lunes, 7 de septiembre de 2020
La Leyenda del Barco Fantasma Octavius
Hasta ahora hemos
estado atrapados en el hielo por 17 días. Nuestra posición
aproximada es Longitud 160 O, Latitud 75 N. El fuego finalmente se
extinguió ayer y el maestre ha estado tratando de encenderlo otra
vez pero sin mucho éxito. Le ha dado la piedra a uno de los marinos.
El hijo del maestre murió esta mañana y su esposa dice que ya no
siente el frío. El resto de nosotros no siente lo mismo en esta
agonía.
En la mañana del 12
de agosto de 1775, el ballenero groenlandés Herald se las arreglaba
para cruzar el Atlántico Norte cuando el silencio glacial fue roto
por el grito del vigía. Al frente y al Oeste, por encima de un
iceberg podían verse las puntas de unos mástiles a unos diez
kilómetros de distancia. Lentamente, una goleta emergió por detrás
de la masa de hielo y a través del telescopio el capitán del Herald
pudo constatar que no había señales de vida. Las velas estaban
desechas y todo el barco brillaba curiosamente bajo el sol, cubierto
como estaba de escarcha.
El capitán ordenó
acercarse y empezó a gritarle a la tripulación de la extraña
embarcación, pero sólo el silencio respondió a su llamado. La
goleta siguió imperturbable su aparente camino sin ruta. «Bajen la
lancha,» ordenó el capitán Warren. «Voy a echar un vistazo.»
La tripulación del
Herald, como buenos marinos supersticiosos hasta el tuétano,
permanecieron inmóviles. No tenían las más mínimas intenciones de
aventurarse en el barco fantasma, y sólo cuando el capitán empezó
a imprecarles, los marinos acataron sus órdenes.
El capitán eligió
a ocho hombres para que lo acompañaran, y remando llegaron hasta la
proa del barco donde bajo una capa de hielo podía leerse el nombre
de la embarcación, Octavius. Ninguno había escuchado sobre ella
jamás.
Desde el bote el
capitán volvió a llamar a la tripulación, pero entre los ecos de
su propia voz sólo escuchó el crujir de la madera y el silbar del
viento entre las velas deshilachadas. Con cuatro de los hombres el
capitán decidió subir a bordo.
La cubierta estaba
tapada por el hielo y no se veía una sola persona sobre ella. Tras
abrirse camino a través del hielo, decidieron bajar a los camarotes;
donde consiguieron a veintiocho hombres congelados. Cada uno acostado
en su litera y cubierto por capas y capas de cobijas y ropa. El frío
había conservado sus cuerpos en perfecto estado y daba la impresión
de que simplemente dormían la siesta.
En la cabina del
capitán, el espectáculo fue el mismo. Su cuerpo estaba sentado en
una silla frente a su escritorio. Las manos entrelazadas sobre las
piernas y la cabeza tumbada hacia un lado con los labios
entreabiertos. En una cabina detrás de la suya había tres cuerpos
más. Una mujer estaba acostada en una camilla descansando su cabeza
sobre el brazo, los ojos completamente abiertos viendo a un hombre
con las piernas cruzadas sentado en una esquina en el otro lado del
cuarto. En sus manos tenía un pedernal y una barra de metal. Frente
a él, un puñado de aserrín cubierto de escarcha. La muerte lo
había vencido tratando de encender un fuego. Junto a él estaba la
chaqueta del marino. El capitán Warren la levantó y debajo de ella
descubrió el cuerpo de un niño abrazado a un muñeco de trapo.
Los marinos del
Herald habían visto más que suficiente y empezaron a pedirle al
capitán que se marcharan. Pero el capitán les respondió que quería
saber más. Bajó al depósito y no encontró ni un gramo de comida y
cuando volvió a cubierta sus hombres estaban en pánico y le
amenazaron con amotinarse. Contra todos sus deseos Warren tomó la
bitácora del Octavius y regresó al Herald, desde donde pudo ver la
goleta perderse sin rumbo en el horizonte para nunca más volver a
saber de ella.
El capitán se
retiró a su camarote a leer la bitácora y notó que faltaban todas
las páginas del libro menos la primera y última. El marinero a
quien se lo había encargado había dejado caer el resto en el mar.
En la primera el
capitán del Octavius había escrito que habían partido de
Inglaterra con rumbo a China el 10 de septiembre de 1761. Catorce
años atrás. La última página tenía una sola anotación que
estaba fechada el 11 de noviembre de 1762.
«Hasta ahora hemos
estado atrapados en el hielo por 17 días. Nuestra posición
aproximada es Longitud 160 O, Latitud 75 N. El fuego finalmente se
extinguió ayer y el maestre ha estado tratando de encenderlo otra
vez pero sin mucho éxito. Le ha dado la piedra a uno de los marinos.
El hijo del maestre murió esta mañana y su esposa dice que ya no
siente el frío. El resto de nosotros no siente lo mismo en esta
agonía.»
Los ojos del capitán
Warren volvieron a las palabras «Longitud 160 O, Latitud 75 N…»
El significado era impresionante. En la fecha de la última nota en
la bitácora, el Octavius había estado atrapado en hielo en el
océano ártico, al norte de Point Barrow, Alaska. Miles de
kilómetros de donde lo habían encontrado ese día. Un continente de
hielo se extiende entre estos dos puntos.
Lo que el Octavius
había hecho era pasar el legendario Paso del Noroeste. Por cientos
de años se había buscado una ruta más corta entre el Atlántico y
el Pacífico para llevar a cabo el intercambio comercial entre Asia y
Europa. El Paso del Noroeste era un sueño para las potencias
europeas de eliminar el largo viaje alrededor de la punta de
Suramérica.
Aparentemente, el
capitán del Octavius también había decidido encontrar el paso en
vez de volver a casa alrededor de Suramérica. Pero como muchos otros
antes que él, lo único que encontró fue la muerte.
Pero el Octavius
había logrado el objetivo por si mismo. Año tras año había
permanecido a flote, y sin nadie atendiendo el timón se había
deslizado lentamente hacia el Este, aguantando la furia de los
elementos hasta que finalmente llegó al Atlántico Norte. No fue
sino hasta 1906 -ciento treinta y seis años más tarde- cuando otro
barco, el Gjoa, comandado por el explorador noruego Roald Amundsen,
logró cruzar el Paso del Noroeste.
Pero el Octavius
había sido el primero, aunque su capitán y tripulantes hubiesen
estado congelados por más de trece años.
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