Fuente:comentariosdelibros.com
jueves, 3 de septiembre de 2020
La Sangre de San Pantaleón: Una Cita con el Misterio
Más de cinco mil
personas acuden los días 26 y 27 de julio a la madrileña Iglesia de
la Encarnación para venerar y admirar el prodigio de la licuefacción
de la sangre de San Pantaleón. Y cada año, como es habitual, surge
la misma incógnita, ¿Se producirá uno de los pocos fenómenos
paranormales que se repite año tras año?
Cerca de las cuatro
de la tarde, en la Iglesia de la Encarnación de Madrid, todo esta
dispuesto para el evento. Sobre el altar mayor se ubica una vitrina
en cuyo interior se encuentra uno de los objetos más preciados del
Real Convento de la Encarnación: el relicario que supuestamente
alberga la sangre de San Pantaleón y que durante su festividad sufre
una transformación inexplicable.
Las monjas agustinas
recoletas son las encargadas de anunciar que el prodigio ha
comenzado. El contenido de la pequeña ampolla sufre una metamorfosis
insólita. Durante 48 horas la sustancia, que a lo largo del año se
conserva y puede contemplar de un color rojo oscuro y seca en la
teca, empieza a convertirse, poco a poco, en un líquido de una
tonalidad brillante.
Durante este periodo
de tiempo serán muchos los fieles que se acercarán al recinto
sagrado para expresar su devoción, cumplir sus promesas o
simplemente satisfacer la curiosidad.
Una oportunidad
única para poder vivir, cara a cara, lo imposible. Un fenómeno que
ha fascinado a todos aquellos que lo han contemplado y que ha
motivado el estudio de diversos especialistas para intentar
esclarecer el enigma.
San Pantaleón
Pero, ¿quién fue
Pantaleón? Hijo de Eustorgio y Eucuba, su nombre significa “en
todo semejante al León” según las actas bolandistas. Nació en
Necodemia, lo que hoy en día es la actual Izmit, en Turquía. Fue un
destacado médico de la nobleza y corte al igual que su padre. Pero
su vida cambió radicalmente al convertirse al cristianismo que
profesaba su madre. Tras ser asediado y buscado, Galerio Maximino
ordenó su muerte. Su martirio se llevó a cabo en el año 305 d. de
C., aunque la verdadera fecha de su fallecimiento sigue siendo un
misterio, ya que su nombre no aparece reflejado ni en las Actas de
los Mártires ni en la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesárea.
Tras su trágico
final, según cuenta la tradición, varios fieles recogieron su
sangre con pequeños algodones y la fueron guardando en ampollas de
cristal que posteriormente se distribuyeron por diferentes partes de
Italia y otros países para su culto.
Su fama aumentó en
la Península Ibérica en el siglo XVII. Concretamente en el año
1611, cuando la hija del virrey Juan de Zúñiga, que posteriormente
sería la fundadora del Real Monasterio de la Encarnación, trajo la
reliquia a nuestro país. Sus curaciones milagrosas y los cambios de
estado líquido a sólido y viceversa motivaron que las autoridades
eclesiásticas intervinieran ante el auge de los sucesos portentosos:
El Santo Oficio quería saber si el origen de estos quiméricos
episodios era diabólico o celestial.
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