martes, 5 de marzo de 2019
La Batalla De Los Ángeles
La Batalla de Los
Ángeles es el nombre dado por las agencias de noticias
contemporáneas al avistamiento de uno o más objetos voladores no
identificados (OVNIS) que tuvo lugar a finales de febrero, entre el
24 y el 25 de de 1942, de la que existen informes de testigos
presenciales asegurando de uno o más objetos desconocidos sobre Los
Ángeles California, provocó una masivo ataque de artillería
antiaérea.
La noche del 24 al
25 de febrero de 1942 discurrió con normalidad pero, a primera hora
de la madrugada, los radares detectaron un objeto indeterminado a
unos doscientos kilómetros al oeste de Los Angeles. Las baterías
antiaéreas de la costa esperaron la llegada del supuesto avión
enemigo, pero al cabo de unos minutos el radar informó de que el
objeto había desaparecido de la pantalla sin dejar rastro.
Aún así, algunos
vigías comunicaron avistamientos de «aviones enemigos» a lo largo
de la costa de Los Angeles, pese a que el radar no los detectaba.
Finalmente, a las 2.25 de esa madrugada tan poco plácida, una
formación de aparatos sin identificar estaba a punto de irrumpir en
el cielo de Los Angeles. Inmediatamente, las sirenas comenzaron a
sonar y fueron llamados urgentemente 12.000 vigías aéreos para que
se incorporasen a sus puestos de observación.
En un primer momento
todos creyeron que se trataba de un simple simulacro, pero poco más
tarde quedó claro que no era así, A las 3:16, la brigada costera de
artillería número 37 comenzó a disparar balas anti-aéreas de 5,8
kg. Dispararon más de 1,400 balas en 58 minutos mientras los objetos
se movían al sur, desde Santa Mónica a Long Beach. Evidentemente,
con el incidente Pearl Harbor demasiado reciente en la mente de los
norteamericanos, el fraude se descubriría muchos años más tarde,
todos pensaron que serían bombarderos japoneses que atacaban el
país, sobre todo al entrar en acción las baterías antiaéreas. Los
reflectores apuntaron al cielo y descubrieron la presencia de unos
objetos plateados que se movían a altitudes de entre 3.000 y 6.000
metros. La velocidad de estos aparatos era sorprendentemente lenta
para tratarse de aviones militares; aproximadamente unos trescientos
kilómetros por hora. Y lo más sorprendente es que ni siquiera una
bala alcanzó la nave de las miles que dispararon.
Un millón de
habitantes del sur de California sufrió durante cinco horas un
apagón eléctrico que no ayudó a que recuperasen la calma aunque,
para alivio de los perplejos habitantes de Los Angeles, ninguna bomba
caería sobre la ciudad. Este hecho, unido a que la Marina confirmó
que no había detectado ningún avión enemigo, descartó finalmente
a los japoneses como responsables del incidente.
Miles de testigos
vieron en la costa «grandes bolsas que flotaban en el aire»,
mientras que otros observaron tan sólo unas extrañas luces rojas en
el horizonte que realizaban vuelos en zigzag. Hubo testigos en Los
Angeles que dijeron haber visto una gran máquina, suspendida en el
aire, contra la que nada podían hacer los proyectiles que le
disparaban las baterías antiaéreas; poco después, lentamente, la
misteriosa máquina se marchó siguiendo la línea de la costa.
Una fotografía que
apareció en el diario Los Angeles Times el día 26 hizo aumentar aún
más la confusión, puesto que parecía advertirse, iluminado por los
proyectores, un objeto circular. Si, aparentemente, no se trataba de
un avión, ¿qué era en realidad? La prensa californiana denunció
una «misteriosa reticiencia» de las autoridades militares para
hablar del asunto y algunos se atrevieron a acusarles de haber
establecido «una censura que impedía hablar sobre ello».
Al concluir la
Segunda Guerra Mundial, el bombardeo fantasma de Los Angeles quedó
ratificado por un documento militar secreto, que no sería
desclasificado hasta 1974, firmado por el comandante en jefe de las
Fuerzas Aliadas, el general George C. Marshall, y enviado al entonces
presidente norteamericano, Franklin D. Roosevelt. El general Marshall
fue el encargado de redactar el informe sobre el enigmático
bombardeo de Los Angeles. En él reconocía no saber su origen.
Si algo evidencia
este informe redactado por el general Marshall es que, en realidad,
nadie tenía ni idea de lo que había ocurrido esa noche. El hecho de
culpar de la acción a unos supuestos agentes enemigos, que habrían
sobrevolado Los Angeles a bordo de aparatos comerciales, demuestra
que Marshall debía encontrar rápidamente una explicación al
incidente y apostó por esa historia tan inverosímil. En efecto,
para proporcionar una historia capaz de dar respuesta a todos los
interrogantes que se habían creado, se dijo que se trataba de
aviones comerciales que habían sido tomados por infiltrados nipones
en algún aeródromo mexicano o de la propia California. De este modo
se eludía el hecho de que la Marina no hubiera detectado ningún
avión enemigo procedente del Pacífico.
“Estaba flotando
allí en el cielo y apenas se movía. Fue una de color naranja pálido
precioso y la cosa más hermosa que jamás haya visto nunca. Lo pude
ver perfectamente porque estaba muy cerca. ¡Era grande!”
(Palabras de un testigo)
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