viernes, 3 de febrero de 2017
El Misterio De La Virgen de Absam
El 17 de enero de 1797 se produjo en Absam, un pueblecito
del Tirol (Austria) próximo a Hall, un hecho inexplicable que trasformó para
siempre la vida de la región. A día de hoy, nadie ha encontrado una explicación
razonable de lo acontecido aquel día ni -de ser un milagro, como piensan la mayoría
de los habitantes del pueblo- se ha podido saber a ciencia cierta qué objetivo
perseguía.
La historia nos ha enseñado que la mayoría de los enigmas
suelen deshacerse con el tiempo o quedar relegados al olvido, pero no ha sido
el caso del misterio que nos ocupa, que ha llegado a convertir la modesta
iglesia de San Miguel Arcángel de Absam en toda una basílica dedicada a la
Virgen María, a la que fluyen sin cesar fieles y peregrinos procedentes de
todas partes. Pero comencemos por el principio para no perdemos en
divagaciones. Aquella tarde de invierno de finales del siglo XVIII, una joven
de dieciocho años llamada Rosina Puecher se hallaba cosiendo junto a la ventana
de la sala de estar de su casa en Absam cuando, al levantar la vista, se quedó
asombrada al ver nítidamente dibujada en el cristal la imagen de lo que
entendió era la Virgen María. Perpleja y llena de excitación, llamó de
inmediato a su madre, que pudo contemplar también la figura. La madre reaccionó
con angustia porque pensó que aquella inusitada aparición entrañaba un mal
presagio.
Hay que añadir enseguida que Absam era en aquella época un
pueblo eminentemente minero. Se había encontrado una rica mina de sal en lo
alto de la montaña y casi todos sus habitantes vivían, directa o indirectamente,
de la explotación. El padre y el hermano menor de Rosina trabajaban en aquella
mina, que estaba a más de tres horas de camino, montaña arriba, lo que obligaba
a los mineros a dormir en la altura y solo regresaban a su casa los fines de
semana. Es bien sabido que el miedo a un accidente fatal nunca abandona a las
esposas y a las madres de quienes se juegan la vida todos los días en las
entrañas de la tierra. La madre de Rosina enseguida relacionó la imagen con el
anuncio de una tragedia en la mina, así que, sin pensárselo dos veces, empezó a
tratar de borrarla con agua y jabón, como si quisiera ahuyentar así el mal
augurio. Todo en vano. La figura parecía disolverse con el lavado, pero en
cuanto se secaba el cristal con un paño reaparecía una y otra vez con toda
nitidez.
¡Milagro, milagro!
La voz se corrió por el pueblo y no hubo vecino que no se
llegara a la casa de los Puecher a contemplar la extraordinaria imagen del
rostro de una mujer con un velo en la cabeza, que todos estuvieron de acuerdo
en decidir que se trataba indudablemente de la Virgen María. Hubieron de
transcurrir aún unos días de gran zozobra antes de que los mineros descendieran
de la mina con un par de días de asueto. Entre ellos, estaban el padre y el
hermano de Rosina, que contaron cómo habían sufrido un accidente que estuvo a
punto de cos-tarles la vida. Aquello cambió el sentido de las cosas y la gente
del pueblo empezó a pensar que la misteriosa figura del cristal era un mensaje
de consuelo y protección de la Virgen para hacer saber a quienes la amaban que
ella se encargaría de protegerlos y velar por su bienestar.
Era una época muy dura en Tirol. Por aquellos días una peste
asolaba el valle, cobrándose miles de víctimas entre hombres y animales por
igual. Por otra parte, llegaban noticias de que el general Joubert había
penetrado en el Valle del Inn y se dirigía a Innsbruck al frente de un cuerpo
del ejército de Napoleón. Todo el mundo estaba inquieto y temeroso y una
aparición milagrosa de este tipo era cuanto necesitaban para reverdecer la
esperanza, así que aquel extraño acontecimiento empezó a verse como “el
poderoso manto de la Virgen extendido protectoramente sobre sus fieles
tiroleses”.
Análisis
La iglesia, resistiendo el empuje de los vecinos, decidió
prudentemente nombrar una comisión de expertos, que, presidida por un clérigo y
el rector de la vecina Universidad de Innsbruck, incluía a un catedrático de
química y otro de matemáticas, así como a un afamado pintor y a un par maestros
cristaleros de reconocido prestigio. El día 21 de febrero de 1797, es decir, un
mes después de la aparición, la comisión se llevó el cristal de la ventana con
la imagen para ser analizado en Innsbruck.
Unas semanas más tarde, concretamente el 23 de marzo del
mismo año, la comisión devolvió el cristal con un escueto comunicado de escaso
fundamento científico y poco o nada clarificador: los expertos especularon
vagamente con que “la aparición de esta imagen en un cristal fui de ser debida
a causas naturales y, por tanto, no debiera considerarse un milagro”. A los
vecinos de la comarca el veredicto no les convenció lo más mínimo. Les pareció
que respondía más a una postura personal de escepticismo que a una conclusión
científica, así que hicieron saber también su opinión al respecto: “La ciencia
ha buscado en vano explicar este milagro”. Y no dejaron de presionar al párroco
para que la imagen fuera trasladada a la
iglesia, lo que finalmente se llevó a cabo dos años mas tarde, el 24 de
junio de 1979, en una espectacular y emotiva procesión como no se ha conocido
otra por aquellos pagos.
¿Qué había ocurrido en aquellos dos años para que la Iglesia
cambiara de opinión? Muy sencillo. La peste había remitido y el ejército
francés, vencido repetidamente en la colina de Bergisel por patriotas
tiroleses, se había retirado del valle. A nadie le cabía la menor duda del
papel que había jugado la imagen milagrosa de Absam en aquellos acontecimientos
históricos, así que la Iglesia había optado por adoptar la imagen y su leyenda
como objeto de culto.
En primera instancia, el cristal con la imagen de María se
situó en pleno altar central y se decidió que cada año se conmemoraría el día
de la aparición, 17 de enero, y el del traslado de la figura, el 24 de junio,
día de san Juan y comienzo del solsticio de verano, con ceremonias y una
solemne procesión entre el incesante repicar de campanas, que nunca ha dejado
de llevarse a cabo, ni siquiera durante los difíciles días de las dos guerras
mundiales. Cada año, la muchedumbre repite en éxtasis las emocionadas palabras
que salieron la primera vez de las gargantas de los presentes: “Donde el Padre
está, ha de haber también un lugar para la Madre”.
Curaciones
Andando el tiempo, han sido numerosas las curaciones
atribuidas a la imagen y los testimonios de favores concedidos a los fieles,
así que la devoción ha crecido de forma exponencial. Basta ver los exvotos
depositados por quienes han creído verse favorecidos por sus oraciones a María
de Absam, expuestos en una preciosa capillita adyacente a la iglesia, que
cuenta con un modernísimo y coqueto altar de cristal, para comprender el
alcance de la fe. Incluso miembros de la familia imperial austríaca
peregrinaron hasta aquí en distintas ocasiones a lo largo del siglo XIX para
presentar sus respetos a la “milagrosa’’ figura de la Virgen.
En el año 2000, y sin que mediara la preceptiva petición de
la feligresía, la iglesia de San Miguel Arcángel fue elevada por las
autoridades eclesiásticas a la categoría de basílica de María de Absam, la
única que hay en todo el Tirol. Se da la circunstancia de que el Camino de
Santiago, en su rama tirolesa, pasa justo por allí, así que se superpusieron
los peregrinajes y el tramo desde Gnadenwald -donde se encuentra el idílico
monasterio de San Martín, levantado sobre una antigua ermita gótica- a la
basílica de Absam, parada obligatoria, a unos 5 km de distancia, se llama ahora
Vía de la Contemplación. Allí, en un altar lateral, los peregrinos contemplan
con fervor la nítida imagen que vio Rosina por primera vez en el siglo XVIII,
guardada en una impresionante custodia de oro y piedras preciosas y como telón
de fondo, un mural gótico de María.
El párroco actual, preguntado acerca del número y
procedencia de los peregrinos que acuden a Absam, reconoce que no tiene
estadísticas exactas, pero que, en los años que lleva al frente de la parroquia,
la inmensa mayoría de los peregrinos que ha visto proceden del propio Tirol y
de regiones vecinas como Trentino (norte de Italia), Salzburgo, Bavaria
(Alemania), Alsacia (Francia).,, y muy raramente de países más lejanos.
Les gustará saber qué fue de Rosina Bucher. Pues bien, la
joven que vio la Gnadenbild de María por primera vez en la ventana de su casa
tuvo una vida de lo más normal. Se casó con Josef Strasser, tuvo tres hijos y
murió el 6 de julio de 1864, a la edad de 68 años. Sus restos fueron enterrados
en el cementerio de Absam, pero se desconoce dónde están ahora, ya que el
antiguo cementerio, junto a la iglesia, fue abandonado en 1925. Milagro?
¿Enigma? ¿Una broma que fue demasiado lejos y nadie se atrevió a confesar? Lo
cierto es que con los medios actuales sería un juego de niños determinar la
naturaleza del fenómeno, pero nadie parece estar por la labor. Tanto la Iglesia
tirolesa como los fieles están encantados con su leyenda, que atrae a tantos
peregrinos y turistas. Elisabet Koehle, una mujer de cincuenta años que ha
vivido desde niña todas las vicisitudes de la imagen, lo resume así: “Si me
pregunta mi opinión, le diré que no creo que se trate un milagro, pero para
nosotros es ya una tradición que no queremos perder”.
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