científicos lo denominamos “hiperkinesia”. A los 12–13 meses,
se observa un cambio de comportamiento. La maduración neurológica llega a un
nivel en que el niño ya deja de extender los dedos (mano abierta) y comienza a
apuntar con el dedo índice (mano cerrada y dedo índice extendido). Es un avance
muy significativo porque para realizar dicho gesto el niño requiere un
pensamiento organizado, adquiriendo una representación elaborada que, por
designación, remite a cualquier cosa que se encuentre alejada en el espacio. El
niño comprende que la palabra remite al objeto y posteriormente descubre que
también la palabra remite a otra palabra que, a su vez, remite al objeto y que
en todo ese proceso se experimenta placer. Esta función, antes de ser verbal,
se manifiesta mediante la comprensión y el señalamiento del dedo que, como he
mencionado anteriormente, el único ser vivo en el que aparece espontáneamente
este gesto es en el niño.
Cuando el niño efectúa el gesto de señalar, mira a la madre,
padre o adulto que se encuentre con él en la habitación y que representa la
“figura de apego”. En ese momento es cuando ensaya la articulación, que todavía
será errónea, de una palabra. Esa palabra todavía fallida o ese intento fallido
de palabra es lo que se denomina protopalabra, que es como una palabra en
estado de gestación como se ha expuesto anteriormente.
Así se llega a los primeros signos reales de desarrollo del
lenguaje, con las palabras “mamá” y “papá” se puede afirmar que el niño ha
culminado su proceso de pronunciar palabras. Esas serán sus primeras palabras
aisladas que le iniciarán en una nueva etapa de desarrollo lingüístico.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario